sábado, 12 de septiembre de 2009
El peletero/El tiempo/Ayer (3 de 4)
18 Noviembre 2008
Solamente quedaba firmar eso que parecía ser un divorcio de mutuo acuerdo en el Juzgado correspondiente.
Concretamos el día y la hora.
Cuando nos separamos me fui a vivir a otra ciudad. Le dije, por decirle algo, que había encontrado un trabajo mejor, que allí me pagaban más. Pero me fui porque quería volver, ir o venir, no sé. El caso es que ahora debía regresar para firmar esos papeles, parecía lógico que el divorcio lo tramitara un juzgado donde se había hallado la vivienda familiar, eso que todos llaman hogar.
Me gustó el hecho en sí de regresar. Psicológica y poéticamente daba sentido al acto.
Regresaba para irme firmando un divorcio.
Rompía un contrato y al hacerlo me iba y al irme regresaba.
Tomé un avión, me fui a un hotel y al entrar lo vi.
Sabía que estaría allí esperándome, era el hombre que ella había contratado para matarme.
Sentado y casi hundido en un enorme sofá, aquel tipo intentaba disimular su condición de asesino sin demasiado éxito.
En realidad era un asesino de pacotilla, era un viejo amigo mío de cuando estuve en el ejército. Esa clase de amistades siempre las mantengo separadas de mis otras clases de amistades. Pocos de mis amigos se conocen entre sí, no saben los unos de los otros. Mis conocidos no se encuentran con otros de mis conocidos, no hay que mezclar vidas y sensibilidades diferentes, la calle no es ninguna cocina.
Naturalmente mi esposa nunca supo de su existencia hasta que yo quise. Necesitaba matarme y sin ella saberlo le puse delante al hombre adecuado. Al menos el hombre que debía aparentar ser el adecuado.
¿Por qué mi esposa deseaba mi muerte?
Cuentan que se mata porque sí, por rencor o por codicia. Se mata también por ideas, dicen. Y se mata por miedo.
El rencor se personaliza en alguien, necesita un rostro.
La codicia es abstracta, no tiene forma, siempre termina siendo un pretexto que en algunos casos da lugar a ideas peregrinas de venganza disfrazada de justicia, de daño reparado, de compensación por el dolor sufrido.
La combinación de ambas, rencor y codicia, da lugar al miedo, que es el que en realidad siempre aprieta el gatillo. El asesino es el reptil que llevamos incrustado en el cerebro.
Él es el miedo.
El miedo es un Dimetrodon Esfenacodonto, o algo parecido.
¿Ése era su caso?
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