miércoles, 4 de marzo de 2009

El peletero/El ojo y el negro (7)



28 Noviembre 2007

Querido Teodoro,

Todos te mandan recuerdos y besos, incluido tu amigo Saverio. Sí, ha estado aquí, ha venido a visitarnos.

Pero yo estoy enfadada contigo.

Ha tenido que venir un italiano charlatán para que recordaras a Ruth. Te habías olvidado de ella y resulta que la tienes delante de tus ojos.

¿Te estás preguntando quién es?

Yo.

Soy yo, tu hermana Silvia es Ruth, ¿no te habías dado cuenta nunca?

Yo también he terminado por ir a parar a un “trigal ajeno”, que no es otro que la casa de mi esposo Christian y que ahora es también mi hogar. Otro paisaje, otras lluvias, otros olores y colores, otra gente, otra lengua y casi otro Dios.

¿Sabes de qué hablo?, ¿o todavía estás embriagado con el olor de tu ramera negra?, de la que por cierto, todavía no me has dicho ni siquiera su nombre. Supongo que debe tener alguno, ¿no?

Ya sabes Teodoro que cuando quiero puedo ser muy exigente. Siempre te fijas en lo que viene de fuera y nunca en lo que tienes al lado. Ha tenido que ser la propia Marta la que tome la iniciativa. Si fuera por ti acabaría siendo abuela antes que te decidieras a decirle algo. La muchacha más linda de la ciudad y tú todavía no le habías dicho nada.

Los hombres os emborracháis, os vais a un burdel y ya os creéis que sois los amos del mundo. O bien no paráis de llorar como niños abandonados.

Creo que nunca dejáis de jugar, siempre estáis jugando.

Como te digo, tu amigo italiano ha venido a vernos, y sí, tienes razón, es de fiar, se le ve venir de lejos y no trae con él nada malo. Es un hombre simpático, agradable y bien parecido y también es hombre de mundo, habla más de un idioma y ha leído algún que otro libro.

Mi hijo mayor, Pablo enseguida se ha hecho amigo de él, le han entusiasmado la narración de sus viajes. A todos nos ha regalado guantes, gorros y prendas hechas con ese cordero español tan bueno.

Él y Christian han llegado a un acuerdo que te contaré en una carta aparte, creo que es un buen trato para los dos.

Es una persona instruida, pero algo ingenua. Según parece todavía no le han engañado de verdad, el día que alguien lo haga conseguirá robarle hasta su mismísima alma.

Es un hombre triste, y alguien que se esfuerza y que procura constantemente disimular esa tristeza y no siempre lo consigue. Y no creo que sea por esa esclava que me cuentas. Yo no he conseguido averiguarlo, en todo caso sospecho que es al revés, se ha enamorado de ella a causa de esa tristeza.

Aunque esté en lo cierto, querido hermano, a quién se le ocurre enamorarse de una esclava a la que seguro deben haber bautizado hace cuatro días y que además tampoco debe hablar bien la lengua de su amo, ni mucho menos la de ese esposo negro con el que la han obligado a casarse.

Ha sabido congeniar con todo el mundo, sin embargo conmigo se ha mostrado inseguro y algo nervioso. Él sabía que yo sabía y tenía ganas de preguntarme cosas pero dudaba. Naturalmente he tenido que ser yo quién le preguntara a él, arriesgándome a ser indiscreta. Fue una tarde que Christian se había ido pronto.

Le dije directamente, Teodoro me ha hecho saber la existencia de Ruth, habladme de ella.

Se quedó en silenció, me miró un buen rato a los ojos, callado. Yo le aguanté la mirada, seria, severa y grave. Él también lo estaba, sus nervios habían desaparecido. ¿Os podéis levantar?, si no os importa me gustaría veros de pie, me pidió.

Me quedé un poco sorprendida. ¿Para qué?, le pregunté.

Quiero miraros entera, no a trozos.

Me levanté.

Y me miró de arriba abajo. Teodoro me ha contado que queréis mucho a vuestro esposo, me dijo sin dejar de mirarme a los ojos.

Y así es.

¿Cuánto es mucho?

No podría vivir sin él.

¿Y con un hijo de menos sí?

Sí, sin un hijo ya lo estoy haciendo, se me han muerto tres. Sin mi esposo no podría. Pero las preguntas debería hacerlas yo, ¿no?

Sin escucharme me dijo: entonces sabréis de lo que os hablo. Tomad, es ella.

Y me dio una pequeña cajita redonda en forma de medallón (*). La abrí y dentro de ella había el retrato de una mujer. Un rostro extraño, diferente, especialmente bello, insólitamente hermoso.

¿Cómo lo habéis conseguido?, ¿no es una esclava?, ¿seguro que es ella?

¡Claro que lo es!, ¿creéis que podría confundirme?

Perdonadme, pero decidme, ¿cómo ha llegado a vuestras manos?

Con dinero se puede conseguir todo, una amiga mía me lo ha proporcionado. Es una conseguidora. Sabe cómo hacer las cosas.

¿Vuestra amiga Amparo?

¿Teodoro os ha hablado de ella?

Sí, algo me ha contado, pero él no ha visto el retrato, ¿verdad?

No.

¿Por qué?

Es el retrato de una mujer, y me lo ha proporcionado otra mujer. Sólo una mujer podía ser la segunda en verlo. Él tampoco me ha enseñado a su Marta, la pintaba a escondidas de mí.

Creo que sois un exagerado.

Sí, lo soy, debo serlo.

¿Para qué?

Para ser un buen poeta se debe exagerar un poco.

Creo que confundís la realidad con la poesía.

¿No es lo mismo?

Claro que no. ¿La confundís?

Cuando se viajan ocho meses al año, solo y sin compañía de nadie durante días, y cuando has dejado, eso que llamas tu casa, al cuidado de un sirviente y un secretario, es necesario confundir el camino con uno de los paisajes que pinta vuestro hermano. Ésa es una exageración necesaria.

¿Y cuando no se viaja, cuando no te alejas más de una milla de casa, cuando siempre estás acompañada de los que amas y te aman?

No lo sé querida Silvia, quizás entonces deba uno ser preciso y exacto, medir cada palmo, cada pulgada, sin equivocarse. Esa es otra manera de cantar, exagerada y también necesaria, y tan bella como vos. ¿Sabéis que sois necesaria y bella?

Eso dicen los que me aman.

No temáis, pero yo también soy capaz de ver y apreciar vuestra belleza.

Sois un exagerado.

Sí, necesario, ¿no lo creéis así?

Sí, creo que sí, tal vez tengáis razón. Hace demasiado tiempo que no veo el mar.

Pues deberíais, el mar es el cielo.

¿Y el cielo?, ¿qué es?, ¿lo sabéis?

¿El cielo?, una exageración.

Amado Teodoro, estuvimos hablando mucho más, pero ahora necesito descansar.

Estoy contenta por ti, cuéntame más cosas de Marta y dime cómo piensas pintar la nueva Ruth. También me alegra tu amistad con Emile (…), tu párroco, ahora ya sabes que pertenece a una de las familias más importantes de Flandes, trátalo bien, recuerda bien eso y no lo olvides.

Perdóname si al principio de la carta he sido una gruñona.

Tu hermana que te quiere.

Silvia.

Sí Teodoro, cada día recuerdo a nuestros padres.


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(*) Lo que Silvia describe es algo parecido a un “camafeo.

Para ser preciso un camafeo es un relieve en miniatura obtenido de una piedra preciosa. La más habitual era la ágata, aunque se podía hacer de cualquier material. Se llevaban en forma de colgantes y en ellos se acostumbraba a representar a alguien querido. El que le enseña Saverio a Silvia es una simple miniatura pintada, las circunstancias no daban para más, y el retrato conseguido por Amparo es casi ya un milagro, milagro que sólo ella es capaz de lograr.

La fotografía que encabeza este post pertenece a la actriz mexicana Dalia Hernández, que no tengo el placer de conocer, excepto de haberla visto en “Apocalypto” de Mel Gibson.