martes, 8 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Anteayer (y 4)



10 Noviembre 2008

En casa no hay, no hay flores y casi no hay nada o nadie más que yo, creo, o al menos eso creo. Creo que creo que al menos yo sí estoy en algún lugar de la casa, despachando cartas y escribiendo remedios, recetas y vendiendo algún pronóstico que apenas es una apuesta. Casi siempre acierto, no sé cómo, pero adivino el futuro y bastante el pasado que es mucho más difícil, el mío y el de los demás. No sé cómo lo consigo, es extraño y perturbador cada vez que lo consigo que es siempre, o casi siempre. No casi, siempre.

Me inquieta saber que acerté también en este caso. Supe que regresaría y que lo haría por ese aciago motivo, unas flores y una muerte triste y muy lamentable.

He decidido cerrar el despacho y guardar silencio desde este mismo momento. Ni siquiera terminaré de escribir mi poemario número doce.

Haré ese viaje en silencio.

Ella nunca sabrá que habré regresado por un par de días, que volveré a pasearme por las calles de su ciudad, que casi rondaré su casa, que husmearé por las esquinas con un ramo de flores en la mano que no es para ella y sí para su hijo fallecido.

No entiendo del todo, nunca lo he comprendido, el silencio, aunque ahora sé que debo guardarlo. Me abruma y me asusta. El silencio es un espanto.

No estoy muy seguro qué significa, sospecho qué es, pero sé también que es algo que no se puede nombrar, no hay boca que sea capaz ni tampoco ningún cerebro competente que lo pueda imaginar, edificar y erigir. Nadie puede decir tal palabra en voz alta para que todos la oigan, no es posible, no puede ser, hay que morir ocho veces y media, creo, para tener tal potestad, y ni siquiera Dios ha muerto tantas.

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