lunes, 27 de julio de 2009

El peletero/Una vida normal (3 de 6)


9 Septiembre 2008


Es evidente que me equivoqué con ella, me arriesgué, tenía un lado bueno la niña, tuvo un lado bueno, y prometía algo que valoré de manera muy errónea. En sus buenos años era rápida y perspicaz, más con las personas que con los objetos. Sabía conocerlas, sabía preguntarles un par o tres de cosas que disimulaba como si fueran halagos. Las respuestas le daban un diagnóstico, decía ella, una propensión. Me gustaba esa palabra casi médica, casi de físico quántico, me gustaba esa manera que tenía de situarse en la esquina, desmadejada como un ovillo deshecho, piernas mal colocadas y brazos mal cruzados, pero atenta al entorno como una mosca que mira en todas direcciones.

Hubiera podido salir bien, pero se rompió. La gente a veces se rompe o alguien la trocea como si fuera papel con garabatos o carne para un bistec “tartare”, o peor, restos de comida para perros o hamburguesas para niños. Se despedazó y los miles de fragmentos apenas se mantuvieron unos encima de los otros como naipes el día que llegó el tan esperado “The Big One” a San Francisco, aquel terremoto que arrasó hasta las cloacas de la ciudad de las mil colinas.

Parecía un rompecabezas equivocado con muchas piezas perdidas, mal diseñadas o abandonadas. Muchos dirán que fui yo, yo era su pareja económica y durante un tiempo, sentimental también, y durante otro, sexual y durante otra época más fuimos un poco de todo, mezclamos dineros, sentimientos, convivencia y sexo. Y durante siempre fui su pareja intelectual, yo les daba forma a sus ideas. A veces nos aburríamos y muchas otras parecíamos enloquecer arriesgando en la cama y en la bolsa. Reíamos demasiado cuando follábamos.

Sea como sea se quebró, quizás por reír mucho, o por no hacerlo suficiente, tal vez se enamoró de aquel gitano que un día se la llevó y tardó seis meses en devolverla. Quizás fue la directora del banco que nos prestó algún dinero y con la que yo acabé acostándome a ratos primero, y luego a días enteros, en fines de semana rodando por las alfombras abrazados y regateando tipos de interés mientras le besaba los pechos. Pero puede que fuera aquel muchacho rubio, como ella, que la halagaba y le hablaba de todo de manera diferente. O la morena que me halagaba a mí y me decía lo mismo que dicen todas pero de manera distinta a cómo lo dicen todas. Aunque lo más seguro es que fuera aquel cliente de Hong Kong que no terminó de firmar aquel contrato, el más importante de todos.

No hay comentarios: