miércoles, 13 de mayo de 2009

El peletero/Augustus y Fidelius (La abstracción y la nada)



26 Marzo 2008

“La pintura es un pensamiento que duda y que no termina. A veces es un pensamiento que ni siquiera ha empezado.”

(Zoran Music)

-Querido padre, en numerosas ocasiones te he visto mirar con desagrado los tatuajes que hoy en día muchas personas deciden hacerse.

-Sí, es una moda tonta, puro mimetismo.

-Puede que lo sea, pero seguramente no es esa la razón de tu desagrado.

-No lo es, pero ¿por qué me lo preguntas?

-Una amiga mía quiere hacerse uno y hacerme otro a mí. ¿Cuál es la razón entonces?

-Hace muchos años vi tatuado en el antebrazo de un hombre el número que le dieron en Auschwitz. Era un judío, amigo de los hermanos Khan. Él, como Iván y Milton, había perdido también a sus padres y a buena parte de su familia en aquellos campos. Desde entonces no soporto ver tatuajes “modernos”, decorativos. El cuerpo humano es sagrado y en él solamente podemos colgar méritos, heridas, señales y rastros.

-Eso es lo que mi amiga quiere hacer.

-No, tu amiga no quiere hacer eso. Tu amiga no sabe nada. Tu amiga es una boba. Además ella no es nadie para marcar su piel.

-¿Quién lo es entonces sino ella?

-Los demás. Son los otros los que deciden qué mereces llevar.

-¿Qué otros?

-Los muertos

-¿Quiénes?

-Querido Fidelius, ayer vi una exposición de pintura de Zoran Music, un pintor judío que sobrevivió a esos campos de exterminio, concretamente al de Dachau. Tiene unos textos muy interesantes que me gustaría que conocieras. ¿Quieres que te los lea?

-Claro, padre.

-Zoran Music cuenta:

“Cuando llegué (a París), en los años cincuenta, me encontré entre todos aquellos grandes maestros abstractos… Ellos creían, y yo también, que la abstracción era una cosa definitiva, la única justa y verdadera. Un pintor figurativo era un infeliz que ni siquiera se daba cuenta de lo que hacía. Me sentía culpable, terriblemente pequeño. Torpe. No sabía cómo debía acercarme a la abstracción. A pesar de eso lo intentaba a partir de mis paisajes, pero sabía que allí no se hallaba mi verdad.

La abstracción se fue convirtiendo, poco a poco, en un oficio. Todos hacían lo mismo cada vez mejor, y yo entremedio de ellos, que me trataban muy amablemente. Comprendí que de esta manera no lo conseguiría nunca. Entre 1962 y 1970, no hice otra cosa que dibujar sin pintar… Sabía que aquello había de salir. No sabía cómo, no sabía con que forma. Todo sucedió inesperadamente. Después de unos cuantos años en París, tuve una cierta crisis con mi trabajo. A mi alrededor solamente se hablaba de pintura abstracta. Empecé a sentirme inútil y débil al lado de esta gran corriente a la cual pertenecían todos los artistas conocidos y los críticos importantes. Entonces me desvié. Intenté, a mi manera, hacer pintura abstracta. Y en este intento perdí completamente mi verdad personal. Es lo peor que le puede sucede a un artista, porque sin esa verdad él deja de existir.

A menudo pasaba cerca de los hornos crematorios, donde había cuatro metros de cadáveres. Un amigo checo me decía: “¿Ves?, mañana o pasado mañana pasaremos por la chimenea. Nunca podrá suceder algo parecido, somos los últimos que veremos algo como eso” Más tarde, cuando la carga interior se convirtió en demasiado pesada, cuando los recuerdos del campo regresaron a mí, empecé a pintarlos, unos cuantos años más tarde me di cuenta que no era verdad. No somos los últimos.”


-Querido padre, ¿todo eso qué tiene que ver con un simple tatuaje?

-No lo sé, pero seguro que tiene que ver con algo. Quizás con el cuerpo humano y con la abstracción en la pintura. Ella es hermana de la iconoclasia, y ambas son hijas de la oscuridad y del silencio mudo. Esa negación de la figura es malsana, la privación del dibujo del cuerpo humano es el resultado de un pensamiento enfermo. La abstracción me recuerda a Stalin.

-¿A Stalin?

-Cuando decía que la muerte de alguien es una tragedia, pero que la de millones es solamente una estadística. Esa frase encierra una lógica terrible que siempre se ha enseñoreado del mundo y que en el siglo XX triunfó como nunca antes lo había hecho.

-Explícate mejor

-En la película que se acaba de estrenar “Los falsificadores”, de Stefan Ruzotwitzky, los nazis instalan, en uno de sus campos de concentración, un taller de impresión y falsificación de moneda falsa, con la que pretenden boicotear la economía de los países aliados. Para ello utilizan a judíos expertos en diferentes técnicas e incluso a falsificadores profesionales y reconocidos, verdaderos delincuentes. Les dan mejor trato y comida a cambio de sus habilidades.

Al más reputado de todos ellos le encargan dirigir la operación, llamada “Bernhard”. Este hombre, Sorowitsch, trata, hace todo lo que está en su mano para colaborar con sus dueños nazis. Solamente pretende salvar su vida y la de sus compañeros. No lo hace como un esclavo o como un miserable, o como alguien muerto de miedo. Él es un hombre fuerte e inteligente que vela por aquellos que tiene cerca. A ellos se debe.

Pero uno de esos “compañeros”, Burger, el especialista en fotomecánica, se esfuerza y hace todo lo posible en boicotear la operación. En nombre de “los principios” no tiene el más mínimo reparo en poner en peligro a los demás. Todos pueden ser fusilados por causa de ese boicot, incluido él mismo, pero afirma seguro, y orgulloso de su pensamiento, que esos principios y su boicot salvarán a millones, que la muerte de seis o doce no tiene importancia frente a millones.

Una de las claves la hallamos cerca del final, cuando Sorowitsch ha podido matar al director nazi del campo, pero no lo ha hecho. Burger le pregunta por ello, ¿por qué no lo mataste?, Sorowitsch se encoge de hombros.

Yo veo en Burger a alguien igual que los nazis. Ese hombre, situado por la vida en la misma circunstancia vital que sus verdugos se hubiera comportado exactamente igual que ellos. Sorowitsch, falsificador y truhán, no. Ambos son dos seres humanos distintos. Uno solamente ve estadísticas y el otro a personas.

-Ese es un dilema moral eterno, padre. Pero anteponer el bien individual al bien común no creo que sea lo correcto, al menos, no siempre. Incluso en el reino animal se ven casos de cómo prima el bien de la colectividad sobre el de individuo... Las hormigas, por ejemplo, cuando otra especie intenta tomar el hormiguero y resultan heridas se sitúan en la entrada de éste taponándolo y se sacrifican por las demás. Y ellas no tiene principios, sencillamente obedecen a un instinto primario en cualquier especie que es la protección de esta. Todos conocemos actos heroicos en los que uno se sacrifica por muchos.

-O yo no me sé explicar correctamente o tú no tienes la capacidad para entender mis palabras. En primer lugar ya sabes que para mí el ejemplo de la madre naturaleza no es ningún modelo a imitar y mucho menos el de las hormigas. Quién las antepone como ejemplo desvela esa mentalidad que construyó los campos y el gulag, o en el mejor de los casos una ingenuidad peligrosa. Yo no hablo del héroe que se sacrifica por los demás, por muchos, por millones, no hablo de ése. Hablo de Burger, que sin pedirles permiso, decide por las vidas de sus compañeros en nombre de unos principios que siempre, siempre son una excusa, un subterfugio, una coartada.

-Sé perfectamente que la naturaleza no constituye para ti modelo de nada, querido padre, que más bien pensarás que es ella la que debería de imitar al hombre, pero o yo tampoco no me sé explicar correctamente o tú no tienes la capacidad para entender mis palabras. No te proponía a las hormigas como un modelo que haya que imitar, sino como un hecho objetivo, observable. Intentaba decirte que anteponer el bienestar colectivo al individual no es un constructo humano, cuestión de principios, sino de instinto básico, animal o como quieras llamarle.

-Tú mismo has respondido por mí. La danza de apareamiento del urogallo también es un hecho observable y si alguna mujer me viera bailarla me tomaría por alguien sin demasiado juicio.

-Yo no creo que sacrificar el bien individual en pro del colectivo sea cuestión de principios, padre, sino de sentido común, de instinto primario de protección de la especie. Queda más bonito y más humanizante eso de los principios, del idealismo, pero al fin y al cabo seguimos un impulso esencialmente animal. Creo... Lo mismo me equivoco, pero así lo considero.

-Querido hijo, siempre que escucho hablar a alguien de “principios” sé que mi vida está en peligro, me siento amenazado, y la amenaza es de muerte. Ése que me habla ya no me ve como un ser humano, me ve como una de esas hormigas de las que hablas. Burger era un activista comunista y antinazi, pero eso no tiene importancia, para ese trabajo de falsificador lo han separado de su mujer, que sigue en Auschwitz, es una persona rencorosa y considera, sin saber que lo considera, que los demás, sus compañeros, deben sufrir como él está sufriendo. Por eso decide por ellos. No levanta un dedo para ayudar al pobre muchacho que tiene tuberculosis, no consuela al que descubre que acaba de perder a su esposa e hijos. No llora, no pacta, no hace tratos, no habla, excepto para hablar de principios que salvarán a la humanidad sin pedirle a esa humanidad si quiere ser salvada.

-Lo siento, querido Augustus, no he visto la película, como sabes, y desconocía la caracterización que ahora me aportas de Burger y que en absoluto lo presenta como un utópico sino como un hombre amargado, dispuesto a arrastrar a los demás en su caída disfrazando su rencor de idealismo. Entendí que usabas a este personaje como paradigma del peligro que conlleva seguir el principio de que el bien común ha de primar sobre el particular. Burger no, pero hubo muchos que lo sacrificaron todo, incluidas sus vidas, de forma totalmente altruista por conseguir mejores condiciones de vida para los demás. A eso se le puede llamar “principios”, “buenismo”, “equivocación”, como sea, pero yo, en mi ignorancia, no lo veo más que como un instinto natural, el de que el bien común es primordial.

-Sigues sin entenderme. Cada uno que haga con su vida lo que quiera. Lo que no acepto es que alguien me diga qué debo hacer con la mía. Contrastas amargado con utópico y ya deberías saber que las utopías son pozos sin fondo llenos de cadáveres. Dices que Burger disfraza su rencor de idealismo. Peor me lo pones. ¿Qué pretendes decir?, ¿si fuera un idealista, ese clavo torcido en la pared lo veríamos recto? A estas alturas todos ya sabemos que el agua debe ser encauzada, pero que nunca hemos de impedir que llegue al mar. Los moralistas británicos siempre lo han sabido. Hay momentos en que me confundes, tú siempre ves los árboles antes que el bosque, ¿por qué ahora te comportas al revés?

-¿Pero y la guerra? ¿Imaginas lo que habría sido el mundo si Hitler hubiese ganado la guerra?

-¿Qué crees que fue el mundo en la estepa rusa y en la tundra siberiana? Los mismos, exactamente los mismos que hablan y hablaban de principios, no sabían nada de nada de lo que allí ocurría, como la boba de tu amiga que quiere hacerse un tatuaje “bonito y a la moda”. Y cuando alguien empezó a hablar de ello, Aleksándr Isáyevich Solzhenítsyn, se le acusó de fascista. Todavía recuerdo las barbaridades asesinas, asesinas por ignorantes, que los intelectuales de occidente decían de la “Revolución cultural” China y del “Gran Timonel”, unos de los grandes criminales de la historia.

-Llevas toda la razón querido padre, lo que ocurrió en Rusia, y en tantos otros lugares del planeta, en mi opinión no demuestran que los principios sean perversos por sí mismos, sino que lo es el mal uso que individuos concretos hacen de ellos.

-¿Estás intentando decirme que la “Revolución cultural es un error de aplicación, que es un “mal uso” de un buen principio? ¿que las colectivizaciones agrícolas en la Unión Soviética fueron también “un mal uso”? ¿Qué el concepto de “Dictadura del Proletariado” es tan bueno como la prohibición de comer cerdo, o el consejo de no practicar sexo fuera del matrimonio? ¿Eso pretendes decirme?

-Eres un sarcástico.

-Eso sí, hoy en día China está donde está gracias a esos millones de muertos.

-Esa última frase, padre, ¿es una ironía, otro sarcasmo o un despropósito?

-Yo lo único que sé es que no me gustan los tatuajes tontos ni la abstracción.

-¿No te gusta ninguna abstracción?

-Para la decoración de un hogar burgués que vota a los partidos de izquierda puede ser adecuada, así como para las baldosas de un baño “árabe”, para que los Bancos inviertan dinero en ella, también, el peligro está cuando se pretende que tenga trascendencia.

-¿Por qué?

-Porque en ella no hay pensamiento.

-¿No exageras?

-Que haya actividad cerebral y emociones no significa que haya pensamiento.

-No entiendo esa descalificación absoluta que haces de lo abstracto.

-Es fácil de entender, muy fácil. ¿Tú apruebas la argumentación que justifica la iconoclasia?

-No.

-Pues la abstracción moderna nace de los mismos principios y del nihilismo. Ese nihilismo, esa nada, esa náusea de Jean Paul Sartre que encabezaba por las calles de París, las manifestaciones de los muchachos ricos y burgueses de mayo de 1968. Ese señor que no tuvo la decencia de morirse como sí lo hizo Albert Camus, en un perfecto accidente de automóvil.

-Pero en un Vasily Vasílievich Kandinski, por ejemplo, yo veo belleza.

-¿Quién dice que no la haya? La belleza no es sinónimo de “bondad”. Uno de los mejores diseños de uniforme militar es precisamente el del Ejército del Tercer Reich alemán. Aunque sinceramente, la abstracción es más "bonita" que bella.

-En la música tampoco hay ese pensamiento del que hablas.

-Tampoco, por eso es peligrosa.

-No te entiendo, ¿la música peligrosa?

-Lo banal es peligroso. Ya se ha convertido en un clásico la escena de un nazi escuchando o interpretando a Bach mientras a su lado se van fusilando a judíos.

-Pero el problema no está en la música de Bach, está en el nazi.

-Sin duda, pero ningún nazi haría eso leyendo a Bertrand Russell.

-Y además, ¿he de entender que la música clásica es algo banal?

-¿Por qué adjetivas la música, hijo? La música de Mozart, no era clásica para él, era simplemente música. Sus óperas eran muy populares, ¿banales? ¿Existe la pintura clásica?

-No me has respondido. Ningún nazi tampoco escucharía “rock and roll”.

-Tienes razón, ni música norteamericana, ni música negra. Pero debes admitirme que la revolucionaria aportación del “rock and roll” ha terminado formando parte del “show bussines”. Vaya birria de revolución, ¿no?

-La música consuela, padre.

-Claro, consuela a todos, eso es lo malo.

-Me parece que no tienes un buen día. ¿Te has peleado con alguien?

-No me he peleado con nadie, Fidelius, pero sí, debes disculparme, es verdad, hoy tengo un mal día, no me gustan los tatuajes tontos.

-¿Y un aro en una de mis orejas?

-¿Has atravesado el Cabo de Hornos a vela?

-No.

-Pues entonces tampoco.