miércoles, 23 de junio de 2010

El Peletero/La aguja del pajar (00)


12 Mayo 2010

Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.

00. Presentación. (y 2)

No obstante, quiero asimismo manifestar, y reconocer inmodestamente, que el significado de lo expuesto algo bebe de mí, en su desorden y vaga poesía estoy yo, y aunque sea de una manera imprecisa, difusa y casual, quiero pensar, necesito creer, que mis alumnos fueron del mismo modo también mis discípulos. 

En aquel tiempo, en el que se sentaban en estos mismos bancos en que ustedes se hallan ahora, sólo llegué a ser su depositario, el tesorero de su saber, algo su valedor, un extraño modelo y casi su único lector. Sin embargo, ellos han constituido el fundamento intelectual y la base de todo mi trabajo crítico, académico y docente en estos últimos treinta años, la fuente de mi inspiración y el origen de mi reconocimiento público, de mis premios y medallas. 

En mis archivos, que todo lo guardan, han estado depositados y custodiados sus trabajos y sus cartas, una larga relación epistolar que mantuvieron ambos durante muchos años y que en forma de legado ha llegado también a mis manos, y que aquí, ante ustedes, desvelaré en cada lección.
Durante todo este largo periodo han permanecido, su obra y su correspondencia, casi escondidas y salvaguardadas de miradas ajenas que no fueran la mía. Así ha sido por mi interés en obtener ventaja y provecho profesional de ambos, y, aunque sea difícil de creer, también por pudor y recato.

Sin embargo ahora... el triste fallecimiento de uno de ellos, acaecido hace poco, convierte en polvo toda mi vanidad, la ganancia mezquina y el tiempo pasado. 

Los recuerdos, la propia vida, la mía y las suyas, son ya colores desteñidos, y los sueños que un día tejimos, con una aguja que todavía no hemos hallado, se deshilachan como la mortaja de un moribundo. Su muerte desamparada me demanda, me exige, sacarlos a la luz de forma explícita y pública como si abriera mi propio féretro para dejar que el viento lo limpiara. 

Esos son mis huesos, yo fui, como profesor suyo, una especie de notario y albacea de su aprendizaje, quizás una escalera, y necesito creer también que logré ser su maestro, que hoy, frente a mi nuevo auditorio, siempre joven, demasiado joven siempre, debe repetir en su honor sus palabras y reconocer que fueron ellos los que me enseñaron a mí.

Traten ustedes de hacer lo mismo si son capaces, si no, callen y escuchen.