sábado, 31 de octubre de 2009

El peletero/Meditaciones (4)



20 Febrero 2009

“Qui vol dona verge, de vidre pren tassa; i aquell que pren viuda, beu amb carabassa” (Disputa de viudes i doncellez, 127)
“Quién quiere una mujer virgen, de cristal toma la taza; y aquél que toma viuda, bebe en calabaza”
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Mi burdel preferido lo regentaba un transexual, por eso lo bautizó “La metamorfosis”.
Gregorio, así se llamaba la “Madame”, en honor de Gregorio Samsa, el protagonista del célebre relato de Franz Kafka, estaba viejo y gordo. Yo ya lo conocí en un extraño regreso a la masculinidad de la que había medio renegado, aunque el falo siempre lo conservó. La edad y la decrepitud recolocan las cosas en su sitio y Gregorio dejó de ser una rubia con sorpresa para convertirse en lo contrario, en un hombre con sorpresa, dos pechos descomunales y barba de dos días a pesar de las hormonas. Es sorprendente, pero todavía enamoraba a jovencitos, a borrachos y a santas con vocación de vírgenes falsas.
No fue él, fue alguien diferente quien en una ocasión me propuso participar en una fiesta con monjas. Serán putas disfrazadas de monja, ¿no?, le pregunté a esa especie de alcahueta. No, nada de falsas, nada de putas, monjas de verdad, jóvenes y maduras, novicias y ya consagradas, te lo garantizo, ¿quieres?, no piden nada, solamente una limosna.
No supe nunca si mentía o no, si aquellas monjas eran de verdad o de mentira, nunca lo supe porque no fui, no acepté, pero la propuesta existió, la anécdota es cierta, tan cierta que no me atreví a que fuera verdad y me quedé en casa viendo la película “The Devils” de Ken Russell.
Nunca he llegado a tener ninguna relación con una monja de verdad, excepto con la hermana de Gregorio que había sido durante muchos años misionera en África, a esa sí la conocí y la conocí bien. Era igual que él, físicamente igual quiero decir. Puede parecer una maledicencia por mi parte, pero creo que necesitaba afeitarse tantas veces como mi amigo. Tenía, para decirlo sutilmente, un físico ambiguo que contrastaba con su voz verdaderamente femenina, dulce, y al mismo tiempo, sólida y clara. Toda ella era sólida y clara, alegre y decidida. África la cambió, al menos eso decía ella, y Gregorio lo confirmaba, asegurando que para mejor.
Una vez me dijo: “Siempre pensamos que los seres celestiales, ángeles, demonios, fantasmas, libélulas, lagartijas y caballitos de mar, tienen alguna clase de ventaja sobre nosotros, creemos que en algo son superiores o que forman parte de un mundo mejor. Decimos que mejor por su falta de carnalidad, suponemos que los seres espirituales están más próximos a la santidad que nosotros simplemente porque no tienen cuerpo. Nada de todo ello es verdad, el cielo no es más que eso que tenemos encima de nuestras cabezas. No hay pájaro ni ángel ni demonio que no estaría dispuesto a regalar todas sus plumas por un pequeño pedazo de suelo”.
La vida tiene grandes casualidades y cualidades poéticas y la hermana de Gregorio también se llamaba Hildegard, como mi puta maestra, pero en este caso era en honor de Hildegard von Bingen, una monja alemana del siglo XII, una mujer ilustrada y avanzada para su tiempo, literata, médico y músico.
Hildegard no renunció jamás a sus hábitos y al regresar de África ayudaba a muchachas africanas inmigrantes a través de su congregación. En su casa siempre había alguna de esas chicas, verdaderas bellezas negras con ese olor un poco especial que tienen y “hacen” las negras cuando te miran.
Ella sabía a qué se dedicaba su hermano, y nunca se lo recriminó, incluso los hábitos que usó para su primera fiesta de “monjas” se los proporcionó ella. A esa “fiesta” tuve el honor de asistir y ser uno de los protagonistas.
Un día le pregunté con diplomacia si se había enamorado alguna vez, si todavía era virgen. Ningún hombre me tocado jamás, me respondió a medias y guiñándome un ojo. ¿Pero has estado enamorada?, insistí. Lo sigo estando, afirmó, sigo enamorada, no he dejado de estarlo en toda mi vida. Piensa, continuó, “que no hay osos entre rosas, sólo una negra que imagina cosas de total sinrazón acerca de la luz de la beldad que por allí anda paseando su última voluntad, a esa negra cualquier virgen colmaría su noche de pasión” (1)
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(1) Parafraseando a Wallace Stevens y su “The Virgen Carrying a Lantern”

viernes, 30 de octubre de 2009

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (10)


18 Febrero 2009

…la última parte del “Ulises” de James Joyce, “Penélope”, el largo monólogo de Marion Bloom es un texto sin ninguna clase de puntuación, es la pieza que teje y desteje en un hilo sin fin la esposa del héroe. Es casi imposible de leer, sin embargo se han hecho unas buenas versiones teatrales de él. Es un texto gramaticalmente tramposo al usar la interjección “y” como sustituto de los puntos y las comas. Te leo un fragmento, escucha:

“…y las castañuelas y la noche en que perdimos el barco en Algeciras el guardián haciendo su ronda de sereno con su linterna y ese horroroso torrente profundo y el mar el mar carmesí a veces como el fuego y las gloriosas puestas de sol y las higueras en los jardines de la Alameda y todas las extrañas callejuelas y las casas rosadas y azules y amarillas y los jardines de rosas y de jazmines y de geranios y de cactus de Gibraltar cuando yo era una niña y donde yo era una Flor de la Montaña…”

Todos los artistas trampean y cazan piezas vivas en tenazas dentadas que amputan las piernas y desangran los corazones que se escapan en cada aullido interminable como si fuera una despedida que nunca llega hasta que te arrancan la piel todavía vivo y todavía muerto sin dejarte morir del todo y sin dejarte vivir la vida que te roban entre las tenazas de ese hierro oxidado...

…luego, peletero, hiciste algo que no debías, publicaste unas cartas que no eran tuyas, violentaste una intimidad sagrada, ensuciaste algo muy valioso. Más tarde también diste protagonismo a una lagartija que todos creen que inventaste cuando lo más gracioso es que existe, es tan real como aquel escarabajo que entró aquella mañana. Nunca había entrado uno en tu tienda antes y nunca ha vuelto a entrar ninguno más después. Éste lo hallaste dentro del tubo de cartón del papel higiénico cuando lo tomaste para limpiarte. Fue una auténtica y verdadera casualidad poética, en una circunstancia extraña, muy triste y casi cómica, una de las más notorias y evidentes en su significado de toda tu vida.

Cuéntala, Gordo, tú la recuerdas mejor que yo.

jueves, 29 de octubre de 2009

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (9)



16 Febrero 2009

9. El peletero colérico.

Sí, tienes razón, peletero, soy “El Gordo”, pero también soy una muchacha, bonita, sexi y rica. Como reza una antigua canción que vuelve a ser popular, “My mum bought me a fur coat when I was fifteen”. Ya sabes que en los augurios y en los auspicios siempre leemos algo de nosotros que no está en el pasado y mucho menos en el futuro, y por supuesto sí que lo está en el presente. Dicen, peletero, que esa es una de las características de la modernidad, tratar de describir el presente, entenderlo es sin duda el reto más difícil. Está claro que tú nunca lo has entendido, si lo hubieras hecho no venderías todavía pieles y yo no estaría aquí hablando contigo. Lo has comprendido todo mal, el nuestro es un mundo de tácticos y tú siempre has sido un estratega, un estratega fracasado. Ambas, la táctica y la estrategia son cosas muy diferentes. Lo has intentado de muchas maneras, empezaste hablando de la cólera y de los mil y un adjetivos que llenaban tu estómago aciago, luego escribiste de jardines, de torres, de harenes y de putas, y más tarde también, cuando el pico del águila apuntaba enfrente, nos contaste cómo un fantasma te escuchaba mientras tú recordabas a los colibríes cantar a las muchachas en flor. Luego te inventaste a padres e hijos, a pintores, hermanos y hermanas que se escribían cartas y conversaban en ellas, incluso…

En él, en el presente, se fundamenta eso que todos llaman psicología y que todavía nadie sabe exactamente qué diablos es…

No me estás escuchando, peletero.

…no, no te estoy escuchando, Gordo. Solamente existe el presente en una muerte perpetua, en una agonía interminable. No sé tanta literatura, pero creo que nunca ha proliferado tanto el monólogo como en nuestros tiempos…

…incluso me inventaste a mí que, como todo el mundo sabe y repite conmigo, solamente hablo de mí hablando de los otros: “Todos me llaman El Gordo”, ¿recuerdas?...

miércoles, 28 de octubre de 2009

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (8)


13 Febrero 2009

8. La certeza.

Eres fino, cruel y delicado cuando quieres, Gordo. Tú y yo, juntos, somos poco más o menos un oxímoron enfático y casi una tautología rigurosa. Tienes una lengua hinchada y obesa que te hace hablar despacio y tardamente, tus manos gruesas te convierten en torpe y tus pies de paquidermo en mostrenco, en cambio, tus ojos siempre han sido pequeños y avispados, tienes vista de abejón, a ti no te persigue nadie y te resulta fácil descansar aunque sea en piedra sin tallar. Tienes razón, Gordo, yo siempre defendí al sistema porque siempre pensé que para volar era imprescindible la ley de la gravedad. También me gustó entrever el otro lado de la tierra, y tocar el piano de juguete que le regalaron a mi hermano, bailar con su música y con ese par que dices que he bien o mal amado. Pero ahora el sistema, como muy bien afirmas, me ha expulsado, a mí y a otros muchos, eso siempre ha sido así, esa es la manera que el sistema tiene de mantenerse relativamente vivo y sanamente activo, soltando lastre. ¿Qué sucede cuando dormimos, Gordo?

Lo sabes tan bien como yo, peletero, el tiempo no se para, pero pasa del futuro directamente al pasado sin detenerse en el presente. Esa es la razón por la que las previsiones siempre fallan y los profetas nunca aciertan. Nunca podemos tener la evidencia de nada. Eres tan grácil como grave, peletero, tienes razón, el peso nos permite volar que no levitar, todos confunden esos dos términos tan distintos. Tú no lo hiciste, siempre conociste cuál es la diferencia entre ambos, lo supiste pronto, pero has entendido tarde que saberlo no tiene ninguna importancia, influencia o consecuencia para las cosas y las personas. Pensabas estar en lo cierto y estándolo es como si te hubieras equivocado. A ti siempre te ha gustado bailar al son de Pascal Comelade con su música que sale de sus pianos de juguete.

Entonces es cuando hay que preocuparse, ¿verdad, Gordo? cuando incluso se equivocan las estadísticas, las profecías, los pronósticos, las predicciones, las conjeturas, las adivinaciones, las apuestas… Cuando no existe la certeza. El gran modisto japonés, Kenzo, cuenta como lo podría contar cualquiera, que:

“Kenzo raconte: “J’avais préparé la collection pour le printemps-été 78 dans l’incertitude. L’Inde de Nehru m’inspirait, mais j’ai brouillé encore une fois les cartes. J’ai introduit le style pirate dans la netteté des tuniques indiennes. J’ai bousculé les règles en dévoyant les accessoires. Cravates géants en guise d’écharpes, (…) A ma grande surprise, la collection fut bien accueillie. Je sais maintenant que, dans la mode, la seule certitude, c’est que rien n’est certain” (1)

Muchos viven de ello, hay profesiones antiguas y modernas que se legitiman en esas presunciones: los oscuros sacerdotes, los jefes y los esclavos, los que quieren mandar como los políticos y a los que les gustaría hacerlo como los politólogos. Los siempre listos periodistas, los que se creen que lo son como los sociólogos, los tontos de remate como los pedagogos, los atormentados psicólogos, los infantiles ecólogos, los sorprendidos epidemiólogos, los racionales genetistas, físicos y químicos y los bondadosos médicos. Los tramposos economistas, los sismólogos, los vulcanólogos, los meteorólogos y asesores de cualquier cosa, entre ellos los coach que enseñan a mandar. Los modistos que esculpen nuevos cuerpos sin usar la cirugía, los peluqueros que han defenestrado los sombreros, los cantantes de moda y los actores y las actrices de éxito que nos regalan sentimientos y emociones. Los artistas, pintores, músicos y escritores que entrevén el futuro recordando el pasado. Y los sempiternos adivinadores, gurús y santones de religiones falsas o verdaderas que para un buen o mal uso ven el miedo en nuestros ojos.

En cambio, tú, Gordo, eres todo lo contrario, eres presente sin adornos.

(1) “Kenzo cuenta: “Había preparado la colección para la primavera-verano 78 en la incerteza. La India de Nehru me inspiraba, pero barajé una vez más las cartas. Introduje el estilo pirata en la nitidez de las túnicas indias. Había forzado tanto las reglas que había pervertido los accesorios. Corbatas gigantes a manera de echarpes, (…) Para mi gran sorpresa, la colección fue bien acogida. Así pues, supe entonces que, en la moda, la sola certeza, es que nada es cierto”

(“Kenzo” Ginette Sainderichin)

martes, 27 de octubre de 2009

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (7)


11 Febrero 2009

7. La ruina.

Sea como sea, esas son cosas que ya no nos incumben, estamos a salvo de ellas, libres de su influencia, para nosotros dos ahora la cuestión es otra. Desconozco qué deseas, peletero, pero yo quiero conseguir un final pactado, o al menos sabido. Piensa, querido amigo, que a estas alturas, a mediados del siglo XXI, habitamos un mundo futurista y post-ecologista, tú eres una buena prueba de ello. Si hubieras vivido lo suficiente habrías vuelto a ser necesario y vestirías de nuevo a mujeres y a hombres con pieles de animales.

Sí, ya lo sé, trabajo la piel y aunque cuentan que me maté tras una curva soy un viejo ya, y eso siempre es futurista, ¿verdad? Sin embargo no seas tan confiado, Gordo, tú sabes que nunca se está libre ni lejos del peligro, del pecado dirían algunos, del infortunio del alma, de la voluntad rendida, ni siquiera cuando se está muerto como dicen que estoy.

Claro, tienes razón, hay que permanecer siempre atento. Yo tengo la edad que tú quieres darme, pero a ti los años te acercan persistentemente al futuro, eres ciertamente un peletero y eres también un “black collar”, arruinado perpetuamente, en un estado de pobreza económica que ya se ha convertido en una forma de vida propia, sui generis y que difícilmente el Estado permitirá que puedas superar, ya lo sabes, ¿no es cierto, peletero? ¿Eres consciente de que has terminado siendo expulsado por el sistema que siempre defendiste? Piensa, al menos, que cuando los señores de la guerra esparzan sus bombas atómicas como racimos de cerezas estarás tan lejos en el tiempo que nadie te recordará, nadie podrá entonces tocarte, estarás a salvo, no de la muerte porque ya estás muerto, pero sí de males peores, la vulgaridad y la memoria, habrás logrado pasearte como un fantasma por este mundo y a pesar de ello ser el hijo de los mejores padres y el hermano del mejor hermano. No es un mal balance, peletero. Además, has bien amado a más de una mujer, un par creo, ¿no? Por cierto, la RAE dice que un “oxímoron, del griego ὀξύμωρον, es una “Combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido; p. ej., un silencio atronador. Sí, lo estás, estás muerto, no me mires de esa manera, te estrellaste contra un árbol al salir de una curva, deberías recordarlo, peletero.

lunes, 26 de octubre de 2009

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (6)



9 Febrero 2009

6. Alicia.

¿Has leído “Alicia en el país de las maravillas”, peletero?

Sí, lo leí en Ostende, cuando estuve en el ejército. Aquella fue una buena época, pagaban bien. En cambio, cuando más tarde empezamos a morir…

Cuando nos empezaron a matar pagaron mejor, ¿verdad?, ¿tú también estuviste allí?

Nunca me he ido. ¿Por qué me preguntas eso de “Alicia”, Gordo?

He leído en otro contexto, fuera del propio libro, una frase de la Reina de corazones que decía que había que recordar también el futuro.

Es un oxímoron demasiado fácil, poco elaborado, es igual que decir que hay que predecir el pasado.

Uno que me gusta es el título de la última película que filmó Stanley Kubrick, “Eyes Wide Shut” (Cerrar los ojos de par en par). La historia tiene una moraleja tonta con un remedo vulgar de aquella famosa anécdota de “Citizen Kane”.

Casi toda la literatura está cimentada en el recuerdo, Gordo, ya lo sabes. Esa anécdota que citas y no cuentas, igual que no explicas en qué consiste un oxímoron, es un buen y un dulce ejemplo de ello.

Tienes razón, peletero, no la cito porque sé que te duele recordarla, la anécdota literaria y la tuya propia. La vivida, al fin y al cabo, es una tontería sentimental y cursi. La literaria en cambio tiene su gracia al escenificar poéticamente un instante. Es una muchacha que viste, cuando eras joven y durante escasos segundos en el autobús o en el metro. Ella no te vio a ti, nunca ha sabido que existes, y desde entonces no ha pasado ni un solo día de tu vida sin que la recordaras, con nostalgia y ternura.

Tú cuentas la anécdota de “Citizen Kane”, que es mucho más inocente, suave, dulce, y casi adolescente, es diferente a esa otra que la protagonista le confiesa a su esposo en “Eyes Wide Shut”. La de Kubrick es ruda y dura, no me gusta.

Es nefasta, peletero, a mí tampoco me gusta.

¿Nefasta, dices?

Sí, funesta, conduce al abismo, a ese agujero, ese pozo negro en forma de hombre bello con el que ella estaba dispuesta a irse, abandonándolo todo por él, familia, esposo, hijo, todo por ése que solamente ha visto unos escasos momentos.

Tienes razón, Gordo, pero es extraño que lo digas tú.

sábado, 24 de octubre de 2009

El peletero/De Meditaciones (3)



6 Febrero 2009

“En fornicació està lo major contrari que pot ésser enfre marit e muller” (Llull, Proverbis, OE, I, pàg. 1253)
“En la fornicación está la contradicción mayor que puede haber entre marido y mujer”.
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Mi burdel preferido lo regentaba un transexual, por eso lo bautizó “La metamorfosis”.
Gregorio, así se llamaba la “Madame”, en honor de Gregorio Samsa, el protagonista del célebre relato de Franz Kafka, estaba viejo y gordo. Yo ya lo conocí gordo, aunque él contaba que en otro tiempo tuvo un cuerpo espectacular. Alto sí era, y las fotos de su juventud demuestran que no mentía. Era una mujer verdaderamente despampanante, una auténtica rubia con sorpresa. “Yo fui una mujer del gran mundo”, decía abriendo los brazos de par en par como si quisiera abrazar ese gran mundo con ellos.
Yo, en cambio, no soy despampanante, tampoco soy una mujer, ni siquiera una rubia teñida con una sorpresa entre las piernas. Tampoco soy extraordinario y mucho menos sorprendente, al menos no lo soy en esos recónditos lugares dOnde dicen que uno debe mostrar la carne de la que está hecha su alma. ¿Dónde?, en las alcobas, en los retretes, en las cocinas, en los probadores de los modistos y las tiendas de ropa, en la consulta de los médicos, en los salones de las peluquerías, en las habitaciones de los hoteles, en los prostíbulos y en los confesionarios de las iglesias.
En realidad soy un hombre torpe e inhábil en la cama cuando en ella también hay una mujer y ninguno de los dos está dormido.
Dormir es una tarea que sé desempeñar de la manera adecuada y conveniente, como corresponde a alguien inerte, basta con cerrar los ojos y pensar que estás muerto. Fornicar en cambio, no, no es precisamente mi don, no nací para yacer con mujeres ni con hombres. Hay demasiadas cosas a las que uno debe atender, muchos objetivos de interés, y para ser honesto y comprometido hay que prestarles toda tu atención con la dedicación y maestría debidas, debes focalizar en ellos tu curiosidad y demostrar con palabras y hechos tus ganas de agradar. Nunca lo consigo, jamás logro satisfacer del todo a mis amantes, que me regañan, me corrigen y me demandan cosas que yo no puedo darles. Tienen razón, en esta vida no todos servimos y valemos para lo mismo, las aptitudes son distintas en cada persona, y yo, he de reconocer, no soy un buen amador, copulo mal, no sé efectuar eso que mis queridísimas amantes dicen, entornando los ojos, “hacer el amor”. Hubo una que incluso me lo decía en francés, “faire l’amour”, con acento gallego y tratando de imitar a la Piaf al pronunciar la “erre” con la campanilla de la glotis en lugar de hacer vibrar la lengua en el paladar, era deliciosa y dulce y se llamaba Maruxa. A muchas les propuse en matrimonio y ninguna aceptó.
La verdad es que me siento culpable y en deuda con mis amigas y compañeras de cama, por eso voy de putas. Ellas me alaban y me elogian, dicen que soy el mejor, me cuentan que han conocido a muchos, pero que ninguno es tan bueno como yo. Ya sé que mienten, incluso a veces mienten demasiado, o demasiado mal, pero para ser sinceros, entre la verdad de unas y las mentiras de las otras, me quedo con estas últimas. Esa es mi verdad, la que a mí me gusta, la que me conviene oír para no tener que acabar en el diván de un psiquiatra, las mentiras de mis muy queridas putas.
Puede parecer mentira, pero la verdad es que no conocí a Hildegart en el burdel “La Metamorfosis”. Recuerdo que Hildegart era esa maestra que ejercía de puta a ratos libres y los fines de semana, para así dejar escapar su furor, el psíquico y el uterino. Nos vimos por primera vez, y por pura casualidad, en una librería llamada “El sí de las niñas”, en honor a Moratín. Quizás ése era un lugar más acorde con nuestras profesiones públicas, maestra y bibliotecario, que un prostíbulo donde desarrollábamos nuestras otras aficiones secretas, de puta ella y de putero yo.
Ambos estábamos enfrascados curioseando los libros, ojeándolos y leyendo de ellos pedazos sueltos o quizás buscando algo que no sabíamos exactamente qué era, cuando la vi de espaldas. Tenía un buen detrás y supuse que su delante era hija de los mismos padres.
Mi padre fue modisto, un sastre humilde de barrio, con mucho mejor gusto para las telas que conocimientos empresariales. Tenía el taller en la propia vivienda donde recibía a sus clientas. Se encerraba con ellas en el probador con cierto disgusto por parte de mi madre. A veces se oían risas.
Él me enseño a coser, a usar la aguja y el hilo, a saber cortar una tela, del derecho y al bies, a tomarles las medidas a las clientas, a dibujar un vestido antes de concebir su patrón, a probar la prenda en el maniquí de madera y en otros de carne y hueso. Lo intentó, pero mis manos han sido siempre torpes, lo han sido con la aguja y el hilo y también con los botones y los ojales. Para vestir a alguien de la mejor manera, me recordaba mi padre, es imprescindible saberla antes desnudar, debes mirar y conocer ese cuerpo que piensas cubrir, sea con ropas, con pieles o con tus propios besos. Lo escuchaba atento, igual que lo hacía mi madre también, pero yo no sé hacer ninguna de esas tres cosas, al menos no sé hacerlas bien, como ellas quieren y les gusta.
Vi que Hildegart hojeaba un libro que yo ya tenía en las estanterías de mi casa. Era: “Superhéroes: Fashion and Fantasy”, sobre una exposición habida, desde mayo a setiembre de 2008, en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York. En ella se mostraban diferentes piezas y vestidos de grandes modistos, Armani, Galiano, Moschino y Thierry Mugler, entre otros. Todas ellas espectaculares, espléndidas fantasías de héroes y heroínas vestidos en esos trajes construidos con acero, plumas, charol y cuero de todos los colores. Arañas, guerreros, serpientes, lagartos, gatas y verdugos.
Me acerqué a ella, “hola”, la saludé. Me miró manteniendo el libro abierto por una página que mostraba un modelo de Mugler que recordaba a Michelle Pfeiffer vestida de pantera negra. Hace un par de meses lo compré, le dije, todavía está encima de la mesita de noche de mi habitación sin desenvolver, ¿quieres que te lo regale? Abrió los ojos sorprendida, se rió y ni me respondió, dejó el libro en el estante y se fue, dándome otra vez su espléndida espalda.
Más nos reímos ambos cuando dos meses más tarde nos encontramos de nuevo en “La Metamorfosis”. Yo de cliente y ella de puta. ¿Quieres que te lo regale ahora?, le pregunté entre risas. Ahora sí, ahora sí quiero, me respondió Hildegart, mientras me llevaba, cogidito de la mano, a su habitación, vestida de leopardo macho y dispuesta a devorarme.
Mientras mordía mi cuello con sus colmillos afilados, recordé a mi padre y al autor de una tesis del siglo XIX, sobre la economía de la costura, que “dividía a las clientas en dos categorías: las mujeres del gran mundo, a las que el modista debe conceder crédito, y las entretenidas, a las que debe cobrar, por adelantado, considerables sumas, si no quiere correr ningún riesgo”. (1)
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(1) “los Magos de la Moda”, “Las entretenidas”, Anny Latour

viernes, 23 de octubre de 2009

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (5)


4 Febrero 2009

Saul Steinberg, que aparece junto a una de sus obras, titulada “La Masque”, en la fotografía que encabeza este post, afamado y brillante artista gráfico, judío de origen rumano, nos explicaba también en el número 30 de “repères, cahiers d’art contemporain”, su punto de vista de las cosas de este mundo, y del arte en particular, en una interesante y muy amena entrevista que le realizó Jean Fremon, aprovechando su extenso conocimiento de otros artistas y pintores, y gracias también a su peculiar humor judío, tan inteligente como cínico y sarcástico.

Solamente citaré un par de reflexiones a cuenta de lo que nos interesa destacar.

A propósito de Barnett Newman, Steinberg nos dice que siempre se preocupaba por la dignidad física del artista y que procuraba dar consejos para mantenerla y no permitir su deterioro. Para ello recomendaba llevar siempre corbata y no dejarse jamás fotografiar riendo. Es curioso que eso lo dijera alguien que pintaba abstracción aunque fuera enmarcada en el llamado “expresionismo abstracto”, un casi, pero muy bello y logrado oxímoron.

Como todo el mundo puede darse cuenta, ese es un consejo que hoy en día nadie sigue, la corbata está en desuso y todos ríen en las fotografías “incluso o excepto” los que no saben posar o no son fotogénicos. Todos ríen y nadie sabe por qué.

Sobre Picasso, Steinberg dice que el genial malagueño pensaba que lo esencial para un artista es parecerse a sí mismo, ¿eso qué es, cómo se consigue?, intentando que su trabajo se le parezca, afirmaba el genio, o dicho de otra manera, que el rostro de un artista sea una especie de autorretrato, y que para ese artista, su propio rostro se convierta en un ensayo crítico de su obra, dice Steinberg que decía Picasso. Esa es una manera bastante alambicada y fatua de afirmar aquello tan sabido de que a cierta edad uno termina por tener el rostro que se merece, sea artista, comerciante, bandolero o taxidermista.

Steinberg continúa afirmando también que hay muchas cosas en la vida que no parecen ellas mismas. Nada más alarmante que un galgo obeso, dice. Es igual para las personas, afirma que ellas no consiguen parecerse a sí mismas excepto con la condición de llevar una vida “lógica”.

Yo no estoy muy seguro de que sea así, me temo que la lógica en la vida, que no la lógica de la vida, te diluye en tus propios componentes, en una especie de implosión, de sopa o de niebla espesa que no permite verte en el espejo, mejor dicho, algo sí ves, pero no sabes qué demonios es, casi como lo que les ocurre a los recién nacidos que ven pero no saben qué es lo que ven. Eso no tiene nada que ver con parecerse a sí mismo, a no ser que al lograrlo termines como algunas gigantes rojas que después de implosionar y de explotar no acaban convertidas en un grandioso y memorable agujero negro y sí en una tonta y triste enana marrón, en ese proceso vital que los físicos llaman de manera magistral, “la secuencia principal”.

Es en estos casos cuando las personas terminan mirándose al espejo sin reconocer nada, y al igual que con los sonámbulos uno no debe jamás comunicarles la verdad, so pena de provocarles un mal irreparable, un vahído, algo así como un “ictus veritatis”, que les conduzca directamente y sin preámbulos allí.

¿A dónde? Allí, ¿a dónde sino?

jueves, 22 de octubre de 2009

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (4)


2 Febrero 2009

4. La caricatura.

Sea como sea, ese diálogo, al igual que casi todos, acaba por ser una plática vaga, medio entretenida y medio aburrida, confusa, indefinida y desordenada, en la que las frases no siempre son la consecuencia de las habidas antes, y sí de las dichas muchísimo antes, y hasta incluso, un tiempo después. Como cabe suponer, los dos protagonistas hablan también, y solamente, de objetos, entes y personas que han sido así mismas imaginadas, inventadas, como ellos dos lo son, o en el mejor de los casos, burdas imitaciones del modelo real. Pues eso es lo que al fin y al cabo parece que somos, un modelo a imitar.

Quizás ése sea nuestro objetivo en este mundo, lograr un buen retrato de nosotros mismos, y si también somos capaces, hacerlo de memoria, sin mirarnos al espejo.

Al peletero y al Gordo les une una rara vocación, ser perros de presa, presos de un ansia de sabueso. Deben encontrar un recuerdo, recuperarlo para seguir buscando. El Gordo busca para el peletero y el peletero busca para mí. Los tres somos poca cosa, débiles y extraordinariamente vulnerables y nadie debe pensar que ello es una modestia impostada, si no lo fuéramos ya no buscaríamos más, si no lo fuéramos aquello que hallamos un día no sería ni siquiera un recuerdo y no nos seguiría doliendo hasta hacernos olvidar el dolor de morir.

Hace un tiempo destacaba en “El peletero simulador” una anécdota muy sugestiva y graciosa, y aunque sea repetirme pienso que es una buena manera de empezar. Es decir, cuento que contaba que: “En “Los siete pilares de la Sabiduría”, T.E. Lawrence nos cuenta que en una de las interminables y múltiples comidas a las que es invitado por parte de la aristocracia beduina en sus amplias y hermosas tiendas, a cada uno de los comensales se le pide, para amenizar la velada, que explique una historia ocurrente y graciosa, un “chiste” incluso. Al pobre Lawrence no se le ocurre nada que contar, al final y como consecuencia de una buena capacidad de improvisación obsequia a todos sus compañeros con una imitación de cada uno de ellos, de su manera de hablar, de sus acentos peculiares, de su gestualidad, de su expresividad. La sorpresa de todos es mayúscula, pues y según parece, en la cultura bedú no era nada habitual la caricatura. Después del primer desconcierto y boquiabierto y fascinado silencio entre los comensales, estallan las carcajadas sinceras y Lawrence es querido un poco más por sus amigos.”

miércoles, 21 de octubre de 2009

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (3)


30 Enero 2009

3. La soledad.

¿Este mundo virtual tiene contactos con el real?, naturalmente, ambos se entrecruzan pues al fin y al cabo son personas las que están detrás de sus avatares digitales. En muchos casos llegan a conocerse, a escribirse, a hablarse por teléfono. Incluso los más osados o los más ingenuos llegan a enamorarse, a tocarse y a besarse. Algunos hasta construyen puentes y se imaginan haciendo planes, satisfaciendo deseos y proyectando futuros.

¿Es todo mentira?, claro que no, incluso es necesario decir que casi todo es verdad, este es el drama. Pero es una verdad rara, protegida, revestida de una armadura, es una verdad débil, frágil. Es una verdad construida con miedo, vulnerable, fácil de herir. Tal vez no sea realmente la verdad y únicamente sea ese miedo. No lo sé. Aquello que define en verdad el miedo es que es pura verdad. De la misma manera que la única cosa que comparte al mismo tiempo, verdad y miedo, es la triste y penosa soledad.

La “blogosfera” es un paisaje desolado, no por vacío, todo lo contrario, por excesivamente lleno. Es una metrópolis gigante, superpoblada, es un hormiguero, es un pajar en el que es muy difícil encontrar la aguja, aunque sea sin hilo que traspase su ojo.

Yo lo logré.

¿Es pues “El peletero” una ficción? ¿Quién habla con el Gordo?, ¿él o yo que lo inventé? Hablo yo, claro está, pero, ¿al hablar miento?, ¿o ellos dos hablan por mí?, la verdad es que al final ni siquiera yo lo sé.

Y si lo sé, no lo diré.

martes, 20 de octubre de 2009

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (2)


28 Enero 2009

2. El heterónimo.

Ya sé que se ha hecho antes y Pessoa lo logró de manera magistral. Todos repetimos el mismo gesto al comer y los restauradores inventan nuevos platos igual que cocinan viejos.

No pretendo ni oso emular al portugués ni a otros que como él usaron los mismos trajes. Solamente deseo repetir a mi modo aquello que unos antes han repetido de otros y de esta manera, sucesivamente, perpetuar el eco.

Así pues, los siguientes capítulos pretenden ser, modestamente y más mal que bien, una reflexión desordenada y con poca ilación sobre el simulacro, la representación y el remedo, esos intentos falsarios por sustituir una cosa por otra en un ardid engañoso y embaucador. Ésa es siempre una pretensión vana, extraña y permanentemente fracasada.

De ese fracaso, y de su consiguiente desengaño y desilusión, se desprende y pende, como un hilo de su ovillo, la identidad.

Para hablar de ello he pensado que lo más adecuado es desarrollar una conversación entre dos protagonistas imaginados que no seres reales de carne y hueso, “El peletero” y “El Gordo”. Los dos son sendos personajes literarios, y al serlo no tienen identidad puesto que carecen de una voluntad propia, independiente y libre. Ambos son, por tanto, un mero producto de ficción, un simulacro de otra cosa, pues el segundo es un invento del primero y el primero lo es mío. Yo creo y fabrico al “peletero” y finjo que él escribe las historias del “Gordo”. Eso ha sido así a lo largo de muchos meses, y aunque la idea empezó mucho antes, no se materializó hasta que no abrí un blog titulado precisamente “El peletero”.

Un blog es una página abierta al mundo en la que si lo permites, esa es su esencia, cualquiera puede entrar y dejar escrito su comentario, oportuno, apropiado o completamente fuera de lugar. Si eres educado respondes, y lo haces según tu parecer, de mejor o de peor manera, aparentando ser tú mismo, o bien un canalla, quizás un caballero gruñón, o fingiendo incluso ser el mismísimo faraón. Para que eso ocurra primero tienes que ser visible, darte a conocer. Tal cosa solamente se consigue visitando los demás blogs, las páginas abiertas de los otros, siendo tenaz y persistente. Si miras te ven, si hablas te hablan, si vas vienen. Es igual que en la vida real, pero con una diferencia notable, es más fácil mentir y construir una identidad falsa, eso que hacemos todos en la vida “analógica”, unos más y otros menos, algunos pocos mucho, y otros muchos poco, o viceversa. ¿Por qué?, quizás por esa razón que menciona Pico della Mirandola, porque nuestra identidad no está definida de antemano y todos queremos ser dueños de la nuestra. O eso decimos que queremos.

lunes, 19 de octubre de 2009

El peletero/Conversaciones con "El Gordo" (1)

26 Enero 2009

“Si hoy pudiera comenzar de nuevo, procuraría deleitarme doblemente con esas dos dichosas circunstancias de éxito literario y del anonimato personal, publicando mis obras bajo un nombre distinto, imaginario, un seudónimo, pues si la vida en sí ya está llena de atractivos y de sorpresas, ¡cuánto más no ha de estarlo una vida doble!

(“El mundo de ayer”, Stefan Zweig)

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1. El misterio y el limo.

Pico della Mirandola afirmaba que el ser humano carece de identidad y que gracias a ese supuesto defecto de fábrica puede elegir cualquier personaje, puede hacer consigo lo que desee. Dice también que su esencia se halla en su libertad, y que gracias a ella no está definida ni delimitada de antemano.

Ignoro si el aserto anterior es cierto o no lo es. Pero sí sé que el ser humano utiliza su libertad para todo aquello que cree más conveniente para sí. No obstante, el criterio que usa es casi siempre poco claro, también es obstinado y perseverante como lo son las aguas confusas de los deltas de los ríos cuando penetran en el mar.

Visto desde el aire el océano parece llenarse de un fango que empuja con la fuerza de un titán. Ese río que desciende de las montañas es un ariete que quiere preñar el mar y un atlante que pretenden cargar con el mundo y llevarlo en sus espaldas.

El río es un limo que las aguas han arrastrado desde las mismas fuentes para terminar diluido en la inmensidad. La frontera es clara, cada cual tiene su color, uno es lodo de caña frente al azul marino, oscuro, ancho y hondo del abismo. El criterio humano también es turbio porque siempre se halla enfrentado como esas aguas que empujan contra esas otras que se mantienen indiferentes, ignorantes y desafectas, tal es su poder, el de ese mar, el del mismo universo y de todo aquello que hay más allá.

Azar y necesidad, razón y deseo. El misterio que se le opone al ser humano es una frontera clara y nítida y lo es porque no es otra que la muerte, no hay igual, no hay ninguna mejor. La vida casi parece una cárcel de la que debemos huir porque la libertad que disfrutamos en ella nos impide saber quiénes somos. Nada más fácil entonces que mentir para sobrevivir al reto de ser libres. Es casi un destino inevitable porque cuando se ansía conocer la verdad siempre se termina por olvidarla. Es entonces cuando la tentación que produce el fracaso nos lleva a pensar que ni la verdad ni la mentira son reales, queremos creer que ambas son meros inventos de filósofos locos. Si así fuera, ésa sería la esencia de la libertad, pero no es así.

sábado, 17 de octubre de 2009

El peletero/Meditaciones (2)



23 Enero 2009

“E aprés de les paraules se n’entraren en la cambra, e en aquella se tancaren; e aquí micer Lambartusio comensà a fer son delitós joch” (Decameron, fol. 216v)
“Y después de las palabras entraron en la habitación, y en ella se encerraron; y aquí, mi querido Lambartusio empezó a hacer su delicioso juego”
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Mi burdel preferido lo regentaba un transexual, por eso lo bautizó “La metamorfosis”.
Gregorio, así se llamaba la “Madame”, en honor de Gregorio Samsa, el protagonista del célebre relato de Franz Kafka, estaba viejo y gordo. Yo ya lo conocí viejo, es esa clase de personas que nacen con una edad determinada y ya no se mueven de allí, nunca envejecen porque nunca fueron jóvenes.
Gregorio fue un actor de poco éxito en su juventud. A él le gustaba el escenario y el aplauso, pero sus cualidades eran y son las de productor. Organizar y conseguir que parezcan reales y verosímiles, ideas y deseos que nunca formarán parte de la experiencia.
A mí me gusta mandar, ser el señor de la casa, el general de los ejércitos, el almirante de la flota y el Marqués de las Marismas Tristes, rodeado de criados y sirvientes. Incluso me apetece ser el humilde profesor de escuela que mandando enseña.
Toda educación tiene algo de adiestramiento, de domesticación y también de entrenamiento. Se sabe sabiendo, practicando cada día el exquisito arte de la humildad y la curiosidad. Se enseña enseñando, marcando el camino que debe llevar al mar, señalando cómo deben abrirse las puertas y desabrocharse los pasadores de los corpiños, los botones de las armillas y las cremalleras de los pantalones.
En el burdel de Gregorio tenía mi aula particular, mis alumnas eran todas putas que simulaban ser alumnas sin esconder que eran putas. Eso era lo que más me gustaba, que en el fondo, aunque fuera en el fondo de su cuerpo, dijeran la verdad.
Pero a veces, en alguna ocasión especial en la que me sentía más Triste que Marqués, me gustaba ser alumno y aprender de alguna maestra experta. Gregorio tenía a la mujer adecuada, profesora de Instituto de Secundaria y puta. Ambas cosas y las dos casi al mismo tiempo.
Hildegart, ése era su noble nombre de guerra, en honor de Hildegart Rodríguez Carballeira, asesinada por su madre el 9 de junio de 1933, trabajaba ciertamente en un Instituto en el que enseñaba Historia Universal. Antes de conocer a Gregorio, a través de un amigo común, sufrió depresiones originadas por su trabajo, sin objetivo ni destino puesto que su saber a nadie interesaba, y menos que a nadie, a sus alumnos. Fuente de frustración constante, su labor docente llegó a significarle casi una tortura a causa de los malos tratos de palabra y casi de obra de sus discípulos.
Gregorio le dio la idea, “hazte puta”, le dijo, la gente paga para que los humillen. Es lo mismo que has hecho siempre como maestra, y lo que es peor, como funcionaria pública. No notarás el cambio. El Estado te paga para que te desprecien, en mi burdel, en cambio, serás tú la que humillará a tus alumnos, además, te lo agradecerán, mis clientes te valorarán en lo que sabes y en lo que eres, su dueña y señora. Puta, sí, pero su reina.
Debes saber, le decía Gregorio, que en esta vida solamente podemos ser tres cosas, amo, esclavo o puta. La mejor es siempre la tercera, no tengas ninguna clase de dudas, sé de qué hablo, yo he sido las tres, aunque no al mismo tiempo.
En mi casa podrás resarcirte de todos estos años de sufrimiento, además, equilibrarás la balanza de tus días pasados con todos estos días futuros, rellenos de promesas como si fueran un pavo asado.
Pero todo será mentira, le respondía Hildegart. Claro, mi niña, todo es casi siempre mentira, ¿o es que pretendes que sea verdad?, ¿los quieres realmente maltratar?, ¿hacerles auténtico daño?, no puedo creer que seas tan mala, le respondía dándole un suave beso en los labios.
Hildegart dudaba y pensaba que Gregorio quería que se sintiese culpable de algo, quizás incluso del daño recibido.
Piensa, querida mía, que “simular es obtener información que se genera en experimentos inventados y que la simulación puede describir, predecir y, por lo tanto, sustituir a la experiencia” (1)
Hildegart, que no tenía un pelo de tonta, le indicaba: esa es la esencia del juego, ¿no? Claro, vida mía, le respondía Gregorio, y mi casa es la mejor casa de muñecas que puedas hallar. ¿No te gusta jugar, mi amor?
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(1) “Ideas sobre la complejidad del mundo”, Jorge Wagensberg

viernes, 16 de octubre de 2009

El peletero/Meditaciones (1)



21 Enero 2009

“Quatre coses són ses duptar / qui no s poden sadoylar: / la mar, lo cony de la putana, foch, e avar, causa certana. / Puta és fiyla de satan, / car la ressembla pe rengan” (Facet, fol. 240, vv. 1605-1610).
”Cuatro cosas hay, sin dudar, que no se pueden soslayar: el mar, el coño de la puta, fuego y avaricia, cosa cierta. La puta es la hija de Satán, pues se le parece por engaño”
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Mi burdel preferido lo regentaba un transexual, por eso lo bautizó “La metamorfosis”.
Gregorio, así se llamaba la “Madame”, en honor de Gregorio Samsa, el protagonista del célebre relato de Franz Kafka, estaba viejo y gordo. Yo ya lo conocí soltero, si así puede decirse de alguien que nunca ha estado casado ni ha querido estarlo jamás, digamos que no tenía pareja estable. A mí me tiraba constantemente los tejos. No sé cómo lo hacía pero cada dos por tres se me aparecía medio desnudo, con su tanga estrecho que no podía tapar sus atributos de hombre que siempre quiso conservar. Medio en broma y medio en serio me decía que su religión le prohibía casarse, y al decírmelo, y sin venir a cuento, me miraba como si yo fuera un pollo asado. La transexualidad anciana es todo un espectáculo de vida como lo es la misma vejez, pero si a ella le añades la ambigüedad sexual del alma y del cuerpo, la decrepitud que conlleva se convierte en un raro triunfo. Gregorio era un intelectual y un poeta, y yo, aunque bibliotecario, todavía no era ni soy homosexual.
Éramos y somos amigos. Pero nunca rebaja el precio de los servicios que se prestan en su “La metamorfosis”.
Él es un hombre arruinado, aunque antiguamente su familia fue rica, y aunque ya ha recuperado casi todo su patrimonio perdido, considera que la ruina es un estado del alma, dice que no es un asunto económico y sí una actitud frente a la vida. Siempre recalca la palabra “frente” mientras me muestra uno de sus enormes y caídos pechos hormonados y me saca la lengua y la mueve como si fuera una batidora lista para hacer una buena mayonesa.
Yo, en cambio, soy un simple funcionario del Estado que trabaja en una de las múltiples bibliotecas públicas. Estoy tan viejo como él, pero no me tiño las canas ni me depilo nada más que mi sexo, me gusta verlo lampiño y tan calvo como mi glande y mi lengua, y según me dicen, a las putas también les gustan los penes y los testículos afeitados. Habrá de todo creo yo. El origen de mi familia, en cambio, es humilde, yo tengo una buena cultura y saberes que no sirven para nada, y simulo ser un hombre sofisticado y refinado, amante de placeres elevados y lector de libros eruditos. Colecciono viejas estampas y dibujos eróticos y pornográficos. He tenido unas cuantas novias que parecían ser mi complemento perfecto y yo el de ellas. Pero soy una persona envidiosa, disfruto de celos de largo recorrido. No deseo lo ajeno, me importa un rábano eso que poseen mis vecinos o amigos, pero envidio a los patricios que tenían esclavos y esclavas, o al menos sirvientas.
Por eso acudo a “La metamorfosis”, Gregorio me prepara un buen decorado que simula una mansión noble del siglo XIX, con las paredes empapeladas de dibujos barrocos, con grandes sillones y camas con baldaquines, muchas cortinas y almohadones. Yo me visto de señor y me dejo servir por varias criadas, gordas y gráciles, viejas y jovencitas. Me miman, me bañan y copulan conmigo. Del derecho y del revés, por delante y por detrás. Me dicen que me quieren y se tragan todo lo que les doy, agradecidas. O bien lo hacen a regañadientes, como si las forzara, o como si pidieran limosna. También como si se les hubiera aparecido el Arcángel Miguel, deslumbradas al desabrochar mi bragueta y extraer con ansia famélica mi maza sonrosada.
Unas veces soy el venerable señor de la casa o un anciano depravado. Otras el hijo pequeño, ingenuo y adolescente todavía, y en ocasiones soy el joven prometedor, hermoso y galante que seduce a hijas y a madres.
Otras me atan y me penetran con penes falsos de hierro colado y me dicen que valgo menos que la suela de sus zapatillas.
Las putas de Gregorio son unas buenas profesionales, las noveles y las muy veteranas. Las que dicen que son solteras y las que me cuentan que son casadas y que su marido no lo sabe. ¿Por qué eres puta?, les pregunto. Cada una me responde cosas distintas y todas, todas ellas son mentira. Pero a todas, a todas ellas les gusta que les cuente historias, que les lea libros y que les dé consejos para nada pero que parezcan que son para algo.
¿Te gustan las estrellas? Escucha: “Estrellas R Coronae boreales. Se trata de supergigantes que muestran durante largo tiempo un brillo constante, para luego, repentinamente, sufrir un descenso de varias magnitudes. Después se produce un nuevo aumento de su brillo, ya sea inmediatamente o tras una permanencia más prolongada en el mínimo. La causa permanece inexplicada. Se conocen 32 objetos de este tipo”. (1)
¡Oooh!, lo mismo que me sucede a mí, me responden complacidas consigo mismas.
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(1) (“Atlas de Astronomía”, Alianza Atlas)

jueves, 15 de octubre de 2009

El peletero/Memorias de "El Gordo" (y 6)


19 Enero 2009

Muchísimo tiempo después, no sé cuándo ni qué fue, tampoco recuerdo dónde. Si explotó mi estómago o la bala se alojó en mi corazón en mitad de mi caminata dominical o sacando al gato a pasear porque perro nunca he tenido.

No recuerdo si eso sucedió en mi cama, en la de un hospital, en la de alguna de mis amantes o en medio de la calle, tirado en el suelo. De verdad que no lo sé porque no consigo recordar las cosas con claridad. Solamente puedo afirmar que al despertar no conseguí ver más la luz.

Desde entonces todo está a oscuras y no puedo saber qué sucede a mi alrededor. Apenas oigo unas voces lejanas que no logro distinguir ni escuchar con precisión.

Nadie me responde y nadie me pregunta nada. Ignoro qué me sucede pues únicamente puedo hablar conmigo mismo. Es un estado extraño que no logro comprender, no sé cuál es exactamente mi situación.

Nada me duele, no noto ya mi cuerpo gordo y pesado, es una ingravidez agradable, y dispongo de todo el tiempo del mundo para tratar de recordar y darme cuenta de que aquí también hay algo que no encaja, que hay algo fuera de sitio, algo que sobra o algo que falta.

Creo que sé que es.

Me doy cuenta que siento nostalgia de la luz, que añoro mis ojos y aquello que veían,

cuando, a pesar de todo,

a pesar de los muertos y a pesar de los asesinos,

a pesar de aquellas paredes desnudas y de aquellas flores sin florero,

a pesar de mis manos sin guantes y de las cabezas sin sombrero,

mi cuerpo vestido o desnudo te deseaba, mi voz te llamaba, y yo, solo o más solo todavía, te amaba.

Al fin y al cabo, entonces,

a pesar de unos lentes de más o de unos ojos de menos,

todo encajaba,

todo tenía su sitio,

nada estaba fuera de lugar,

y así nada sobraba

y de esa manera tampoco nada faltaba.

Me doy cuenta de que a pesar de todo y a pesar de vivir,

todo tenía sentido porque te amaba.

miércoles, 14 de octubre de 2009

El peletero/Memorias de "El Gordo" (5 de 6)


16 Enero 2009

Un error en el orden de las cosas, algo así como un fallo en eso que llaman el continuo espacio-tiempo. Un problema de disposición en la forma en cómo los entes y los objetos se sitúan unos al lado de los otros y unos después de los otros. Cara a cara o de espaldas, pegados o a dos metros de distancia. Uno de rodillas y el otro de pie, o bien, uno encima del otro y el otro del mismo modo. Por turnos, al mismo tiempo o al revés. Incluso en ocasiones, uno debajo y el otro también. Es una cuestión de protocolo. Un cadáver siempre está fuera de lugar, no pertenece al mundo de los vivos. Aunque cada vez está más de moda en los buenos restaurantes la carne fría o directamente cruda, apenas aliñada. A mí me gustan los alimentos macerados, pero siguen teniendo aceptación los flambeados, es bonito ver la antorcha en tu plato. Es un faro que nada advierte, que sólo reclama tu hambre.

En cualquier caso, morirse es siempre un error, sea en la cama de tu amante, en la de un hospital, o tirado en la calle con una bala en el estómago o con el corazón reventado por un infarto tonto en mitad de una caminata dominical o sacando al perro a pasear.

Lupita mataba sin darse cuenta a sus amantes y yo le aseaba la cama como si fuera la chica de la limpieza. Barría los bajos y baldeaba los suelos. Cambiaba las sábanas, las viejas las quemaba y ponía de nuevas, recién compradas y sin olor a nada.

Y tiraba la basura sin detenerme a mirarla. Echaba todo aquello que sobraba sin prestarle atención. Hacía con ella todo un paquete informe de restos y las sobras del banquete, fueran humanos o inhumanos, animales, vegetales o simple suciedad.

Ese fue mi error, no fijarme en los detalles pequeños, porque aunque yo hiciera mi trabajo y lo hiciera bien, siempre había algo que no encajaba. Algo que sobraba o algo que faltaba.

Descubrí qué era en los dos últimos cadáveres que hice desaparecer. Fue una casualidad. Eso sucedió muy poco antes que su familia, tíos, hermanos y sobrinos, la internaran en un centro de salud mental.

Aquellos cuerpos tenían las cuencas de los ojos vacías. Alguien, seguramente ella, se los debía de haber arrancado; no logré hallarlos ni conseguí jamás que me contara qué demonios había hecho con ellos.

La lógica me hizo suponer que con los otros había sucedido lo mismo, que al igual que ésos aquellos también perdieron la vida, y con ella los ojos. Lo que no puedo saber es si esa ceguera fue antes o después de morir.

Es una mala disculpa profesional, pero he de reconocer que yo no me había dado cuenta ni apercibido de ello.

La sangre que cubría el rostro de los muertos, y la deformidad facial producida por las heridas me impedían ver con claridad los detalles. Las prisas por triturar y hacer desaparecer los restos tampoco me ayudaban a un buen análisis, yo no soy ningún médico forense, no me fijaba en los daños, no inventariaba los desperfectos como hacen los peritos de las aseguradoras de automóviles.

Sin embargo, siempre había algo que me decía que algo no encajaba, que quizás algo sobraba o que algo faltaba.

martes, 13 de octubre de 2009

El peletero/Memorias de "El Gordo" (4 de 6)


14 Enero 2009

Esa niña consentida se llamaba Lupita, y disfrutaba del gran poder que da la pérdida de memoria. Se olvidaba de las cosas y de los hechos con mucha facilidad; otros en su lugar se hubieran preocupado y hubieran acudido al médico, ella en cambio, no parecía darle demasiada importancia.

La amnesia siempre ha sido la mejor de las disculpas, no hay pecado sin recuerdo. La culpa es una evocación, es una manera de protagonizar los acontecimientos, de querer salir en mejor lugar, en uno más destacado y visible. En la primera fila de la fotografía de fin de curso. Esas macro fotografías colectivas de decenas o más de cien niños o jóvenes alineados tan juntos que parecen camuflarse los unos con los otros y en los mismos tonos de gris, de blanco y negro del retrato. Todos ellos mirando fijamente a la cámara como si fuera un anzuelo, un asidero, ese cabo que te iza, que te salva del marasmo.

Lupita era una desmemoriada y no recordaba a los que mataba, por eso era inocente, y yo su abogado defensor, su juez y su fiscal. Nunca protestaba cuando le presentaba la factura de mis honorarios y ella pagaba sin rechistar mucho dinero para seguir no recordando nada. No recordaba siquiera el color de sus propios ojos ni las cosas que ella misma había visto con ellos y mucho menos las que habían contemplado, en los últimos instantes de su vida, los ojos de ese cadáver que siempre hallábamos al otro lado de la cama.

Es curioso, al otro lado de la cama siempre hay un cadáver, siempre aparece alguien que, como si se bañara en el mar, flota apacible, dejándose mecer por las suaves olas de las sábanas, a la deriva, a punto de convertirse, no en un pez y sí en un pecio.

Cuando aparece un cadáver en tu cama, es, evidentemente, un error. No es ningún asesinato ni tampoco un crimen, es solamente un error.

sábado, 10 de octubre de 2009

El peletero/Memorias de "El Gordo" (3 de 6)


12 Enero 2009

No pasaron muchos años y el pobre padre murió. A casa me llegó, como si fuera para una boda, una invitación al sepelio que dentro de dos días su hija iba a organizar para los amigos del fallecido. Por curiosidad fui, y también porque nunca se sabe de dónde pueden venir los clientes. Al fin y al cabo un funeral es tan o mejor sitio para hacer relaciones públicas que un bautizo.

Allí estaba, vestida de un luto riguroso, de pie, recibiendo los pésames de la gente. Le sentaba bien el negro, parecía una viuda no siéndolo. Me acerqué, le di la mano y mi propio pésame. Seguía estando seria y contenida, serena y mucho más atenta. El rostro sin maquillar, sus labios limpios y sus ojos bien abiertos y grandes miraron a los míos para darme las gracias. Lo hizo de forma demasiado correcta, lo hizo sin parar de mirarme.

El funeral discurrió con normalidad, todo el mundo cumplió correctamente con su papel, incluido el muerto, pero… una vez más había algo que no encajaba.

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A mí me pagan para que nada se me escape, y algo se me escapó entonces y se me había escapado antes. Durante unos días no dormí, y algo peor me ocurrió, adelgacé un kilo. Pasada una semana dejé de preocuparme y volví a conciliar el sueño y a engordar. Hasta que un día, a media tarde y mientras dormía la siesta en la bañera como Arquímedes, hallé la respuesta. La niña que yo había visto en el funeral de su padre tenía los ojos de otro color al de la que yo había conocido, llevaba lentillas cromáticas. Sus ojos eran marrón oscuro y en el velatorio se habían transformado en un azul cielo cercano al ocaso.

Me sentí reconfortado, pero… continuaba habiendo algo que no encajaba dentro de mi cabeza, algo continuaba estando fuera de su sitio habitual.

Cuando salí a la calle me dirigí a la mejor óptica de la ciudad. Encargué un buen surtido de lentillas ópticamente neutras y de colores variados. Me las envolvieron como si fuera el mejor de los regalos, parecía una pequeña colección de diamantes, rubíes, esmeraldas, ópalos y lapislázulis para las gemas de sus ojos. Y así se lo mandé con mi tarjeta en la que le ofrecía mis servicios. Al poco tiempo recibí una nota de agradecimiento.

Durante unos meses le solucioné algún pequeño problema sin demasiada importancia, pero al cabo de un año hallamos de nuevo otro cadáver en su cama, un buen pedazo de carne que nadie sabía de dónde había salido y qué demonios hacía allí, carne muerta, claro está.

Luego siguieron más, a veces carne y otras pescado.

viernes, 9 de octubre de 2009

El peletero/Memorias de "El Gordo" (2 de 6)


9 Enero 2009

Unos días después me encargué personalmente de transportarla al que debía ser su nuevo hogar por un tiempo indeterminado. Hacíamos una pareja curiosa los dos. Yo con mi obesidad y ella, a causa de los sedantes que le habíamos suministrado, con su esbeltez de modelo de pasarela morbosamente lánguida o muerta de sueño.

El “internado” donde la encerramos era de unos amigos míos. Una perfecta simbiosis de escuela, monasterio y cárcel clandestina. Los profesores desconocían las últimas teorías pedagógicas, y gracias a ello los resultados académicos que podían mostrar a los atribulados padres rondaban el cien por cien de éxito.

Pasado un tiempo bastante largo recibí el encargo de traerla de vuelta a casa. Recuerdo que cuando la llevé, después de triturar el cadáver que habíamos encontrado en su cama, tenía el encanto de un cuerpo joven y bonito dentro de una cabeza hueca. Hacer el amor con ella hubiese sido hacérselo a una muñeca, hinchable o no, de cera o de porcelana, un buen adorno sexual, un invento. Aprietas un botón y el mecanismo se pone en marcha. Hubiera tenido algo de violación, únicamente mandarías tú. Mandar está bien si te obedecen, y un robot nunca obedece, hace lo que le dices que haga, pero no obedece.

Ahora, que la llevaba de regreso, seguía siendo joven y bonita, pero su encanto parecía ya el de una monja. Seria, contenida, sentada en forma de cuatro, siempre tensa aunque inconsistente como un palo de escoba a punto de romperse, una caña hueca. Era una flauta. Hacerle el amor también hubiera tenido algo de violación, barrer no es precisamente bailar, como soplar tampoco es lo mismo que fornicar, creo que no.

Son listos mis amigos del “internado”, pensé, consiguen cambiarlo todo sin llegar a cambiar nada. Ceñirse a la estricta realidad de las cosas siempre es una garantía de éxito seguro para que las cosas sigan siendo lo que son y no aquello que nunca pueden ser.

Sin embargo, la alegría de su padre por recibirla de nuevo le impidió ser perspicaz y no ver aquello que debe ver un padre. Yo tampoco lo vi, pero yo no era un padre y por eso mi error fue mayor. La hija que le traía de vuelta parecía haber encontrado la cabeza que nunca había tenido. Mientras me invitaba a un whisky sacó el talonario de cheques y al primer número que escribió empezó a añadirle ceros a su derecha. A la derecha del número mirado de frente. Eso me ofuscó, la codicia.

jueves, 8 de octubre de 2009

El peletero/Memorias de "El Gordo" (1 de 6)


7 Enero 2009

“Casertano me miró guiñándome el ojo:
-¡Bien le agradaría una buena sopa de ostras!
-¿Son ostras de Dalmacia?, pregunté al poglavnik.
Pavelich alzó la servilleta que cubría el cesto y, mostrándome aquellos frutos de mar, aquella masa gris y gelatinosa, me contestó, sonriendo con su habitual, bonachona y cansada sonrisa:
-Es un regalo de mis fieles ustachi. Son veinte kilos de ojos humanos.”

(“Kaputt, El ojo de cristal”, Curzio Malaparte)

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Todos me llamaban “El Gordo” cuando apenas era empleada de hogar, una vulgar chica de la limpieza. Ése ha sido mi nombre durante toda mi vida, así me han llamado siempre.

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Un padre desesperado es una buena fuente de ingresos. Un cadáver sin enterrar también. Pero una hija consentida es una fuente inagotable de felicidad.

El cadáver había aparecido en la misma cama en la que dormitaba esa hija consentida. Naturalmente, desnudos, ella y el cadáver. El escenario era el habitual con las normales señales de violencia que se dan en estos casos y que yo, por elegancia y pudor, no describiré.

Al padre le dije que aquello tenía una parte fácil y otra difícil y que ambas eran caras.

La parte fácil era el cadáver, la difícil era su hija. El padre estuvo de acuerdo.
Convertir el muerto en carne picada para perros fue sencillo. Quemar el apartamento lo fue más. Convertir a la hija en un ser consciente de que además de cuerpo también tenía una cabeza, llevó algo más de tiempo.

Yo hice mi trabajo y lo hice bien, pero había algo que no encajaba, no sé qué era, había una pieza que estaba fuera de su casilla habitual. En alguna pared faltaba algún cuadro, o sobraba algún florero en una de las mesas, o bien los protagonistas llevaban los sombreros cambiados, o quizás esos sombreros cubrían cabezas que no eran las suyas. Algo de eso ocurría, y maldita sea, no sabía qué era.

miércoles, 7 de octubre de 2009

El peletero/La poesia horitzontal/Peruco

1 Enero 2009

Quan el poeta canta és millor emmudir i escoltar, com quan em mira el pare.

Mut.

Peruco ens mirava callat

i al mirar-nos la remirava de reüll.

En ella hi veia la rosa,

en ella defallia el gessamí.

En Peruco ara dorm

i ara somia

amb aquell pètal al cabell

que un dia descenyí.

(El Peletero, 1 de gener de 2009)



Per a tu, papa.



Cuando el poeta canta es mejor enmudecer y escuchar, como cuando papá me mira.

Mudo

Peruco nos miraba callado

y al mirarnos la remiraba de reojo.

En ella veía la rosa,

en ella desfallecía el jazmín.

Peruco ahora duerme

y ahora sueña

con aquel pétalo en el cabello

que un día desciñó.

(El Peletero, 1 de enero de 2009)

martes, 6 de octubre de 2009

El peletero/La poesia horitzontal/La flor

31 Diciembre 2008

Quan el poeta canta és millor emmudir i escoltar, com quan em mira el pare.

Mut.

Perquè en el seu silenci hi som tots,

no hi manca ningú,

jo, l’Albert i la Veni,

i en Pere també,

ell és el poeta,

i ella és la flor,

i l’Albert i jo...

...som la cançó.

(El peletero, 31 de desembre de 2008)


Per a tu, mama.


________________________________________________________________
Cuando el poeta canta es mejor enmudecer y escuchar, como cuando papá me mira.

Mudo

Porque en su silencio estamos todos,

no falta nadie,

yo, Albert y Veni,

y Pere también,

él es el poeta,

y ella es la flor,

y Albert y yo...

...somos la canción.

(El peletero 31 de diciembre de 2008)

lunes, 5 de octubre de 2009

El peletero/La poesia horitzontal/Poema do Brasil

23 Diciembre 2008

Quan el poeta canta és millor emmudir i escoltar, com quan em mira el pare.

Mut.

.......................................

Sencer.

Indivisible com les hores i el dies,

compacte com les setmanes i els mesos.

Sòlid i meu.
........................................

En canvi, tu i jo, Giselle, no duràrem ni un any.

Per culpa de la matemàtica

de l'àlgebra o de la aritmètica,

gairebé no va entrar ni la clau al pany.

.........................................

Pare?, t'agrada el nom de Giselle?

I el de...?

També?

I..., pare?

.........................................

(El peletero, “Poema do Brasil”, 5 de juliol de 2008)


Cuando el poeta canta es mejor enmudecer y escuchar, como cuando papá me mira.

Mudo.
...........
Entero

Indivisible como las horas y los días,

compacto como las semanas y los meses.

Sólido y mío.
...........
En cambio, tú y yo, Giselle, no duramos ni un año.

Por culpa de la matemática,

del álgebra o de la aritmética,

casi no entró ni la llave en el caño.
...........
¿Papá?, ¿te gusta el nombre de Giselle?

¿Y el de...?

¿También?

Y..., ¿papá?

(El peletero, “Poema do Brasil”, 5 de julio de 2008)

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Però tu no eres muda.


I sí una dona que duia els cabells a mig estirar, no t'agradaven els teus, aspres, arrissats i africans, encara que tu afirmaves segura que eren americans.

Igual que el sexe que et lluïa negre, però tu deies que només fosc. Tota tu eres quasi negra com la xocolata i el carbó, la pell, els ulls, aquests cabells de fil ferro i tot el teu mugró.

Oh, essas fontes murmurantes,
Onde eu mato a minha sede,
E onde a lua vem brincar,
Oh, esse Brasil lindo igueiro,
o meu Brasil brasileiro.
Terra de samba e pandeiro
Brasil pra mim, Brasil pra mim

T'agradava l'aritmètica pura, la divisió, l'àlgebra i bàsicament la suma, però només fins a vint-i-quatre, que són les hores del dia, des de que surt fins que despunta. Aritmètica dura. Tot i que per a mi tu no eres més que la meva “una”, ni la segona, ni la que fa vint-i-una.

No eres muda, no, ni tampoc eres una roca ni un marbre de color rosa. Eres únicament un tros de runa negra extreta d'una selva verda, eres només una petita pedra torta, amb una esquerda bruta, que plena de fangs i d'humitats, acabava no sé cóm, coberta per la meva escuma i fent, mira per on, olor de pruna.

Nêga do Cabelo Duro
Qual'é o pente que te penteia?
Ondulado, permanente
Teu cabelo é de sereia
E a pergunta que sai da mente
Qual'é o pente que te penteia?...

Eres una turca, una andalusa, una mora d'ungla roja, una mora de morera, un maduixot més que una maduixa, una esclava de ruda manicura i d'aurèola curta, tota una dona que de petita ja prometia l'aixella nua i la mugronada grossa.

Estaves ben feta , ben construïda, tenies un sí i un do, un re i un fa, un sol i un la, i sobretot un mi. Ensenyaves una bona manufactura, acabada amb un agulló a la cua, a la punta, a la punxa del cigró i a la panxa senyalada per les marques d'un nadó.

Agenollada se t'eriçava el clatell i oberta et trencaves des de els peus a l'engonal, des d'el melic a l'anell. M'agradava veure't partida, de baix a d'alt, dividida en dos, en tres o en trenta-tres i jo al mig, mirant-te les estries del ventre, que havia parit a cent cinquanta-tres.

Paisatges de rius secs, de marques de focs, de petards, de mobles vells, d'alguna cosa que tenia olor a sal i gust a res.

Teu cabelo a couve flor
Tem um "que" que me tonteia
Minha nega, meu amor
Qual'é o pente que te penteia?
Misamplia a ferro e fogo
Não desmancha nem na areia

No eres muda, però...

...varem tenir, per dir-ho finament, un petit conflicte matemàtic.

Per tu només era una qüestió de temps, de cóm organitzar les hores. Era molt fàcil, em deies convençuda, i t'enfadava que jo no fos capaç de comprendre que de les moltes parts del dia me'n dediquessis només una. Des de quan s'amaga al sol fins que surt la lluna, me la donaves contenta i deies que enamorada. Tota aquesta hora era meva, tota per a mi, tota sencera i del tot sincera.

Aquesta era la teva responsabilitat que complies sempre, sense faltar mai: de portes en dins soc teva, ara bé, de portes en fora..., soc meva”, em deies segura.

“Tenint en compte que el dia té les hores que té, que te'n doni només una és més que prou i és més que massa”, repeties cansada. “Tant sols cal sumar, restar i dividir”, insisties enèrgica i d'avegades lassa.

“Les altres hores?, són pels altres, tu no n'has de fer res”, deies molesta i ofesa.

Quando tu entra na roda
O teu corpo bamboleia
Minha Nêga meu amor
Qual'é o pente que te penteia?...
Toma banho em Botafogo
Qual'é o pente que te penteia?...

No, no eres muda, ni tampoc eres puta, per això no vaig entendre mai que tantes pintes pentinessin allò que no te punta.

(“Nega do cabelo duro” Elis Regina)


Pero tú no eras muda.

Y sí una mujer que llevaba los cabellos a medio estirar, no te gustaban los tuyos, ásperos, rizados y africanos, aunque tú afirmabas segura que eran americanos.

Igual que el sexo que te lucía negro, pero tú decías que solamente oscuro.Toda tú eras negra como el chocolate y el carbón, la piel, los ojos, esos cabellos de alambre y todo tu pezón.

Oh, essas fontes murmurantes,
Onde eu mato a minha sede,
E onde a lua vem brincar,
Oh, esse Brasil lindo igueiro,
o meu Brasil brasileiro.
Terra de samba e pandeiro
Brasil pra mim, Brasil pra mim

Te gustaba la aritmética pura, la división, el álgebra y básicamente la suma, pero solamente hasta veinticuatro, que son las horas del día, desde que sale hasta que despunta. Aritmética dura. A pesar que para mí tú no eras más que mi “una”, ni la segunda, ni la que hace veintiuna.

No eras muda, no, ni tampoco eras una roca, ni un mármol de color de rosa. Eras únicamente un trozo de ruina negra extraída de una selva verde, eras sólo una pequeña piedra torcida, con una grieta sucia, que llena de fangos y humedades, acababa, no sé cómo, cubierta por mi espuma y haciendo, mira por dónde, olor a ciruela.

Nêga do Cabelo Duro
Qual'é o pente que te penteia?
Ondulado, permanente
Teu cabelo é de sereia
E a pergunta que sai da mente
Qual'é o pente que te penteia?...

Eras una turca, una andaluza, una mora de uña roja, una mora de morera, un fresón más que una fresa, una esclava de manicura ruda y de aureola corta, toda una mujer que de pequeña ya prometía la axila desnuda y la pezonada grande.

Estabas bien hecha, bien construida, tenías un sí y un do, un re y un fa, un sol y un la, y sobre todo un mi. Enseñabas una buena manufactura, acabada con un aguijón en la cola, en la punta, en el extremo del garbanzo y el vientre señalado por las marcas de un bebé.

Arrodillada se te erizaba la nuca y abierta te rompías desde los pies hasta la ingle, desde el ombligo hasta el anillo. Me gustaba verte partida, de abajo arriba, dividida en dos, en tres o en treinta y tres y yo en el medio, mirándote las estrías del vientre que había parido a ciento cincuenta y tres.

Paisajes de ríos secos, de marcas de fuegos, de petardos, de muebles viejos, de algo que tenía olor a sal y sabor a nada.

Teu cabelo a couve flor
Tem um "que" que me tonteia
Minha nega, meu amor
Qual'é o pente que te penteia?
Misamplia a ferro e fogo
Não desmancha nem na areia

No eras muda, pero...

...tuvimos, para decirlo finamente, un pequeño conflicto matemático.

Para ti solamente era una cuestión de tiempo, de cómo organizar las horas. Era muy fácil, me decías convencida, y te enfadaba que yo no fuera capaz de comprender que de las muchas partes del día me dedicases solamente una. Desde que se esconde el sol hasta que sale la luna, me la dabas contenta y decías que enamorada. Toda esa hora era mía, toda para mí, toda entera y absolutamente sincera.

Esa era tu responsabilidad que cumplías siempre, sin faltar nunca: “de puertas adentro soy tuya, ahora bien, de puertas afuera..., soy mía”, me decías segura.

“Teniendo en cuenta que el día tiene las horas que tiene, que te dé solamente una es más que suficiente y es más que demasiado”, repetías cansada. “Solamente hay que sumar, restar y dividir”, insistías enérgica y a veces laxa.

“¿Las otras horas?, son para los otros, no es asunto de tu incumbencia”, decías molesta y ofendida.

Quando tu entra na roda
O teu corpo bamboleia
Minha Nêga meu amor
Qual'é o pente que te penteia?...
Toma banho em Botafogo
Qual'é o pente que te penteia?...

No, no eras muda, ni tampoco puta, por eso nunca llegué a entender que tantos peines peinasen eso que no tiene punta.

(“Nega do cabelo duro” Elis Regina)

viernes, 2 de octubre de 2009

El peletero/Quan viatjàvem (y 3)


19 Diciembre 2008

Talla superiors eren i són les que feien servir les napolitanes, totes.

En canvi, a Sicília las dones eren diferents, més discretes, menys visibles i menys arrogants. Eren molt menys altives i caminaven menys alçades. Eren igual de belles que les altres i com algunes d’elles, anaven també sense depilar.

Sempre m’han agradat les axil•les piloses i amb borrissol, en cises amples, en aquestes que si saps mirar des del costat correcte, veus alguna cosa més que l’escot, o en tot cas veus la mateixa obertura des d’un altre angle més.

Aquella cambrera de Marinella, que ens va servir uns magnífics espaguetis a la marinera, duia una d’aquestes cises, tan amples com sobrades, eren excel•lents per a l’estiu; gràcies a elles, a l’escot i a les mateixes faldilles, les necessàries i refrescants corrents d’aire podien anar i venir, pujar i baixar en totes direccions, i ventilar de manera adequada tot allò que la seva propietària necessites airejar.

Igual o millor que ho feien les finestres obertes, amb les seves llargues cortines blanques onejant sense voler rendir-se, que purificaven l’atmosfera del Palau barroc d’en Fabrizio Corbera, descendent de catalans i Príncep de Salina, a les afores de Palerm, a finals del XIX, quan els garibaldins combatien pels seus carrers en nom d’una Itàlia que estava apunt de néixer.

L’Albert i jo ens varem passar gairebé tot un dia, tot un bon matí amb quasi tota la seva bona tarda, recolzats, sense moure’ns i mig amagats, en un portal d’un dels carrers on s’instal•lava el mercat principal a la ciutat de Palerm.

La immobilitat és sempre la millor estratègia de camuflatge i era necessari mimetitzar-nos amb l’ambient per obtenir unes bones fotografies.

No devíem interposar-nos entre la gent.

El mateix varem fer en les esglaonades que penetren dins el Ganges, a la ciutat de Benarés o Varanasi. Semblàvem uns ioguis al•lucinats, en una època en la que el hippies ja no abundaven i les masses de turistes encara no havien arribat.

Si no et mous i no fas soroll ningú et mira.

En canvi, terrabastall sí en feien aquells adolescents en aquell “Ferragosto”, 15 d’agost, molts anys després, a les quatre de la tarda en ple Agrigento que dormia tranquil•la la seva migdiada. Tranquil•la o turmentada, no sé.

Muntats en les seves “motorettes”, deambulant sense sentit, anant i venint, parant i engegant, baixant-se i no parant de cavalcar les seves sorolloses motocicletes.

L’Albert i jo ens havíem aixoplugat de la calor en el pòrtic d’una de les seves moltes esglésies barroques. Era una que donava a una petita plaça de color ocre, de terra roja. L’església romania tancada, solsament dos magres pams d’ombra ens lliuraven del sol.

Agrigento dormia, i els seus joves no tenien res millor a fer que cremar gasolina y fer soroll en una ciutat buida i empaperada d’esqueles.

Totes les seves parets, les de les seves cases, les de les seves esglésies i les dels seus palaus, com el del mateix Príncep de Salina, a la propera vil•la de “Donnafugata”, eren plenes de bitllets mortuoris, ribetejats de negre i amb la seva corresponen creu d’amunt del nom del difunt.

Eren molt diferents a les targetes postals que pintava i enviava l’Albert.

A les Espanyes les publiquem als diaris, a Sicília les pengen també de les parets.

Des d’aquells murs que quasi no donaven ombra, ni al migdia ni a la mitjanit, l’Albert disparava les seves fotografies.

I jo, des d’aquesta mateixa foscor, mirava la llum, les motorettes anar i venir, i mirava també als nois i a les noies d’Agrigento, muntats en elles, pujar i baixar, saltar i riure, anar-se’n i tornar.


TRADUCCIÓ AL CASTELLÀ

Talla superiores a ésas eran las que usaban las napolitanas, todas.

En cambio en Sicilia las mujeres eran distintas, más discretas, menos visibles y menos arrogantes. Eran mucho menos altivas y caminaban menos erguidas. Eran igual de bellas que las demás y como algunas de ellas iban también sin depilar.

Siempre me han gustado las axilas velludas en sisas anchas, en ésas que si sabes mirar desde el lado correcto ves algo más que el escote, o en todo caso ves la misma abertura desde otro ángulo más.

Aquella camarera de Marinella, que nos sirvió unos magníficos espaguetis a la marinera, llevaba una de esas sisas, tan anchas como sobradas, eran excelentes para el verano; gracias a ellas, al escote y a las mismas faldas, las necesarias y refrescantes corrientes de aire podían ir y venir, subir y bajar en todas direcciones, y ventilar de forma adecuada todo aquello que su dueña necesitara orear.

Igual o mejor que lo hacían las ventanas abiertas, con sus largas cortinas blancas ondeando sin querer rendirse, que purificaban el aire del Palacio barroco de Don Fabrizio Corbera, descendiente de catalanes y Príncipe de Salina, que vivía a las afueras de Palermo a finales del siglo XIX, cuando los garibaldinos combatían por su calles en nombre de una Italia que estaba a punto de nacer.

Albert y yo nos pasamos casi todo un día, toda una buena mañana con casi toda su buena tarde, recostados, sin movernos y medio escondidos, en un portal de una de las calles en donde se instalaba el mercado principal de la ciudad de Palermo.

La inmovilidad es siempre la mejor estrategia de camuflaje y era necesario mimetizarnos con el ambiente para conseguir unas buenas fotografías.

No debíamos interponernos entre la gente.

Eso mismo hicimos en las escalinatas que penetran en el Ganges en la ciudad de Benarés o Varanasi. Parecíamos unos yoghis alucinados, cuando los hippies ya no abundaban y las masas de turistas todavía no habían llegado.

Si no te mueves y no haces ruido nadie te mira.

En cambio, ruido sí hacían aquellos adolescentes en aquel “Ferragosto”, 15 de agosto, muchos años después, a las cuatro de la tarde en pleno Agrigento que dormía tranquila su siesta. Tranquila o atormentada, no sé.

Montados en sus “motorettas”, deambulaban sin sentido, yendo y viniendo, parando y arrancando, bajándose y subiéndose de sus ruidosas motocicletas.

Albert y yo nos habíamos guarecido en el pórtico de una de sus muchas iglesias barrocas, que daba a una pequeña plaza de color ocre, de tierra roja. La iglesia estaba cerrada, solamente dos escasos palmos de sombra nos libraban del sol.

Agrigento dormía, y sus jóvenes no tenían nada mejor que hacer que quemar gasolina y provocar ruido en una ciudad vacía y empapelada de esquelas.

Todas sus paredes, las de sus casas, sus iglesias y sus palacios, como el del mismo Príncipe de Salina en la cercana villa de “Donnafugata”, estaban llenas de billetes mortuorios, ribeteados de negro con su correspondiente cruz encima del nombre del difunto.

Eran muy diferentes a las postales que pintaba y enviaba Albert.

En las Españas las publicamos en los periódicos, en Sicilia las cuelgan también de las paredes.

Desde aquellos muros que casi no daban sombra, ni al medio día ni a la medianoche, Albert disparaba sus fotografías.

Y yo, desde esa misma oscuridad, miraba la luz, las motorettas ir y venir, y miraba también a los muchachos y a las muchachas de Agrigento, montados en ellas, subir y bajar, saltar y reír, marcharse y regresar.

jueves, 1 de octubre de 2009

El peletero/Quan viatjàvem (2 de 3)


17 Diciembre 2008

L’Albert, així es diu el meu germà, també era el fotògraf de casa en els temps de la fotografia analògica.

Tenia i encara conserva tota una col•lecció de càmeres, algunes d’elles inútils, o millor dit, inservibles ja. Com ho és una molt bona que reproduïa polaroides i que enfocava mitjançant un sistema de làser.

Inservible no per malmesa o feta malbé, si no perquè la casa Polaroid ha deixat de fabricar moltes de les seves famoses pel•lícules que donaren nom al producte.

Molt bons artistes les feren servir, des de Andy Warhol, fins David Hockney, passant per Robert Mapplethorpe i Helmut Newton.

Alguns d’ells utilitzaven unes de gegants, que també necessitaven de càmeres enormes.

En el procés autònom de revelat es podia aplicar diferents pressions a la còpia única, aconseguint al fer-ho, efectes sorprenents i molt suggeridors.

L’Albert sempre en duia tres, dues Pentax i una Minox de butxaca per a les urgències.

Fotografiava en color i en blanc i negre que ell mateix revelava en un laboratori que jo li vaig regalar.

D’allí sortiren també unes molt bones imatges de les portalades lleidatanes d’Agramunt i Cubells, que jo vaig fotografiar muntat en les espatlles del meu amic Xavier, que era i és alt i fort, i que malgrat tenir només dues cames, fou el millor trípode que ambdós poguérem improvisar aquella Setmana Santa del 76.

Ens acompanyaren les nostres amigues, la Isabel i la Paulina, encara que, sincerament, no sé per què. A no ser que fora perquè la propietària del cotxe era la segona, la Paulina, i la musa la primera, la Isabel.

Qui sap si també va ser el mateix el que va ocorre la Setmana Santa anterior o posterior, quan la Paulina ens va venir a rescatar després que la nostra tenda de muntanya quedés inundada en una vall del Montseny. Ella, la tenda, en Xavier, jo i el sacs de dormir, tots xops, per escorre, penjar i estendre.

La Paulina venia disposada a quedar-se amb nosaltres, a punt i preparada per acampar a la muntanya i a dormir entre els dos, en una tenda petita amb capacitat per a només dos.

Però l’única cosa que volíem nosaltres dos era anar-nos-en d’allí, mullats como estàvem, ens calia canviar-nos de roba i trobar un llit, còmode i sec per a dormir. Un llit per a cadascú, un llit en el que no hi cabessin tres, ni tant sols dos.

Tal vegada, al igual que la Paulina, exactament com ella, pensava també aquella vaca lletera que se’ns va quedar mirant i rumiant a un pam dels nostres nassos, mentre en Xavier i jo, acompanyats aquesta vegada de la Mercè, canviàvem, amb més esforç que encert, la roda a un Citroën 2 cavalls, en ple diluvi universal, al mig del fang i al costat d’un riu del Pirineu lleidatà.

Va ser una altra Setmana Santa d’aquelles, plujosa i destralada, ja no sé si abans o després de les altres, que també foren turmentoses i desencaixades.

Això sí, la cara de la vaca, fou la mateixa que la que se li va quedar al bigotut guàrdia civil que ens va parar unes hores després.

Amb la mà alçada, el rostre autoritari, i el fusell a les espatlles, ens va fer aturar en un control de policia instal•lat en una recta de la carretera que ens duia de tornada a casa.

Al veure’m baixar, el mostatxo se li arrissar, com si s’hagués endollat al corrent elèctric, al contemplar l’aspecte que feia la meva indumentària.

Els meus cabells llargs i les meves barbes no feien joc amb el meu vestit, l’única cosa que no s’havia mullat durant la tempesta, un pijama de color rosa intens, un pijama de la Mercè, amb puntetes blanques en el coll i en els punys, ribetejat amb sanefes i estampat amb ossets i brodat amb floretes i angelets al canesú. Era un pijama de nena tot i que la Mercè passava ja dels vint-i-sis i usava sostenidors de la talla 46, 86 o 226.


TRADUCCIÓ AL CASTELLÀ

Albert, así se llama mi hermano, también era el fotógrafo de casa en los tiempos de la fotografía analógica.

Tenía y todavía conserva toda una colección de cámaras, algunas inútiles, o mejor dicho, inservibles ya. Como lo es una muy buena que reproducía “polaroids” y que enfocaba a través de un sistema de sónar.

Digo que inservible no por dañada o estropeada y sí porque la casa Polaroid ha cerrado o ha dejado de fabricar muchas de sus famosas películas que dieron nombre al producto.

Muy buenos artistas las usaron, desde Andy Warhol, hasta David Hockney, pasando por Robert Mapplethorpe y Helmut Newton.

Algunos de ellos empleaban unas de gigantes, que también necesitaban de cámaras enormes.

En el proceso autónomo de revelado se podían aplicar diferentes presiones a la copia única, consiguiendo con ello efectos sorprendentes y muy sugerentes.

Albert siempre llevaba tres, dos Pentax y una Minox de bolsillo para las urgencias.

Fotografiaba en color y en blanco y negro que el mismo revelaba en un laboratorio que le regalé.

De allí salieron también unas buenas imágenes de los pórticos leridanos de Agramunt y Cubells . Hube de fotografiarlos subido a los hombros de mi amigo Xavier, que era y es alto y fuerte, y que a pesar de tener solamente dos piernas, fue el mejor trípode que ambos pudimos improvisar aquella Semana Santa del 76.

Nuestras amigas, Isabel y Paulina, nos acompañaron, aunque sinceramente, no sé para qué. A no ser que fuera porque la propietaria del coche era la segunda, Paulina, y la musa la primera, Isabel.

Quizás fue eso entonces y quizás fue eso también lo que ocurrió la Semana Santa anterior o posterior, cuando Paulina nos vino a rescatar después de que nuestra tienda de montaña quedara inundada en una loma del Montseny. Ella, la tienda, Xavier, yo y los sacos de dormir, todos empapados, para escurrir, colgar y tender.

Paulina venía dispuesta a quedarse con nosotros, lista y preparada para acampar en la montaña y a dormir entre los dos, en una tienda pequeña con capacidad sólo para dos.

Pero lo único que queríamos nosotros dos era irnos de allí; empapados como estábamos, debíamos cambiarnos de ropa y encontrar una cama cómoda y seca para poder dormir. Una cama para cada uno, una cama en la que no pudieran caber tres y ni siquiera dos.

Tal vez igual que Paulina, exactamente como ella, pensaba también aquella vaca lechera que se nos quedó mirando, ensimismada y rumiando a un palmo de nuestras narices, mientras Xavier y yo, acompañados de Merceditas esta vez, le cambiábamos, con más esfuerzo que tino y acierto, la rueda a un Citroën 2 caballos, en pleno diluvio bíblico, en pleno fango y en pleno Pirineo leridano.

Fue otra Semana Santa de aquellas, lluviosa y destartalada, ya no sé si antes o después de las otras, que también fueron tormentosas y desabridas.

Eso sí, la cara de la vaca fue la misma que la que se le quedó al bigotudo guardia civil que nos paró unas horas después.

Con la mano alzada, el rostro autoritario, y el fusil al hombro, nos detuvo en un control de policía instalado en una recta de la carretera que nos llevaba de vuelta a casa.

Al verme bajar, el mostacho se le erizó como si se hubiera enchufado a la corriente eléctrica ante el aspecto de mi indumentaria.

Mis cabellos largos y mis barbas de revolucionario no hacían juego con mi vestido, la única cosa que no se había mojado durante la tormenta, un pijama de color rosa subido, un pijama de Merceditas, con puntitas blancas en el cuello y en los puños, ribeteado con cenefas y estampado con ositos, y bordado con florecitas y angelitos en su canesú. Era un pijama de niña y eso que Merceditas pasaba ya de los veintiséis y usaba sujetadores talla 46, 86 ó 226.