viernes, 3 de abril de 2009

El peletero/El ojo y el negro (11)



21 Enero 2008

Querido Teodoro,

¿Recuerdas las palabras de nuestro padre?, ¿recuerdas lo que dijo cuando tuvo que matar a aquel luterano para defenderse? Yo sí lo recuerdo, él decía que en esta vida hay que tratar de ser justo y eso significa ser imparcial y procurar que cada uno obtenga lo que se merece, pero que una cosa es ser imparcial y otra muy diferente es ser neutral, y que por eso, él sería siempre fiel a Roma y al Papa. Deja la política para los demás.

Por otro lado ya sabes que no se puede dar misa y repicar las campanas al mismo tiempo, así que limítate a hacer lo que tú sabes hacer bien, que son solamente dos cosas, pintar, y cuidar y querer a Marta.

Las mujeres en esta parte del mundo somos así, si las quieres todas terminarás por no tener a ninguna, tal vez sea eso lo que le ocurre a tu amigo Saverio.

Tal vez sea eso, o… tal vez no.

En todo caso, gasta la pintura que sea necesaria para pintar esas ubres descomunales que hasta a mí me dan ganas de acariciar, pero que tú no debes acercarte a menos de cuatro pasos de ellas. ¿Me has oído? Como me entere por Marta que has intentado beber la leche de otra mujer que no sea ella, me subo en el primer barco, te bajo los pantalones y te azoto como a un niño. Aunque creo que Marta sería perfectamente capaz de hacerlo sin mi ayuda.

Y déjate de tonterías sobre los mares del sur, esclavas guapas o libres, el genovés te ha llenado la cabeza de sueños de pájaro.

Christian ya está organizando la primera expedición a Génova de pieles de castor americano. Le han llegado puntuales las letras de cambio que los hermanos Iván y Milton negociarán con su propio banco. De momento todo está saliendo bien y a nosotros nos tocará una buena comisión de este negocio que no me gusta, y no me gusta porque le gusta demasiado a Pablo.

De momento está ayudando a Christian en diferentes tareas, es un muchacho listo y creo que también inteligente, pero estas remesas de pieles americanas le hacen soñar con los paisajes de este maldito continente que se lleva más vidas que las que trae. Quien se marcha no regresa.

Además Iván, el judío que elige las pieles, es otro charlatán como Saverio, no para de contar historias de mares lejanos y perdidos, va detrás de todas las mujeres que se le ponen al paso, a todas les dice algo simpático y lo peor de todo ello es que lo es, el muy sinvergüenza, es simpático sin apenas saber hablar la lengua de aquí. Esos judíos hablan de todo un poco, casi parece una jerga que sólo ellos conocen. El caso es que se ha hecho amigo de Pablo y mi hijo se queda embobado escuchándole. Christian no le da importancia, no presta atención a esas cosas, y todo eso es importante, parece que le dé igual que se vaya, que cualquier día alguien nos diga que se ha embarcado.

Por eso, cuando Saverio me enseñó el rostro de su esclava, la miré con aprensión y recelo. Tú te encaprichaste de una ramera negra, que según decías, aunque oscura por fuera, por dentro tenía la carne igual que una cristiana antigua. Que sus labios podían tener el color de las heces, pero que su lengua era pura carne tierna de lechal. Y luego se me presenta tu amigo genovés y me habla de no sé quién demonios de india que en su país no debería ir ni vestida. Y además, en tu última carta, me recuerdas a Isaac, quien al morirse en el parto Sofía, su amada, y en lugar de dejar a su hija recién nacida en custodia, en casa de su suegro, se la lleva con él y embarca hacia no sabemos dónde, al Este afirmaban, buscando el sol naciente, decía él aquella mañana que se fue con la pequeña en sus brazos. Aquel día me morí de pena.

Estoy rodeada de hombres que quieren irse no sé a donde en busca de soles que no existen y de mujeres salvajes que huelen a frutas y a madera, mientras nosotras olemos a sebo y a sangre muerta. Además, llega un genovés que tiene la perversa costumbre de perfumarse como hacen estos afeminados franceses.

-¿Por qué viajáis solo?, le pregunté a Saverio. ¿Nadie os espera en vuestra casa?

-Sí, me respondió sonriendo, un secretario de cabellos grises y de mirada macilenta.

-¿Os burláis de mí?, le pregunté ofendida.

-Sí, me burlo de vos, querida Silvia, me burlo porque os respeto, me respondió con desfachatez.

-¿Y eso?, ¿cómo se come?

-Como a vos os apetezca, me burlo porque hacéis preguntas que ya deberíais haber respondido.

-Debo de ser tonta, pues.

-Viajo solo porque soy un hombre solo. ¿No habíais conocido antes a ninguno?

-No.

-Pues lo habéis tenido siempre enfrente, delante de vuestros propios ojos, casi lo criasteis vos.

-¿A quién os referís?

-A vuestro hermano. Teodoro es un hombre solo.

-Me tiene a mí y ahora a Marta.

-¿Y qué?

-¿Cómo que, y qué?

-Teodoro no tiene a nadie, ni a vos, ni a Marta. Nunca tendrá a nadie, apenas su pintura… ¿No sabéis reconocer a alguien solo? También hay mujeres solas, menos, pero las hay. Si no son ricas son putas o santas, y las que no son ni una cosa ni la otra terminan locas.

-¿Por qué me habláis así?, sin ninguna clase de respeto y con ese sarcasmo hiriente.

-¿Os he herido?

-Sí, lo habéis hecho y no comprendo por qué. Os debería echar de mi casa.

-No lo hagáis, ya me voy yo, y disculpad ese daño que decís que os he causado.

Se levantó, se puso su jubón y su capa, el sombrero, me hizo una reverencia y me dio la espalda dispuesto a irse.

-Esperad, le dije.

-¿Sí?

-¿Qué es estar solo?

-Eso que estoy haciendo ahora, irme.

-Por vuestra culpa en todo caso, tenedlo presente, no me la adjudiquéis a mí, no seáis injusto.

-No lo soy, es por mi culpa sin duda.

-¿Irse es estar solo?

-Sí, estar solo es no tener casa, siempre te estás yendo de todas partes.

-¿A dónde iréis?

-¿Dónde queréis que vaya?, al camino, en el fondo es lo que me gusta, no me quejo, a veces lloro, pero no me quejo, lo busco.

-¿Y esas que decís son amigas vuestras?

-¿Quiénes?

-Amparo y Magdalena.

-¿Qué queréis saber de ellas?

-¿Qué son para vos?

-Amigas.

-¿Un hombre puede tener amigas?

-Si ambos viven lejos y se ven poco, sí.

-¿Y si no?

-Si no… tampoco.

-No me hagáis reír. ¿Tampoco o también?

-¿Queréis ser mi amiga?

-Si me prometéis ser más educado y amable, sí.

-Os lo prometo.

-Entonces seré vuestra amiga

Me pidió la mano y se la di, y con la suya ya enguantada me la giró, quedando mi palma hacia arriba, la besó, besó la palma, justo en el centro.

Cerró mi mano sobre sí misma mientras me miraba, y… se fue.

Besó la palma de mi mano,
mi mano entre sus labios,
y sus labios en mi mano.


Parece un poema, y...una premonición, un deseo de pájaro alto.

No de esos que dicen que levitan, de esos no, no es el deseo de un santo ni de un místico. Es el deseo de uno de esos que vuelan con sus enormes alas extendidas y su pico curvo, tan duro que rompe el hielo y libera al sol.

Decís los hombres que las mujeres estamos locas y tenéis toda la razón, estamos tan locas como lo estáis vosotros. Y las que estamos solas y no somos ni ricas ni putas ni santas, lo estamos más.

Pareció un poema,
pero sólo fue un beso.
Un beso de un hombre solo,
en una mano vacía de mujer,
que no en una de mujer vacía.
Sólo fue un beso,
pero pareció un poema.


Querido Teodoro,

Así terminé la carta ayer, pero hoy es otro día. El sol es distinto y el viento sopla del norte, ya sabes qué significa eso. Frío.

Así pues…no te aproveches querido hermano que al final, transcribiendo la conversación con Saverio, me haya ablandado como una papilla para niños o para ancianos. Recuerda todo lo que te he dicho al principio de la carta. ¿Lo harás?

No lo olvides, si no te azotaré como a un niño. Como a un niño de teta, eso que según parece ahora eres. Se comedido y no te atragantes.

Tu hermana que te quiere.

Silvia.

PD. Teodoro, ¿de verdad te sientes solo? ¿Tan solo que lloras algunas noches? Si es así no te lo calles. Estar solo y ser mudo es doble castigo. Yo quiero a mi familia, pero veo en los ojos de Pablo los tuyos y los de Saverio, y tengo miedo, tengo miedo de verdad. Por eso me casé con Christian, sus ojos miran diferente, a veces incluso, demasiado diferente.

Si recibes noticias de Saverio no te olvides de contármelas.