jueves, 30 de julio de 2009

El peletero/Una vida normal (y 6)


19 Septiembre 2008

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El tío viudo y sin hijos murió, y la herencia se repartió. Ella obtuvo la mitad y los dos sobrinos un 20 por ciento cada uno. La tía americana recibió el 10 por ciento restante.

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La última bofetada fue de órdago. De lleno en mi mejilla. Mientras me recuperaba intentando esconder mi sonrisa llegaron los insultos. Su veneno mental tampoco había menguado, pensé mientras me frotaba el rostro.

Le había llegado mi demanda del juzgado y el embargo preventivo de su nueva riqueza caída del cielo. Yo me había dado prisa, pero la justicia es y sería lenta. Todo el mundo tendría ahora tiempo suficiente de entrar en la batalla. Primero su poca pero muy codiciosa familia, y luego, en un largo goteo, aparecerían los otros acreedores aquí y allá. Todos con la mano abierta esperando recoger algo.

No sé como terminará todo esto, espero que mi abogado pesimista no tenga razón y acabe yo en la cárcel y ella encerrada en un centro de salud, mientras unos terceros disfrutan de “mi” dinero.

He de reconocer que me importa muy poco lo que a ella le pueda acontecer a partir de ahora, ha vivido a mi costa demasiados años, le financié sus absurdos negocios y hasta hoy he evitado que terminara por pudrirse del todo. Tampoco sé si esto me puede beneficiar o perjudicar ahora que casi la mando a pedir limosna. Mi abogado se cura en salud y se mantiene precavido, aunque él ya sabe que sólo cobrará si gano, no tengo dinero suficiente para satisfacer sus asombrosos honorarios. Yo estoy dispuesto a luchar hasta donde haga falta y sinceramente, no creo que me encierren en la cárcel, que me condenen a ella es posible, que me encierren no. En realidad no tengo otra cosa que hacer en la vida que recuperar mi dinero perdido inexorablemente dentro de la cabeza sin fondo de esa loca.

Que no recupere mi dinero es también muy posible y, sinceramente, es lo más probable, tanto como que ella termine encerrada, a cargo de ese par de sobrinos avariciosos, o peor, en manos de la caridad y sanidad pública, en una de esas instituciones para dementes. Algo de ello sucederá, seguro que sí, las cosas no serán muy distintas de este panorama siniestro que estoy dibujando. Ése será el fin de una historia triste donde paradójicamente el dinero, si algo ha sido, es todo menos vulgar, yo sé el dolor que ha causado y el tiempo que le hemos dedicado. Una vida entera intentando sobrevivirla y generando ilusiones que han terminado por llenar un pozo negro de decisiones equivocadas. Esta es una realidad difícil de aceptar, pero tan cierta como que su pérdida o su ganancia no son ni triviales ni intrascendentes, el dinero nunca lo es. Nada de eso significa tampoco haberlo derrochado, ni a él ni al tiempo que se nos ha proporcionado para malgastarlo. Él nos lo ha dado todo y él también nos lo ha quitado, bendito sea.

El final está aún por decidir. No nos libraremos de su sentencia, ni tampoco de su recuerdo salvaje cuando llegue, ni de ver entonces, que entre nuestras manos y nuestros ojos, no nos quede nada más nada que nada ni haya tampoco nada más nada que nada que mi estúpida cara en ese maldito espejo del lavabo que me ilumina cada mañana con toda su crueldad.

Y claridad.

Nada, ni siquiera una triste espera.

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Nada.

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