jueves, 3 de diciembre de 2009

El peletero/Meditaciones (10)



15 Mayo 2009

“La música ens dona consol i ens alleugereix la pena i el dolor sense fer-nos oblidar res”.
(D’un amic)
“La música nos consuela y nos aligera la pena y el dolor sin hacernos olvidar nada”.
(De un amigo)
---------------------------------
Mi burdel preferido lo regentaba un transexual, por eso lo bautizó “La metamorfosis”.
Gregorio, así se llamaba la “Madame”, en honor de Gregorio Samsa, el protagonista del célebre relato de Franz Kafka, estaba viejo y gordo. Yo ya lo conocí muerto aunque todavía no enterrado, para eso tuvieron que pasar unos cuantos años más.
Un día le dimos sepultura en un nicho a ras de suelo, de esa manera depositamos con él todos sus olores y aquellos humores que emanaba su carne desolada.
En sus últimos años lo acompañó un joven blanco de Valladolid, bello, alto y fuerte, con un cuerpo de watusi y ademán de bailarín. También lo cuidaba una india aymara de Cochabamba, pequeña, discreta y menuda, de pocas palabras y de piel muy oscura.
Él era músico, estudiante de violoncello, el único instrumento que se adecuaba a sus medidas, tan desproporcionadas que incluso todas las corbatas le quedaban cortas. Ella decía que era abogada y aprendiz de pintura indígena, el caso es que cocinaba de manera muy aceptable y sabía mantener la casa de Gregorio en condiciones correctas de higiene y orden.
A mi amigo le gustaba oír tocar al muchacho, estar presente en sus prácticas y ejercicios musicales, se callaba y lo escuchaba hasta que se dormía. Solamente se despertaba cuando él terminaba, guardaba su instrumento en su enorme maleta y se despedía.
Gregorio le pagaba sus estudios sin ninguna otra intención que la de pagarle sus estudios, nada más. Únicamente pedía en correspondencia un poco de compañía visual y belleza física humana, la única ya a la que podía aspirar.
El trato con la india fue distinto, él se comprometió a comprarle toda su obra pictórica a cambio de que instalara en su casa y en una de las grandes habitaciones del piso de arriba, las más soleadas, su estudio de pintora, y le permitiera observarla mientras trabajaba y dibujaba sus figuras infantiles y sus flores. También se dormía, sentado en el sofá, contemplándola pintar escenas naifs, idílicas y bucólicas de una América indígena que nunca había existido.
Pero ella se compadeció y terminó quedándose a vivir con él para cuidarlo. En los últimos años pintaba poco porque mucha era la dedicación que Gregorio requería. Enfermo y dependiente absorbía todo el tiempo de las personas que estábamos a su alrededor y lo frecuentábamos. Yo también, terminé visitándolo cada día. Por la tarde merendábamos los excelentes cafés, tes y chocolates que su india nos preparaba, bebiendo a la vez un dulce moscatel catalán y charlando de todo lo humano y un poco de lo divino, de hombres y de mujeres, de putas y de clientes. Y por las noches cenábamos arroces blancos o negros con vino francés, y fruta sencilla de la huerta de un viejo amigo común que todavía conservaba el antiguo oficio de trabajar la tierra, manzanas, peras o naranjas.
Yo, como soy un hombre escaso en todo, tímido y apocado, incluso frente a una mujer, adoptaba el papel de ángel dulce, de alegre querubín. Él, que no temía a nada y mucho menos a los ángeles, adoptaba el personaje de diablo que siempre le había gustado ser, peor que el mismísimo Lucifer excepto por su predisposición llorona y su carácter melancólico y tristón, aunque su empedernida voluntad de querer recordarlo todo no sé si lo convirtió y transmutó en un ser sincero, o bien en lo contrario, en un mentiroso como lo era el maldito dios del rencor y la envidia.
Siempre citaba a Baltasar Gracián cuando afirmaba que “la confianza es la madre del descuido”. Decía esa clase de cosas para provocarnos y al desasosegarnos desvelar nuestra propia desconfianza en nosotros mismos.
Durante toda su vida tuvo mal carácter y un semblante variable, pero su sonrisa nos recordaba a los que pudimos contemplarla la cara de Dios que nunca veríamos.
Murió pronto porque siempre se muere cuando no se debe.
---------------------------------
En su funeral se interpretaron varias obras, entre ellas:
“Damunt de tu només les flors”. Mompou

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (40)


13 Mayo 2009

40. Christiane.

Esa es indudablemente una derivación lingüística secundaria pero mucho más importante que la misma anécdota de la historia que se cuenta en la película, y que a mí, como ya he afirmado, no me gustó especialmente.

Las historias de matrimonios cansados de vivir juntos, buscando placeres casi prohibidos que sustituyan el hastío, me cargan, me producen fastidio y molestia. Eso ya lo he vivido por parte interpuesta, por ser el tercero del trío y, sinceramente, prefiero estar solo que ser un mal sustituto, o que terminar siendo el bálsamo de algún trauma o el mal sueño de una mujer que descubre que no conoce a su marido, que la aburre o no es aquello que esperaba cuando tenía dieciocho años. Todo esto es tan banal que incluso me da vergüenza literaria escribir sobre ello. De lo que quiero hablar es de las pinturas de Christiane y quiero hacerlo solamente porque la pintura en sí misma es siempre una fuente inagotable de anécdotas y sin duda la mejor metáfora del mirar, pues en ella, cosa que no sucede cuando nos miramos al espejo, nos miramos mirando a los demás.

He afirmado que es una buena pintora, y lo es. Pero quizás no merezca estar en ninguna enciclopedia de grandes pintores. Está a caballo de Frida Khalo y de David Hockney, para situar dos referentes conocidos y populares. También tiene evidentes influencias de Monet y destellos incluso de Van Gogh. Algunos desnudos suyos están pintados con una luz blanca, poco amarilla, sin llegar a producir ese desarraigo en el color de la piel del modelo y sin esas posturas abandonadas de los cuerpos tan habituales en mucha de la pintura figurativa actual.

Hoy en día, todo el mundo, cuando quiere parecer interesante y profundo, pinta desnudos como si los vivos estuvieran muertos, es un puritanismo extraño, alicaído y perverso. Casi recuerdan aquellas famosas clases de anatomía, verdaderos espectáculos populares en la Holanda del siglo XVII.

Muchos pintores pintan cuerpos amarillos y sonrosados en esa gama oscura del rosa que encontramos en los pliegues del cuerpo, y en sus arrugas, combinando los colores en las pinceladas, dándoles ese grosor, esa altura y la anchura necesarias que permite que al secarse la carne se agriete como si envejeciera igual que lo hace la propia pintura en la tela y en el mismo pincel si no se limpia con disolventes o aguarrás o se rasca y lima con un cincel.

Así, todo el conjunto consigue presentar una piel que al igual que una tela no sabemos si está mal o demasiado bien iluminada.

A la carne le sienta bien el horno y el fuego, pero no la luz.

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (39)


11 Mayo 2009

39. Traum.

Es curioso, para mí que desconozco la lengua alemana, que la traducción del término “traum”, de “Traumnovelle”, sea para el castellano la palabra: “sueño”. La etimología me parece clara y precisa por su parecido con la palabra trauma.

“Traum” significa sueño. Su origen proviene de antiguas lenguas indoeuropeas que en sus ramas germánicas dieron lugar a “Draum”, de donde proviene el inglés “dream”. Otros caminos la llevaron a convertirse en el griego “τραῦμα”, que se lee “trauma” y que significa básicamente, entre otras cosas, “herida”. O según afirma la RAE, algún tipo de lesión producida por una causa externa y mecánica, aunque también un choque o una impresión emocional con un daño duradero en el inconsciente.

Es muy sugerente que una misma palabra engendre y contenga a la vez dos significados tan aparentemente distintos, aunque quizás no lo sean tanto.

Los sueños siempre eran puertas que nos comunicaban con los dioses, eran sus caminos que nos llevaban hasta ellos. Es lógico entonces suponer que algunos pueblos, como el griego, pensaran que ese “contacto” era una experiencia dolorosa, necesaria, pero “traumática”.

Los sueños, y no solamente ellos, nos hablan de nosotros mismos, y esa es indudablemente una experiencia catártica y difícil, por ello casi nunca recordamos lo que soñamos.

Muchas culturas practican ritos de iniciación en los que se debe “soñar”. Hay muchos métodos para lograr ese “sueño” anhelado y necesario. Desde la mortificación corporal a la ingestión directa de drogas alucinógenas. En ese “traum” se desarrollan hechos y acontecimientos reveladores que casi nunca el propio interesado es capaz de descifrar. Necesita para ello la intervención del chamán. Él desvelará aquello que encierra y oculta. Será ese hechicero el que narre el cuento, pues al fin y al cabo todo termina siendo un relato, un viaje.

Algunos de esos pueblos creen descubrir en las vicisitudes de la historia soñada las claves de un enigma que no es otro que el nombre del protagonista, la verdadera palabra que te distingue de la nada, que te identifica de lo informe y de lo neutro. Esa palabra, tu nombre, tiene poder sobre ti pues ambos sois una sola cosa.

¿Cuál es su poder?, el de ser reconocido. ¿Por quién?, por otro.

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (38)


8 Mayo 2009

38. Epílogo.

Este es un mal epílogo porque es difícil terminar una historia que no tiene final y que tampoco ha tenido principio. Ni siquiera ha sido ni es una historia. Sólo ha tratado de ser una evocación imaginaria de cosas que no han sucedido a través de una conversación entre dos personajes de ficción, “El peletero” y “El Gordo”.

Ambos querían hablar de identidades falseadas siéndolo ellos dos de mí, un disfraz que me oculta y trata al hacerlo de protegerme, no son yo aunque hubo quien creyó que sí. Al final los dos personajes han terminado conversando del paisaje, de seudónimos y de caricaturas, de esos “no lugares” y de la poesía que suponen poseer y necesitar ambos para tratar de ser alguien.

El Gordo ha sacado a colación un oxímoron que titula una película que nunca me ha gustado. En ella se desarrollan unas escenas en una gran mansión a las afueras de Nueva York. En ese palacio tiene lugar una fiesta, todos los hombres visten capa, trajes oscuros y esconden su rostro tras una mascara veneciana. En cambio las mujeres que también llevan antifaz, están todas desnudas. Unos y otros conversan y fornican por las esquinas. Ellos han pagado por asistir y ellas, bellísimas y esbeltas como modelos, son unas prostitutas que hacen muy bien su trabajo

La película es la última que dirigió Stanley Kubrick, “Eyes Wide Shut”, basada en una novela corta titulada “Traumnovelle” (relato soñado), escrita en 1925 por Arthur Schnitzler, fue filmada enteramente en Londres. Sin embargo, la acción transcurre en la ciudad de Nueva York. Los estudios londinenses simularon perfectamente sus calles y su atmósfera. En cambio, o al mismo tiempo, no fue necesario construir ningún decorado para el lujoso apartamento donde viven los dos protagonistas de la historia, marido y mujer. Para ello se utilizó el del propio director, Kubrik, y su esposa Christiane, la residencia que ambos poseían en Londres.

Es un apartamento grande, decorado con muebles y objetos caros y también con las pinturas de Christiane, una muy buena pintora naif. En la película no se retiraron esas pinturas que decoran el piso. Kubrick las mantuvo colgadas en sus paredes y no fueron sustituidas por otras. Son las mismas que él veía cada día al despertarse.

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (37)


6 Mayo 2009

37. ¿Quién?

Cuéntame mentiras, peletero, dime que en aquella época eras bello, y que aunque ahora seas indigno y blanco, entonces fuiste alto y negro.

Dime que tu cuerpo era un cuerpo de guerrero, rudo y fino, de zulú o de comanchero, elástico y duro como el papiro del Nilo.

Dime que tuviste en tu rostro una sonrisa dulce de anciano y una mirada de perro.

Dime que adivinabas el futuro y que dominabas tu deseo, el apetito del hierro.

Dime que ahora escuchas música, peletero.

Cuéntamelo y cántamelo.

Ahora escucho música, Gordo. Ahora bailo quieto. Clavado en el suelo.

Pero en aquel entonces bailaba dando patadas al aire, y movía mis brazos haciendo girar las ruedas de los molinos que desataban los torbellinos.

En aquel tiempo, peletero, calzabas botas de punta y enseñabas un rubí en uno de tus dedos.

Sí, Gordo, ahora canto mudo y no llevo adornos, mi mano enguantada revela que la perdí, perdí la joya y con ella la mano.

Ahora bailo inmóvil, pero entonces danzaba y saltaba, el mar me ocultaba sus simas y yo me contentaba con la oscuridad de aquel pequeño lago que había en el camino de Alejandro. En aquella época el suelo se rompía y yo pisaba las nubes sin llegar a pisar nada.

. . . . . . . . .

Nada.

. . . . . . . . .

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (36)


4 Mayo 2009

Recuérdalo, peletero, no es la primera vez que te llaman sofista y extremo en tus afirmaciones, y tampoco será la última por lo que veo.

¿Por qué te enfrentas a mí?, ¿qué intentas?, ¿Te pueden la soberbia y la envidia?, ¿o en todo caso es la humildad mal entendida? Yo no puedo recriminarte nada a ti. Eres “mi” Gordo, no tengo nada más, solamente te tengo a ti.

Eres un vulgar mentiroso, tienes una familia, un hermano y amigos, todos te quieren, te respetan y te admiran. Yo sí que no tengo a nadie, no soy nada, ni siquiera soy rencoroso como tú, no soy un insulto, ni soy bilioso ni descortés como un poema de Oliverio Girondo.

Lo fuiste, Gordo, lo fuiste, no por mi mano, pero fuiste la vejiga en la que se vertió mucha bilis, ahora te has convertido en un simple problema de obesidad, deberías matar a alguien y recuperar tu vieja personalidad. No agotes mi paciencia, Gordo, no lo hagas. Ya sabes que soy mucho más fuerte que tú y que mi “no”, siempre significa “nunca más”.

Ya hace tiempo que te pedí poesía, peletero. Ahora te la suplico, por el amor de Dios, conmigo no seas cruel y dámela, perdona mis ofensas y mis reproches, disculpa mis riñas, mis palabras duras y tal vez también necias y dame esa poesía que necesito, cuéntame cosas de cuando tú no eras tú. Sabes que he llegado a matar por ti, me has pedido también que diera la cara por ti, que la antepusiera a la tuya, que tratara con muchos con los que tú no querías hablar. Los muy inocentes no sabían con quién hablaban, lo hacía con gusto, era tu parapeto, tu armadura, fui tu escudero y en mi cara hube de recibir la bilis que soltaban para que no te manchara.

No tengo nada de qué disculparte, Gordo, y mucho menos tus palabras que en ningún caso son necias ni ofensivas y sí acertadas y honestas siempre. Eres mi muralla, mi ariete, mi espada y la voz que dice aquello que yo no sé decir, recuerda que de pequeño tartamudeaba y muchos se mofaban, te puedo asegurar que ahora son ellos los que tartamudean y soy yo el que se mofa. Pero dime, ¿qué quieres que te diga?, ¿qué quieres que te dé?, ¿qué necesitas de mí, Gordo?