viernes, 30 de enero de 2009

El peletero/Con el labio partido



29 Septiembre 2007

ALGUNAS LÁGRIMAS, LA FOTOGRAFIA, Y UN MINI RELATO ERÓTICO.

En este mundo nuestro en el que se desarrollan las circunstancias de nuestra vida, casi siempre difícil, dura y poco agradecida, solamente hay dos cosas serias y comprometidas, a saber: los toros y el sexo.

Únicamente en ellos dos, la Vida es al mismo tiempo Arte.

En ambos se vive y se muere de verdad… y también se mata y se deja vivir.

Empezaremos por la primera, los toros.

El pasado día 23 de septiembre de 2007, se despedía de España Julio César Rincón, torero colombiano, nacido en Bogotá. Y lo hizo en Barcelona.

A propósito de esa corrida de toros de la Mercè, en la Monumental de Barcelona, y en la que también participó José Tomás, Joaquín Luna periodista de la Vanguardia, al día siguiente, escribe:

“Circula una teoría en Barcelona –nocturna y acientífica- según la cual las mujeres buscan amor para tener sexo mientras que los hombres son una prolongación del foso de los mandriles del Zoo de Barcelona (…) En contrapartida un hombre jamás llora, y menos por un detalle hermoso. El manual de uso del llanto masculino es complejo y aun desconcertante, pero hay que reconocerles a los hombres que cuando lloran es por una causa mayor: los clientes del café de Rick cantando La Marsellesa en Casablanca, por ejemplo”.

Paco March, otro buen periodista de la misma Vanguardia, nos dice del torero colombiano:

“Todo fue una carga de torería que aromatizaba, no ya las suertes, sino cada uno de sus movimientos. En su primero dio réplica a Tomás en el quite por chicuelinas con sus mismas armas, y la faena de muleta fue un curso de tauromaquia de alta especialización, con teoría de las distancias como materia fundamental”.

Y Joaquín Luna termina escribiéndonos:

“¿Qué quiere decir seducir? Administrar los tiempos y las pausas de la lidia como hizo Rincón con su primer toro al que convirtió en el rey (…)”

“Se fue Rincón por la puerta grande de la Monumental, el cuerpo cosido a cornadas y el orgullo del hombre con el deber cumplido” (…) “orgullo de un hombre que, visto lo visto ayer, nació para ser torero y torero sería aun cayendo de un sexto piso”.

“La corrida de la Mercè en Barcelona solía ser una tarde melancólica. (…) Ayer, en cambio, salimos llorados y felices”.

Y ahora continuaremos con la segunda, el sexo.

A Verónica y a mí nos gusta la fotografía y aunque casi siempre terminamos algo tristes al mirarlas, no dejamos de hacerlo. Esa mirada siempre es intrusa y fisgona, aunque lo que miramos no se esconde ni se tapa.

En el sexo también hay el mirar del que mira y el mirar del que se muestra. Y una fotografía es eso, una fotografía solamente es lo que hay en ella, pero eso que hay la trasciende, y trasciende al que mira y al mirado.

Todo es pertinente en una fotografía. Las baldosas del suelo, la pintura de la pared, el maquillaje del rostro, el nudo de los zapatos, los objetos de la estantería, los zapatos mismos, la hora que marca el reloj que hay en aquel mueble de la esquina. Las manos y aquello que agarran o sueltan. Los colgantes y los adornos. Los vestidos. Las sombras de todos aquellos que no aparecen en la fotografía, la imagen del fotógrafo reflejada en la niña del ojo del retratado, todo es oportuno y revelador. Y, para mí, el cabello lo es mucho.

El cabello señala el viento y su dirección, es la bandera del cuerpo. Indica el día y la hora. Hoy al mediodía, ayer, anteayer, o hace dos semanas o veinte meses.

Él nos muestra qué se nos ha quedado enmarañado en su bosque, qué vientos y qué manos lo despeinaron la pasada noche, o aquella otra olvidada, hace ya… algunos años.

Y el labio. El labio es muy importante. El labio partido por una bofetada o rasgado al hablar. Las palabras matan, pero el silencio es todavía peor verdugo. El labio no engaña, los ojos sí.

La boca siempre es un labio partido. Al igual que el cordón umbilical, nos lo cortan al nacer.

Por eso nos gusta besar, para volverlo a cerrar.

Mini relato erótico que empezó a tener lugar una mañana, a primera hora:

Yo me había levantado temprano, ella aun seguía durmiendo, Verónica es muy madrugadora, pero esta vez había ganado yo.

Ya estaba duchado, perfumado, peinado, vestido y a punto de irme cuando la vi sentada en la cama desperezándose, me miró y sonrió. Buenos días amor mío, le dije. Me respondió con otros buenos días más dormidos que despiertos.

Me senté a su lado, estaba despeinada y olía a ella misma, a eso que tanto me gusta, ese olor a carne y a piel, a sudor limpio, aunque todavía conservaba algún rastro del perfume de anteanoche.

Giré su rostro hacia mí y le dije, “esta noche me gustaría hacer el amor contigo”, ¿te parece bien? Se despertó de golpe, abrió los ojos, sonrió todavía más y me dijo que sí, que le parecía muy bien. Nos besamos con ternura.

Me levanté de la cama y antes de irme puse mi mano entre sus piernas, la acaricié suavemente y me llevé su aroma para todo el día.

Hasta la noche princesa, me despedí. Y me fui.

"I don't know the question, but sex is definitely the answer."
(Woody Allen)