miércoles, 23 de septiembre de 2009

El peletero/El tiempo/Mañana (y 3)


5 Diciembre 2008

El sargento de la Confederación llamado Ethan, dice:

“El indio, tanto cuando ataca como cuando huye, es inconstante, abandona pronto, no puede imaginar que alguien persiga algo sin descanso”.

La cuestión es, y no es un dilema baladí, que a estas alturas de mi vida todavía no sé si soy el comanche que huye o el rostro pálido que lo persigue, de verdad que no lo sé.

Y mucho menos en estos días que me llaman desde América unas voces educadas que me reclaman una deuda.

Las deudas hay que pagarlas y mi vida de estos últimos años demuestra que así lo creo y así lo he hecho. Da igual si es mucha o poca, si es con un amigo o con una de las poderosas multinacionales que rigen medio mundo y que me dicen, con su salmodia medio caribeña y medio andina, que he de pagar mañana sin falta. Pero mañana es imposible y además no puede ser.

Los comanches fueron los primeros caballistas de las grandes llanuras de Norteamérica, ellos, junto con los pueblos campesinos del Missouri, dieron lugar al nacimiento de lo que se ha conocido como “Cultura de las llanuras”.

Los comanches, al igual que los utes y los descamisados shoshones, hablan, y casi podemos afirmar que hablaban, una lengua del tronco llamado “uto azteca”, la misma que usaban aquellos que, recién llegados, esclavizaron como lo hacen los bárbaros, los ladrones y los salvajes, a todo México central. Pero Cortés los redimió y los elevó al altar del mito al convertirlos en víctimas cuando no lo eran.

Cortés llegó con dos compañeros, cuatro armaduras, media docena de caballos, una amante nativa que le servía de traductora e intérprete y unos cuantos miles de esclavos que tenían unas ganas enormes de cortarles la cabeza a sus dueños de siempre, los afamados aztecas. Esa, como muchas, es también una historia de venganzas.

Pero pagar una deuda es todo lo contrario, no tiene nada que ver con una venganza y sí con la justicia y la rectitud. Y nunca con el resentimiento.

Esas son cuestiones muy difíciles de discernir. En México, precisamente, a “The Searchers”, se la tituló “Más corazón que odio”, dando a entender que la persistencia en perseguir a aquellos comanches secuestradores nacía de un concepto profundo de justicia y restitución, no de odio, inquina o triste y mezquino rencor.

Cuando Ethan por fin, después de muchos años, encuentra y libera a su sobrina Deborah, simbólicamente halla también a su propia familia, aquella que él perdió del mismo modo cuando era un niño. Al rescatarla de los comanches salva igualmente a los suyos, masacrados en otro tiempo y de un modo muy parecido por otros indios. Así pues no puede olvidar a esa niña, Debbie, la hija de su hermano asesinado, no puede dejar que se la lleve el tiempo y seguir viviendo sin pasado.

Ethan tiene que ser fiel a su infancia y dedicar toda su vida a salvaguardarla y a reconstruirla, y si es necesario descender a los infiernos. Debe hacerlo si cree que allí se encuentra, o bien piensa que la perdió tras alguna loma, después de una curva o en el fondo de alguna cañada seca.

Una vez la encuentre y la restituya se irá. Será entonces un hombre triste, profundamente inmerso en una pena que no tiene nombre, pero será una tristeza gloriosa y alegre.

¿Qué significa una tristeza gloriosa y alegre?

No estoy muy seguro, sospecho qué es, pero sé también que es algo que no se puede nombrar, no hay boca que sea capaz ni tampoco ningún cerebro competente que la pueda imaginar, edificar y erigir. Nadie puede decir tal palabra en voz alta para que todos la oigan, no es posible, no puede ser, hay que morir ocho veces y media, creo, para tener tal potestad, y ni siquiera Dios ha muerto tantas.

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