Amor y hierro. (8)
No obstante, el tiempo no transcurre en balde, y aquella mordaz ironía, su causticidad elegante y su original acidez que veíamos cuando lo descubrimos en aquel lejano 1970, se han transformado en un inocente y simpático divertimento que resulta ya inofensivo al recordarnos, paradójicamente y en buena parte, los monstruos de los libros infantiles, más simpáticos y tiernos que terribles.
Hoy en día, su “Fornicón” ya no nos perturba como lo hizo el año de su publicación, según parece debemos de haber perdido la inocencia que, sin saberlo, caracterizó nuestra juventud. ¿Por qué?, tal vez porque ya sabemos que más allá de la alcoba en la que jugábamos a ser papás y mamás hay un cuarto oscuro del que es imposible escapar.
A propósito de los juguetes quiero destacar el elogio que en su momento realicé a la máquina, titulado, precisamente y sin demasiada imaginación, “La máquina”.
a él me remito para no repetirme, sólo añadiré a lo dicho que el verdadero dilema que las máquinas nos proponen, al igual que las imágenes, es si deben o no parecerse a nosotros, si han de conservar su aspecto y toda su personalidad de artefacto o bien ser un mero simulacro humano y una copia indiferenciada; hay opiniones para todos los gustos, unos prefieren el caucho y la silicona y otros, en cambio, el frío del brillante acero.