jueves, 9 de octubre de 2008

El peletero/La habitación 601 (2)



26 Febrero 2007

Andy Warhol nos cuenta cómo un amigo suyo afirmaba sin dudar que las mujeres siempre buscaban en él, el hombre que no era, y eso era así a causa de las fantasías sexuales que esas mujeres tenían.

Andy Warhol también nos dice que según su parecer el sexo es un acto estrictamente nostálgico. Indudablemente tiene toda la razón al fundamentarse el sexo en el deseo, y éste en el vacío y en la nada que hay que llenar, so pena de morir en vida y permanecer así hasta el día que dejemos de estar vivos y nos convirtamos finalmente en muertos absolutos.

Las fantasías, sean sexuales o no, son indudablemente pura nostalgia al ser elaboraciones teatrales que representamos en el escenario íntimo de nuestra mente. Al igual que la poesía, ellas también intentan detener el tiempo. Si lo lograsen conseguirían calmar el ansia y las nefastas consecuencias del amor. Entonces ya no nos enamoraríamos y ya no buscaríamos erróneamente, como también afirma Andy Warhol, nuestras fantasías en aquellos que no se corresponden con ellas.

Stendhal coincide con Warhol cuando cree que el enamorado proyecta perfecciones en su ser amado. Proyecta fantasías y perfecciones. Las fantasías de perfección son elaboraciones adultas que provienen del hambre de la infancia en su afán por reducir la distancia que hay entre realidad y ficción.

El vació del estómago es equivalente al del cerebro, tal vez por eso Elías Canetti afirma en su “Masa y Poder” que la risa es un acto mental que requiere de los movimientos incontrolados del diafragma para masajear el estómago, calmándole así la sensación de hambre. Humor y sexo siempre han ido parejos aunque es justo reconocer que los grandes amantes no ríen nunca mientras “lo hacen”.

Ortega y Gasset, en su crítica a Stendhal nos dice que el enamoramiento es una patología psicológica que afecta al estado de atención de las personas, reduciendo el campo de visión en un margen tan estrecho que todo termina por difuminarse y en el que ya únicamente se visualiza al ser amado.

Es muy posible que eso sea verdad, en todo caso eso era lo que aquel viajero de barba blanca sentía al escuchar y ver hablar aquella mujer de ojos castaños, de sus últimos veinte años con el que hasta hace sólo cuatro días había sido su esposo, sentada y desnuda en una silla frente a él. El “efecto túnel” era tan potente, la atención era tan máxima que ni siquiera percibía ya su desnudez provocadora y distante, ni el olor profundo y potente que emanaban sus entrañas.

Las mujeres tienen una facilidad pasmosa para hablar del amor, como si fuera un amigo que las hubiera acompañado desde el día de su nacimiento y del que conocieran sus más íntimos secretos. Cuando sus actos las contradicen y las ponen en evidencia jamás tienen la sensación de decir lo contrario de lo que hacen, y afirman sin rubor que el amor es lo más importante que hay en la vida. Y ése, naturalmente, es su gran error.

Desnudo como ella y desde el otro lado de la mesa la oía hablar, seria y concentrada, de un amor de veinte años que a él le parecía la eternidad entera. Nadie puede salir vivo de eso, se decía a sí mismo. Sin embargo allí estaba ella, hablando desde la penumbra de la habitación, con una seguridad en sí misma que producía pasmo en su enamorado oyente. Su vida, decía, se cortaba en dos con su llegada, ¿tal cosa puede suceder?, se preguntaba el viajero. Hasta hacía pocos días él creía que no, que eso no era posible, no se puede cortar la vida en dos, si has vivido con alguien durante veinte años seguirás viviendo con él el resto de tu vida. No hay nada malo en ello, es un hecho incontrovertible de la naturaleza de las cosas y que uno debe saber para no equivocarse.

Él era un hombre solo, a pesar de tener familia, su alma le pertenecía solamente a él. Nadie podía presentar ningún título de propiedad sobre ella. El alma no se vende jamás, excepto al diablo, y las mujeres por supuesto no lo son, que más quisieran ellas que parecérsele; para lograrlo tendrían, no que mentir más, sino saber que lo hacen. Y aquella mujer que tenía delante hablaba como si fuera Dios, que nunca miente. ¿Es eso posible?

Él era, efectivamente, un hombre solo y hay que aclarar que en castellano, ser y estar, no son exactamente la misma cosa. Él no estaba solo, pero sí estaba ahora sentado y desnudo frente a una mesa, al otro lado de la cual había una mujer también desnuda que le contaba su vida y le hablaba de algo absolutamente incomprensible para una mente tranquila: entregar a otro tú propia alma. Eso, por supuesto, además de imposible, es simplemente poesía, más bien barata, vulgar y cursi. Pero ella, mujer culta, instruida y leída, parecía no darse cuenta o no le daba la más mínima importancia a ponerse en ridículo frente aquel hombre que acababa de amar. Hacía unos minutos había abierto su cuerpo para él y ahora le pedía como aquel que pide lumbre para su cigarrillo, su alma a cambio de la de ella. Así de simple y así de irremediable. Ésa parecía una de aquellas mentiras que parecen verdad de tan improbable que es que sean mentira. Nadie puede pedirle a otro tal cosa; entonces, si era una mentira más, ¿por qué lo hacía?, ¿qué quería ganar con ello? ¿Ella realmente creía que las almas se pueden entregar y poseer como se entregan los anillos?

Por más dudas intelectuales que uno tenga, cuando una mujer habla de esa manera es mejor callar y dedicarse a escuchar, y no solamente por respeto y educación. Cuando un hombre tiene la enorme suerte de encontrar tal misterio, es mejor que olvide sus prejuicios masculinos y se entregue decidido a ese placer de los sentimientos. Después que haga lo que crea conveniente. Puede prometer en falso, mentir, engañar y traicionar. Y naturalmente olvidarse de ella, olvidarse como se olvida la infancia y el recuerdo feliz de aquellos primeros años. Él lo tenía fácil, podía hacerlo sin mucho esfuerzo, la distancia lo ayudaría, muchos miles de kilómetros los separaban, países distintos, continentes diferentes, océanos entre ambos y vidas y obligaciones completamente desiguales. Sería fácil encontrar cualquier excusa, cualquier temor, cualquier suspicacia. Los pretextos son gratuitos, las evasivas son cómodas y las huidas, aunque cobardes, son prácticas. También puede suceder que sus temores se confirmen y la verdad acabe siendo una simple mentira. Si es así, aplaudiremos, esfuerzo en mentir al menos sí que lo habrá requerido.

Ortega afirma que el amor es una “creación”, como si fuera un género literario y que “enamorarse es un talento maravilloso que algunas criaturas poseen como el don de hacer versos...” Él había creído que no enamorarse consistía exactamente en lo mismo, que también era una creación, que era un “talento” que algunas personas, pocas, poseen. Él se sentía orgulloso de ello a pesar del rechazo social que las personas solas producen, estaba satisfecho de su estigma y lo mostraba presuntuoso a los demás. Entonces, ¿qué hacía allí, muy lejos de su casa, escuchando a esa mujer pedirle que le entregara su alma?, ¿para qué había ido?, ¿para qué se montó en aquel avión?, ¿por qué se estaban besando ya, nada más llegar, en el taxi que ella había alquilado para ir a recogerlo al aeropuerto cuando apenas habían intercambiado algunas palabras por teléfono y algunas fotografías?¿Tan importantes eran las más de doscientas cartas que ambos se habían escrito en únicamente menos de dos meses? ¿Tanto peso y valor tenían todas aquellas palabras impresas? ¿Qué estaba sucediendo?

De momento lo que sucedía era que anochecía y la penumbra de la habitación se iba convirtiendo lentamente en una sombra grisácea y mate en la que sólo resaltaba el brillo de la piel color canela de aquella mujer que no tenía vergüenza, que no regateaba cuando compraba, ni tampoco cuando vendía y que además sabía poner nombres a las cosas que no tienen nombre.

Naturalmente se acostaron otra vez, dejando que pasaran las horas en aquella oscuridad tenue, besándose y besándose hasta sólo ser capaces de ver la luz en la niña del otro.