viernes, 15 de mayo de 2009
El peletero/El blog apócrifo de Lorena, una carta y una canción (2 de 8)
1 Abril 2008
Hace 12 años, cuando todavía vivía en España y estaba, junto con mi primer esposo, Juan, iniciando los trámites de nuestro divorcio, escribí lo que hoy me decido a publicar. Lo escribí para no olvidar nada, para no olvidarme; podía, y todavía puedo, volverme loca, alcohólica o enfermar de Alzheimer y quizás este hijo que acabo de parir ahora, a mis 40 años, merezca saber algo de su madre. Yo también merezco saber algo de mí.
Me llamo Lorena y nací hace 28 años en México D. F.
Durante un tiempo trabajé en el ballet que actuaba cada noche en la sala de fiestas del Hotel Nefertiti. Un lujoso hotel de playa mediterránea, no demasiado diferente a los hoteles que hay en la costa mejicana, mi país, o en el resto del Caribe. Tampoco es diferente a los hoteles de lujo del Índico, ni los que hay en las costas del Pacífico.
Conocí a Juan, el español que hoy es mi marido, cuando apenas tenía 14, en la isla de Cozumel.
Me lleva 16 años. Eso nunca me ha importado, todo lo contrario. No es más alto que yo, pero tiene un tórax fuerte, me recuerda a Picasso. Soy una vulgar bailarina, pero me gustan los pintores.
Mi marido era y es un simple mesero, servía las mesas del bar de la piscina del hotel donde mi familia trabajaba. Un hotel de playa, propiedad de una importante cadena española.
Papá estaba en la recepción y mi madre era la encargada de la limpieza de las habitaciones. Juan servía las mesas y yo me colaba y me las arreglaba para bañarme en la piscina con los demás clientes como si fuera uno de ellos.
Me miraba y me bañaba, me miraba y nadaba para él. Luego me secaba al sol mientras me seguía mirando.
Era habilidoso, no era fácil transportar la bandeja llena de vasos sin tropezar con ninguna toalla del suelo, estar atento a los pedidos y no dejar de mirarme.
Me gustó ese malabarismo y ese interés por mí.
En aquella época aparentaba 14 si solamente me miraban la cara. Ahora aparento 18 si únicamente me miran el cuerpo.
Tardamos poco en acostarnos y durante un corto tiempo estuvo atado a las patas de mi cama, de una cama que para ser sinceros, tiene las sábanas… mejor dicho, ya no tiene sábanas.
Él fue mi primer hombre y durante casi todo nuestro matrimonio le fui fiel. Antes de él apenas tuve algunos contactos íntimos con amigas, niñas como yo.
Méjico no es Zimbabwe, tampoco es Azerbaiján ni Somalia ni el Cáucaso, en algunos sentidos es mucho peor.
Yo necesitaba un norteamericano o un europeo, preferentemente rico. Juan no lo era ni lo es ni tampoco lo será nunca, pero era, es y siempre será tierno y español, y al menos eso facilitaba el idioma. No debía aprender ninguno más, con mi “mejicano” y mi “americano”, que hablo perfectamente, ya me podía mover por casi todo el mundo. Me gustaba ese acento “español” que hablaba.
Me sigue gustando.
Me enamoré de él, pero también es verdad que quería irme.
Gracias a Juan me fui de “Nueva España” para pasar a la “Vieja”. No parecía un cambio mucho mejor, en realidad no lo fue, la verdad es que no.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario