miércoles, 21 de noviembre de 2018

Els morts (2)


29 Enero 2009

THE DEADS (II)

 

Profesor, como Joyce, Gabriel es un exiliado intelectual dentro de su propio país, y alberga las mismas ideas que su creador en lo referido a arte, política, etc, como queda de manifiesto en el acalorado debate que mantiene con Miss Ivors. “La literatura está por encima de la política”, piensa… Una frase que hubiese querido usar como arma arrojadiza, pero le falta agresividad para construir el argumento y para decirlo en voz alta. Le falta para responder a su oponente con algo más que un vergonzante silencio y explicarle por qué ha exclamado “¡Estoy harto de este país, me enferma!” en un momento de la discusión en que pierde totalmente los papeles. Le falta para firmar con su nombre completo y no solo con sus iniciales las reseñas literarias que escribe para un periódico inglés. Le falta para eso y para casi todo, desgastado por el roce perpetuo y agotador, casi castrante, con la rancia idiosincrasia dublinesa encarnada en su familia y amistades. Hasta el punto de que al final de la obra, a través del narrador, que no es otra cosa que el portavoz del monólogo que transcurre en el interior del personaje, nos llega la imagen que de sí mismo ha conseguido al fin obtener Gabriel, esa que no conseguía identificar del todo en el espejo del vestidor:

Lo asaltó una vergonzante conciencia de sí mismo. Se vio como una figu­ra ridícula, actuando como recadero de sus tías, un nervioso y bienintencionado sentimental, alardeando de orador con los humildes, idealizando hasta su visible lujuria: el lamentable tipo fatuo que había visto momentáneamente en el espejo.

A partir de ahí, el joven Conroy sentirá que tanto él como cuanto le rodea está siendo engullido por el mundo de las tinieblas. El mismo que, probablemente, Joyce pensó que también podría haberlo atrapado a él de haber continuado viviendo en Dublín.

Gabriel no carece de convicciones, pero sí del suficiente carácter y decisión como para mantenerlas. Su opaca personalidad queda de manifiesto desde el principio, en un comentario poco afortunado que hace a Lili, la criada, y que después, aturdido, intenta compensar dándole un aguinaldo. La excesiva solicitud y preocupación por la salud de Greta, cercana a la hipocondría, llega a constituir motivo de hilaridad entre su familia. La discusión con Miss Ivors, de la que no sale muy bien parado, consigue desasosegarlo tanto que respira aliviado cuando sabe que ella no estará presente en la cena ni, por tanto, en el discurso que ha de dar, sobre el que solo le surgen vacilaciones desde buen rato antes de pronunciarlo. Es consciente de todo eso, y le mortifica, pero aún no ha tocado fondo...

REN