15 Enero 2010
Los dedos, un conejo y dos pájaros muertos junto con algunas briznas de paja esparcidas sobre la mesa de piedra.
En el Campo Santo había cuatro árboles como cuatro dedos abiertos, eran cipreses oscuros y viejos.
Otros cuatro bordeaban un prado de trigo alto, listo para la siega, era verano y entre mis dedos había conejos, bastones, espadas y el oro de tus copas que rebosaban dones.
Alcornoques, pinos y leviatanes, ese árbol que dicen que esconde serpientes, lagartos y alacranes gigantes. Saberes, acertijos y premoniciones, cañas, malas hierbas y un par o tres de cruces viejas, ribetes y adornos sencillos entre tus faldas blancas y tus cenefas de colores. Chamizos, nubes y acequias secas.
Parecías un animal salvaje, desnuda y de pie, fiera.
Nuestra ropa en el suelo, el sol alto y cayendo, mi falo enhiesto y subiendo, y mis dedos bailando en tu seno y entrando y saliendo de tu vientre para robarte picas, corazones, tréboles y diamantes.