10. La Gata.
Cuando por treceava vez fui hombre tuve una tienda, cada día pasaba por delante una mujer con paso firme y la cabeza alta, ajada. Al observarla descubría la lejana juventud y la belleza que otros hombres debían de haber amado en ella. No sabía su nombre ni quién era, sólo que cada día pasaba por delante de mi tienda a la misma hora de la tarde, al oscurecer, con tacones altos, decidida, vestido ceñido, un bolso en bandolera, silueta esbelta y el cabello suelto, rizado y castaño claro.
A veces se paraba y miraba el escaparate, otras preguntaba algún precio y pedía ver alguna pieza, al enseñársela sólo me miraba a mí.
-¿Tienes dónde alojarte? –le pregunté un día.
-Vivo en una habitación alquilada -me respondió.
A partir de aquella noche durmió conmigo como una gata en celo, salvaje, parda y clara. Al día siguiente trasladó sus cosas a mi casa.
Por las mañanas la dejaba dormir y me iba a mi tienda. Al mediodía me tenía la comida preparada y por la tarde, al oscurecer, pasaba por delante con paso firme y la cabeza alta, ajada.
Regresaba al día siguiente, casi al amanecer, y lo hacía como una gata en celo, salvaje, parda, y clara.
Eso sucedió la treceava vez que fui hombre.