sábado, 17 de octubre de 2009

El peletero/Meditaciones (2)



23 Enero 2009

“E aprés de les paraules se n’entraren en la cambra, e en aquella se tancaren; e aquí micer Lambartusio comensà a fer son delitós joch” (Decameron, fol. 216v)
“Y después de las palabras entraron en la habitación, y en ella se encerraron; y aquí, mi querido Lambartusio empezó a hacer su delicioso juego”
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Mi burdel preferido lo regentaba un transexual, por eso lo bautizó “La metamorfosis”.
Gregorio, así se llamaba la “Madame”, en honor de Gregorio Samsa, el protagonista del célebre relato de Franz Kafka, estaba viejo y gordo. Yo ya lo conocí viejo, es esa clase de personas que nacen con una edad determinada y ya no se mueven de allí, nunca envejecen porque nunca fueron jóvenes.
Gregorio fue un actor de poco éxito en su juventud. A él le gustaba el escenario y el aplauso, pero sus cualidades eran y son las de productor. Organizar y conseguir que parezcan reales y verosímiles, ideas y deseos que nunca formarán parte de la experiencia.
A mí me gusta mandar, ser el señor de la casa, el general de los ejércitos, el almirante de la flota y el Marqués de las Marismas Tristes, rodeado de criados y sirvientes. Incluso me apetece ser el humilde profesor de escuela que mandando enseña.
Toda educación tiene algo de adiestramiento, de domesticación y también de entrenamiento. Se sabe sabiendo, practicando cada día el exquisito arte de la humildad y la curiosidad. Se enseña enseñando, marcando el camino que debe llevar al mar, señalando cómo deben abrirse las puertas y desabrocharse los pasadores de los corpiños, los botones de las armillas y las cremalleras de los pantalones.
En el burdel de Gregorio tenía mi aula particular, mis alumnas eran todas putas que simulaban ser alumnas sin esconder que eran putas. Eso era lo que más me gustaba, que en el fondo, aunque fuera en el fondo de su cuerpo, dijeran la verdad.
Pero a veces, en alguna ocasión especial en la que me sentía más Triste que Marqués, me gustaba ser alumno y aprender de alguna maestra experta. Gregorio tenía a la mujer adecuada, profesora de Instituto de Secundaria y puta. Ambas cosas y las dos casi al mismo tiempo.
Hildegart, ése era su noble nombre de guerra, en honor de Hildegart Rodríguez Carballeira, asesinada por su madre el 9 de junio de 1933, trabajaba ciertamente en un Instituto en el que enseñaba Historia Universal. Antes de conocer a Gregorio, a través de un amigo común, sufrió depresiones originadas por su trabajo, sin objetivo ni destino puesto que su saber a nadie interesaba, y menos que a nadie, a sus alumnos. Fuente de frustración constante, su labor docente llegó a significarle casi una tortura a causa de los malos tratos de palabra y casi de obra de sus discípulos.
Gregorio le dio la idea, “hazte puta”, le dijo, la gente paga para que los humillen. Es lo mismo que has hecho siempre como maestra, y lo que es peor, como funcionaria pública. No notarás el cambio. El Estado te paga para que te desprecien, en mi burdel, en cambio, serás tú la que humillará a tus alumnos, además, te lo agradecerán, mis clientes te valorarán en lo que sabes y en lo que eres, su dueña y señora. Puta, sí, pero su reina.
Debes saber, le decía Gregorio, que en esta vida solamente podemos ser tres cosas, amo, esclavo o puta. La mejor es siempre la tercera, no tengas ninguna clase de dudas, sé de qué hablo, yo he sido las tres, aunque no al mismo tiempo.
En mi casa podrás resarcirte de todos estos años de sufrimiento, además, equilibrarás la balanza de tus días pasados con todos estos días futuros, rellenos de promesas como si fueran un pavo asado.
Pero todo será mentira, le respondía Hildegart. Claro, mi niña, todo es casi siempre mentira, ¿o es que pretendes que sea verdad?, ¿los quieres realmente maltratar?, ¿hacerles auténtico daño?, no puedo creer que seas tan mala, le respondía dándole un suave beso en los labios.
Hildegart dudaba y pensaba que Gregorio quería que se sintiese culpable de algo, quizás incluso del daño recibido.
Piensa, querida mía, que “simular es obtener información que se genera en experimentos inventados y que la simulación puede describir, predecir y, por lo tanto, sustituir a la experiencia” (1)
Hildegart, que no tenía un pelo de tonta, le indicaba: esa es la esencia del juego, ¿no? Claro, vida mía, le respondía Gregorio, y mi casa es la mejor casa de muñecas que puedas hallar. ¿No te gusta jugar, mi amor?
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(1) “Ideas sobre la complejidad del mundo”, Jorge Wagensberg

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