lunes, 2 de marzo de 2009

El peletero/Poesía Fría-El primer vuelo (y 4)



23 Noviembre 2007

LA TORMENTA

La tormenta tenía dorados cabellos manchados
de negrura y gemía monótona como una mujer
vulgar
que da a luz a un futuro soldado, quizás a un tirano.

Las inmensas nubes, buques de varios pisos,
nos rodeaban, y los hilos escarlata de los relámpagos
se movían rápidos y nerviosos.

La autopista se transformó en el Mar Rojo.
Íbamos por la tormenta como por un abrupto valle.
Tú conducías; te miraba con amor.

(“La Tormenta” Adam Zagajewski)

Adam Zagajewski, es un poeta que por lo poco que sabemos de él, no acostumbra ni tampoco propende a la poesía amorosa. La palabra “amor” es en él poco frecuente.

En realidad la palabra “amor” es muy poco habitual en todos los grandes poetas, casi no la usan, quizás de tan gastada que está, de tan hueca que suena.

Nosotros sospechamos la razón de ello, de su ausencia, en este caso no en lo real pero sí en el verbo, aunque de momento no diremos nada, es todavía pronto para formular eso que en su día llamaremos “Teoría de la complacencia”.

No podemos ni sabemos asegurarlo, pero tampoco recordamos que en las Sagradas Escrituras aparezca una manifestación expresa de amor por los hombres, hecha por el mismo Dios. Tal vez estemos equivocados, no somos expertos en literatura religiosa.

Pero Adam Zagajewski es un hombre de carne y hueso, y deberemos perdonarle que de vez en cuando tenga algún desliz, y pronuncie emocionado, esa palabra equivocada para el bien decir que la poesía pretende ser.

Para completar y redondear su poema hemos pensado que sería adecuado citar unos párrafos de “Vuelo nocturno” de Antoine de Saint-Exupéry, que indudablemente sirvieron para, muchos años más tarde, realizar una de las obras maestras del dibujo de animación, “Porco Rosso”, del japonés Hayao Miyazaki.

En una ocasión nos transfiguramos en Marco Pagot y creímos tener a Gina a nuestro lado (El peletero/Julia-3), pero allí a donde vamos, ella no puede acompañarnos. Y quizás no solamente ella, todas ellas.

Nos gustan los nombres de Fabien, de Rivière, son adecuados para hombres que pilotan aeroplanos entre tormentas. Son nombres dulces, casi femeninos, suaves y tiernos, hay que saberlos pronunciar con el adecuado francés, desde el fondo de la boca, cerca de la laringe, sin llegar a tocarla. Es hasta ahí donde llegan los besos profundos, aquellos que saben darlos, como si fuera el cañón de una pistola en plena boca. Ése es el final de la tormenta. ¿Disparará?

“(…) Fabien emergió.

Su sorpresa fue extrema: la claridad era tal que lo deslumbraba. Por unos segundos debió cerrar los ojos. Nunca había creído que las nubes, de noche, pudieran deslumbrar. Pero la luna llena y todas las constelaciones las transformaban en olas irradiantes.

El avión había logrado de un golpe, en el segundo mismo en que emergía, una calma que parecía extraordinaria. Ni el menor oleaje lo inclinaba. Como un barco que pasa el dique, entraba en las aguas mansas. Se encontraba en una parte del cielo desconocida y oculta como la bahía de las Islas Dichosas. La tormenta, debajo de él, formaba otro mundo de tres mil metros de espesor, recorrido por ráfagas, trombas de agua, relámpagos, pero volvía hacía los astros una cara de cristal y de nieve.”

(“Vuelo Nocturno”, Saint Exupéry)

En nuestro primer canto citábamos a Wallance Stevens cuando afirmaba que “la poesía es el tema del poema”. Y podemos leer también a Borges afirmar lo contrario en su primera conferencia de las seis que impartió en Harvard, “El enigma de la poesía”, en ella nos dice que cometeríamos un error si pensáramos que estudiamos la poesía al estudiar un gran poema o poeta.

Por eso no entendemos que luego afirme que “Los libros son sólo ocasiones para la poesía”. Llevando el argumento al extremo y citando a Emerson, nos cuenta que en alguna ocasión comparó “una biblioteca con una caverna mágica llena de difuntos. Y esos difuntos pueden renacer, pueden ser devueltos a la vida cuando abrimos sus páginas”.

La poesía es la causa del poema y no lo contrario.

No podemos evitar girar del revés la cita y advertir que también podemos matarlos al cerrar esos libros, o peor, olvidarlos. Al decirlo nos estremece descubrir la extraña coincidencia entre poesía y vida.

Este es el momento en el que alguien hablaría de Amor, pero nosotros no.

Preferimos volar, ahora que nos hemos lanzado al vacío, queremos disfrutar de ese vértigo que proporciona conocer cuál es tu nombre y saber quién eres.

Ésa es precisamente la verdadera aventura: “la apertura del sujeto saliendo a la búsqueda.”

Desgraciadamente también es una de las cosas que más rápidas se olvidan.

Aunque así sea, seguiremos una vez más a Borges cuando nos recuerda, citando el primer verso de un poema de Browning, algo que siempre olvidamos.

Que la belleza siempre está ahí esperándonos.

Just when we’re safest, there’s a subset-touch,
A Nancy from a flower-bell, some one’s death,
A chorus-ending from Eurípides

Y precisamente cuando nos sentimos más seguros, llega una puesta de sol,
el encanto de una corola, alguna muerte,
el final de un coro de Eurípides.

Borges nos recuerda también a Rafael Cansinos-Assens pidiéndole a Dios que lo protegiera de la belleza, pues “hay demasiada belleza en el mundo”.

Borges no llega hasta este extremo pero concluye afirmando, absolutamente seguro, eso que acabamos de anunciar, que la belleza siempre está esperándonos. Aunque sea en el título de una película, en la letra de una canción popular y vulgar, nos dice. O en un recuerdo cansino

Porque no supiste entender a mi corazón
lo que había en el,
porque no tuviste el valor
de ver quién soy.

Porque no escuchas lo que
está tan cerca de ti,
sólo el ruido de afuera
y yo, que estoy a un lado
desaparezco para ti

No voy a llorar y decir,
que no merezco esto porque,
es probable que lo merezco
pero no lo quiero, por eso...

Me voy, que lástima pero adiós
me despido de ti y
me voy, que lástima pero adiós
me despido de ti.

(Julieta Venegas)

Y nosotros terminaremos usando nuestra propia memoria y decir:

“se acostaron otra vez, dejando que pasaran las horas en aquella oscuridad tenue, besándose y besándose hasta sólo ser capaces de ver la luz en la niña del otro.”

(El peletero/La habitación 601-2)

Adiós pues.

Mientras nosotros nos alejamos en nuestro aeroplano encarando al sol, el ave tomará tierra para descansar.

Dormirá y soñará, y cuando despierte, renovada, habrá de empezar a caminar.

¿A dónde?, nadie sabe a donde.