3 Enero 2008
EPÍLOGO
Teodoro me acogió con lo que más tarde supe era su característica compasión, generosa y sin esfuerzo. Parecía su invitada más que una peregrina sola y necesitada de ayuda. A él le gustaban estas historias raras, de viajes, de búsquedas y aventuras. Y la mía lo conquistó: buscar mi nombre, encontrar la palabra, el verbo, el instrumento de Dios, el tesoro más preciado. Su cuerpo y su sangre.
Pero convivir con Teodoro tenía un precio. Él lo llamaba amor, yo no. Los artistas juegan de manera irresponsable con las palabras. Yo no sé cómo llamarlo, pero amor sin duda que no era. Por mi parte al menos nunca lo fue. Yo solamente he amado a mi padre asesino y a esa mujer que durante unos años me prestó su rostro. Mi amada, mi dulce reina, mi manantial. Los hombres tienen demasiados deberes, misiones y retos, todo inútil, todo en vano, tonterías de niños que nunca consiguen crecer.
Esa soy yo, bastantes años después, pintada y embarazada por Teodoro Van Babel.
Esa tabla la compró Saverio, ese amigo extravagante que tenía Teodoro.
Ese Saverio afirmaba que le gustaban las mujeres embarazadas, decía que una mujer así, es más mujer, es una mujer completa, entera. Y que la barriga de preñada es también un atributo sexual más. Conozco estas cosas de los hombres.
La rosa que llevo en mi vientre es la nieta de mi padre, mi propia hija, la hija también de ese pintor medio loco, de manos siempre sucias por las pinturas, ásperas por los disolventes, de cabellos largos y siempre despeinados, albino, alguien sin color en el cuerpo, de mirada cada día más ciega, alguien al que le hacía daño tanta luz, por eso pintaba de noche y medio a oscuras. ¿Ya te ves?, le pregunté la primera vez. No, me dijo, pinto por intuición y se rió de la cara de sorpresa que puse.
La hija que parí y que bauticé como Silvia es casi seguro hija de Teodoro, pero existe una remota posibilidad que lo sea de Saverio. Es una posibilidad pequeña, pero el tiempo pasa, y la niña crece, se hace mayor y los rasgos de su cara no son los de Teodoro exactamente. Cada día que pasa se parece más a Saverio.
La vida es extraña
Soy eso que escribo y eso que canto, y canto a eso que abandono, a eso que dejo en el camino, y a eso que no puede seguir mi paso. Y también soy todo eso que voy encontrando y todo eso que quizás encontraré a partir de ahora.
Todo eso me define y dice qué, cómo y quién soy.
Amor, felicidad, soledad, vacío. Eso y esa soy yo. La hija de un asesino, que solamente amando a su padre consiguió así parir una hija sana, una rosa de un vientre triste, casi de tierra yerma.
Aunque para ello hubiese de acostarme con un pintor sin color.
El caso es que antes de todo eso mi amada me abandonó por un hombre, y por un hombre rico. Yo no lo era, ni hombre, ni tenía dinero. No pude reprochárselo.
Durante el tiempo que estuvimos juntas la quise, parece ridículo escribir eso tan sencillo y tan desprovisto de significado, y en el fondo tan poco poético, pero es la verdad, la quise y la quise mucho, y todavía la quiero. A pesar de estar yo ya muerta todavía la sigo queriendo.
De ella sí que puedo hablar de amor, de ella puedo hablar, como si aún tuviera sentido hacerlo de algo que en realidad ya no significa nada.
Gracias a ella aún puedo hablar de “eso”, aún puedo pronunciar esa palabra maldita.
No es cierto que las dos fuéramos igual de bellas, ella lo era mucho más que yo. Lo descubrí al separarnos, cuando la que a partir de entonces veía en el espejo ya no era mi amada sino yo. Nada más que yo misma, apenas yo, apenas nada.
Para ella compuse una canción muchísimos años después, cuando vieja y enferma la muerte me rondaba ya muy de cerca.
Es una canción de despedida y de bienvenida como lo son todas. Y lo es porque es de alguien que camina, que es la manera más digna de llorar.
Es triste por lo que en ella se dice, pero alegre por cómo se dice. Esas son las canciones que me gustan, que siempre me han gustado.
Las cosas importantes de la vida son tristes, pero es la tristeza que también conforma la belleza y la felicidad. La bondad del mundo está fabricada de tristeza, de esa tristeza lúcida que no puede ser cantada más que con alegría. Ese es el contrasentido más hermoso de la verdad.
Componiéndola creí hallar mi nombre, pero no. Quizás nunca lo perdí, quizás nunca supe que lo tenía, quizás mi padre no me lo quitó al matar a mi madre, quizás lo olvidé, no lo sé, ahora ya es demasiado tarde. El caso es que empecé a componer mi canción viva y hube de terminarla muerta. No llegué a tiempo, todo va demasiado rápido. En realidad está cantada desde el otro lado, más allá de la bruma que todo lo desdibuja y que rompe los contornos.
En esa canción hablo de ella, de mi amor, de lo mucho que la amé y lo mucho que la sigo amando, y de que las lecciones siempre terminamos aprendiéndolas tarde. Que todo eso es arena pura al lado del mar, que mi amor por ella acabó siendo esa arena que ninguna mano puede retener.
En ella le digo que pude y que debí amarla mejor. Se lo merecía sin duda, y la paradoja está en que yo también me merecía haberla amado más y mucho mejor.
Se fue, y ni ella ni yo nos despedimos como debíamos haberlo hecho. Hubo una razón para ello, en aquel momento fue una razón poderosa. Pero ahora, lejos ambas, una de la otra, en el espacio y en el tiempo, nada tiene la suficiente fuerza, nada es bastante importante excepto mi amor por ella, pues de él, del mío, de ese amor es de lo único que puedo y debo hablar. Mi amor por ella lo llena todo, toda esa nada, toda esa oscuridad, toda esa muerte.
Todo el recuerdo de lo que fui y de quienes me acompañaron se oscurece frente a su resplandor.
Incluso es injusto que sea así, pero así es.
Pero ahora, Amor mío, estoy muerta y ya nada importa. Lejos en el tiempo, sin manos y sin cuerpo, sin labios para besar los tuyos de mujer. Nada importa más que el escaso recuerdo que me queda de ti.
La caridad de Dios no me otorgará el deseo más anhelado.
Yo sé que no habrá jamás una segunda oportunidad, no hay más vidas, ni de gata ni reencarnaciones sin memoria. No hay nada. Eso en lo que me hallo es el fin.
Yo sé que nunca más volveremos a encontrarnos, nunca más. Jamás volveré a oír tu voz. Ya no podré reír contigo. La ocasión nunca se nos volverá a presentar. El adiós es definitivo y sólo espero que también lo sea para mí misma, pues no podría seguir soportando el dolor en ese corazón que tuve y que ya no poseo.
Estoy muerta y aún me duele esa lanza clavada que atraviesa todo mi pecho y que no termina de matarme del todo.
Mi Reina, ni Teodoro con el que conviví algún tiempo, ni Saverio con el que solamente me acosté una noche, o cualquier otro viajero que pudo ofrecerme su cuerpo hermoso de hombre o de mujer, fueron menos que nada comparados con la luz de tu sonrisa en la penumbra de nuestro rincón.
Mi Diosa, deseo que seas feliz, todo lo feliz que una mujer puede ser en este extraño mundo en el que uno no sabe si mañana seguirá vivo o deberá embarcarse y atravesar el lago. Caro es el peaje del barquero, un talento de oro y todos tus recuerdos por traspasarte al otro lado.
Caro y despiadado eres Caronte, y más lo es tu dios.
Mi Manantial, quiero que sepas que te quiero y que eres mi único, el primero y mi último pensamiento.
Después de ti no hay nada.
Nada.
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La canción dice:
It's a lesson too late for the learnin',
Made of sand, made of sand.
In the wink of an eye my soul is turnin'
In your hand, in your hand.
Are you goin' away with no word of farewell?
Will there be not a trace left behind?
I could have loved you better,
didn't mean to be unkind;
Oh, you know that was the last thing on my mind.
You had reasons a-plenty for goin',
This I know, this I know.
And the weeds have been steadily growin',
Please don't go, please don't go.
As I lie in my bed in the mornin',
Without you, without you,
Every song in my heart dies a-bornin',
Without you, without you.
Oh, you know that was the last thing on my mind.
(The last thing of my mind, música y letra Tom Paxton)
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El texto y la música las compuse yo, pero el poema final del presente texto no es mío, es de Saverio, escrito, para mí, me dijo, pero no es cierto, mentía, no sabía mentir el genovés, que al final acabará siendo el padre de Silvia. Eso es tener buena puntería.
No sé para quién fue escrito, para alguien sí, conociendo a Saverio, para una mujer sin duda, pero para mí seguro que no. Seguro que fue para esa esclava india a la que sólo vio unos escasos y cortos instantes. No puedo evitar estar un poco celosa de ella, aunque sea de una cautiva de piel oscura, de alguien que no es nadie.
Así pues, creo poder decir que el poema no es ciertamente de nadie, al menos de nadie que yo sepa o conozca. Pero como él me lo regaló sólo a mí, tengo todo el derecho de regalárselo a quien quiera.
Se lo regalo pues a mi amada.
Escribí mi canción para ella, pero quizás he de reconocer que el genovés acertó más con menos palabras.
Quizás ese poema es un mejor adiós que mi propia canción. No sé.
El retrato que veis no es ninguna pintura, ni tampoco ningún dibujo, es una fotografía realizada con la técnica química clásica y la caja oscura de siempre.
No os debe extrañar, ya sabéis que en poesía el tiempo solamente es relativo a la voluntad del poeta, de él depende, y con él, el autor hace lo que cree más conveniente y necesario.
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Esta era mi amada, hermosa y bella, ¿verdad?
Quizás os parecerá que la recordáis, quizás pensaréis que la conocéis, incluso creeréis saber quién es.
Os equivocaréis.
A muchos les ocurre, tal es su belleza que todos la han soñado.
El poema que sigue a continuación es de mi “pellicciaio”. De mi querido, dulce y bobo Saverio que se enamora de esclavas.
Esperé y medió se giró,
ladeó la cabeza hacia su izquierda,
lo suficiente para mirarme.
Aunque su cuerpo opaco
seguía dándome la espalda.
Alejándose.
Mientras, dos palomas blancas jugaban en su nido,
ajenas a la muerte del mar.
(“La muerte del mar”, Il pellicciaio. 26-julio-2007)
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POSDATA
Todos los textos que se han publicado en esta humilde ventana al mundo, llamados “Poesía Fría”, han pretendido ser una reflexión, más o menos acertada, sobre la identidad.
La pregunta que subyace en todos ellos, y que constituye su armazón, es ¿quién soy? Ésa es una interrogación que hemos de reconocer está ya demasiado amortizada, vaciada, pesa poco, y que al igual que la palabra “amor” y su significado, no es posible responderla si no es con otra pregunta.
Indudablemente a nosotros también se nos puede culpar de ser unos charlatanes y de descubrir hoy que el sol sale por el este, pero a pesar de ello, nos sentimos orgullosos de haber recorrido todo ese largo camino para, al final, poder responder a la pregunta ¿quién soy?, con esa otra pregunta: ¿quién eres?
Con ello pretendemos decir algo tan viejo como el mismo mundo, algo que se ha dicho hasta la saciedad, pero que fácilmente olvidamos: aquello que somos lo somos porque existe “el otro”, ambos, somos un solo dilema, somos el problema y al mismo tiempo, la solución.
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También me gustaría hacer una alusión personal. La “Poesía Fría” es el pago de una deuda que creí haber contraído, hace un tiempo, al permitirme una mujer leer unos textos que escribió únicamente para mí y que tituló “Los lobos”.
Ella me reclamaba cariñosamente una respuesta por mi parte. La respuesta ha llegado tarde, pero aquí está, es esta serie que he titulado “Poesía Fría”.
Así pues la deuda está saldada.
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SUMARIO
El peletero / Poesía Fría / Prólogo 2 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Canto / El llanto 5 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Canto / La risa y la ira 7 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Canto / La muerte 9 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Canto / El ladrón 12 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Vuelo / El pájaro 14 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Vuelo / La palabra 16 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Vuelo / ¿Cómo te llamas? 20 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Vuelo / La tormenta 23 de noviembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Sueño / Gran Elegía a John Donne (1) 10 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Sueño / Gran Elegía a John Donne (2) 11 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Sueño / Gran Elegía a John Donne (3) 12 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Sueño / Gran Elegía a John Donne (4) 13 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Paso / Algo 27 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Paso / Todo 28 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Paso / Nada 29 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / El primer Paso / El final 31 de diciembre de 2007
El peletero / Poesía Fría / Epílogo (1 de 2) 2 de enero de 2008
El peletero / Poesía Fría / Epílogo (y 2) 3 de enero de 2008
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