sábado, 11 de julio de 2009

El peletero/Cartas de una Dama muy seria (8 de 9)



21 Julio 2008

1 de mayo

Amor mío, a Luis ya hace días que le han quitado el yeso, ha estado cuarenta con él puesto, toda una cuarentena. Lleva un mes con la rehabilitación. Como no va a trabajar (al menos no pisa la oficina pero trabajo en casa sí tiene, y mucho, con el ordenador y el teléfono no para) ahora se encarga él de recoger a los niños en el colegio y traerlos a casa, y también de llevarlos a la piscina, al ballet o, ahí quería llegar yo, al psicólogo, mejor dicho, a la psicóloga.

Al grano, se ha enamorado de la psicóloga ésa y me ha pedido el divorcio el muy sinvergüenza. Esta vez me lo ha pedido, debe de ser más seria la cosa. A mí no me importa, no es nada grave, yo le he dicho que sí y le he presentado toda la lista de cosas que quiero y a las que tengo derecho. Me he informado bien, tengo una amiga del periódico que es abogada y especialista en divorcios. Se le ha cambiado la cara. Y yo me he reído. Ya se le pasará.

He decidido ser sarcástica. Frente a esa propuesta de divorcio de mi marido creo que lo mejor que puedo hacer es ser cínica. Y decirlo con todas las palabras, me importa un pimiento su psicóloga y el color de sus bragas. Aunque esa última frase no es muy cínica, la verdad. Y tampoco me importa.

Lo verdaderamente importante es que te amo y lo mucho que te deseo, amor mío.

Hoy quiero ser tu esclava, deseo ser enteramente tuya, no reservar nada para mí. Todo te lo doy en estos momentos. ¿Qué quieres, mi señor? ¿Mi sexo? Tómalo, de tu propiedad es. Mis piernas, las columnas que flanquean la entrada al templo, se abren despacio para que puedas entrar en él, comer y beber de su carne y de su sangre. Mis propias manos separarán y abrirán las hojas que dan acceso a su más preciosa reliquia, la perla encapuchada que late con vida propia ante tu presencia, que enrojece y se inflama de deseo por ti, húmeda y palpitante, pidiéndote a través de mi sudor que tus labios, tus dedos y tu lengua la profanen.

Cuando rozas el secreto de mis entrañas brota todo mi cuerpo como si diera a luz. Te suplico que continúes. Me abro más, y te hablo. ¿Qué quieres que te diga, amor mío? Lame, besa, chupa, haz que el océano sea el maremoto que agite mis caderas y mis pechos que me acaricio para ti. Tómalos antes de que me hunda en tu boca, tómalos, empapa con mi vientre los pezones y rózalos con tu lengua, chúpalos, te amamantaré con ellos. Mi sexo, aún no satisfecho se agitará, y con él mis caderas, y entre gemidos te suplicaré que termines lo que empezaste. Pero tú, ocupado con mis pechos blancos, dejarás que me consuma en mi agonía, sin piedad. Eres mi Dios, el hacedor de mi placer, tú me lo das y tú me lo quitas. Por fin, con tu boca llena de ellos, tus dedos descenderán para rozar mi vello, los labios que oculta, entreabrirlos. Y mis gritos se confundirán con el llanto desesperado, con el temblor de mi cuerpo, con la súplica de que permitas que la lava que me corre por los intestinos pueda encontrar al fin el desagüe y el abrevadero para salir antes de que me estalle dentro.

Hoy eres mi dueño y me pones al cuello un collar que así lo evidencia y del que, por eso, me siento orgullosa; me colocas de rodillas, me atas las manos a la espalda y te sitúas frente a mí, sujetando tu sexo erecto entre las manos. Lo acaricias suavemente, sabiendo cuánto me excita eso, y te acercas. Intento llegar a él, pero te limitas a rozar mi sexo húmedo, y después mi boca, sin darme opción a capturarlo. Así una y otra vez, apenas puedo rozarlo con la punta de mi lengua en intentos que sólo hacen aumentar mi deseo. Te suplico que no me castigues de esa manera, que me permitas aprisionarlo entre mis labios, lamerlo, besarlo, succionarlo, darte placer. Pero tú no me concedes ese privilegio, sigues moviendo tu pene ante mí, alejándolo y acercándolo para mi exasperación.

Continúo suplicando por él, cada vez más ansiosa, dispuesta a todo por conseguirlo. ¿Cómo quieres hablarme? Hazlo como desees, mi señor, solo soy tu gata en celo, no tengo ahora mismo más voluntad que la tuya, sólo sé que te deseo desesperadamente, haré todo lo que me pidas. ¿Quieres que tu gata se acuclille en la bañera y orine ahí? Eso es algo que te gusta. ¿Qué deseas de mí? Solo dímelo, y lo tendrás, pero déjame tener tu pene en mi boca. Lo besaré con pasión, igual que tus testículos, los rozaré de abajo arriba con los labios humedecidos, subiendo poco a poco hasta tu glande, mi señor, y luego lo meteré entero en mi boca, llena de saliva, para lubricarlo bien. Sujétalo con tu mano, pinta mis labios con tu glande mientras la puntita de mi lengua intenta alcanzarlo, y deja que luego le dé suaves lamidas, alternando con besos y con suavísimos roces con los dientes, a todo lo largo. Introduciré tus testículos en mi boca, jugaré con ellos, y después los abandonaré para dejar que mi lengua recorra tu pene hasta llegar a la punta de la flecha, hasta llegar al pedernal. Con su vértice haré círculos, ochos, y cintas de Moebius, rodeándolo todo, lo chuparé como un helado, y después, apretaré lo suficiente como para que lo sientas preso en ella. Lo beberé, y poco a poco iré engullendo cada vez más centímetros, lo haré llegar hasta el fondo de mi boca hasta casi ahogarme con él, y mis movimientos cada vez serán más rápidos, más insistentes, hasta que, próximo a derramarte, retires tu chuzo.

De nuevo volveré a suplicarte, desesperada, que no te apartes de mí. ¿Qué quiero, me preguntas? A ti, amor mío, lo que te pido es tu semen. ¿Quién quiero que seas? Lo que eres, mi dueño y señor absoluto, el amo de mi corazón, de mis sentimientos, de mi placer, de mi deseo. Dame tu pene, por favor, dámelo. Mi respiración se agita y entrecorta tanto viendo cómo te masturbas, imposibilitada para hacerlo yo porque sigo de rodillas y atada ante ti, que te has puesto fuera del alcance de mi boca, que el deseo hace que mis gemidos se descontrolen. Y cuando veo la primera descarga de semen salir cierro los ojos para aprehender con más intensidad el momento en que bañas con él entera a tu gata, de rodillas, el momento en que me haces más tuya aún.

No quiero que me limpies, sólo que me sueltes las manos, y poder inclinarme sobre tu cuerpo tendido en el suelo, exhausto, y apoderarme de tu boca, de tu lengua, follártela como si fuera ese pene que me has negado casi todo el tiempo, cubrirte de caricias, lamidas y besos ardientes todo el pecho, el vientre, tragarme de nuevo tu polla fláccida mientras me masturbo para ti sin llegar a correrme, solo esperando excitarte con ello. Hasta poder hacerte morir de nuevo entre mis brazos.