3 Junio 2009
5. De cómo Daniel me dijo que no tenía ninguna amante.
Al otro día, viernes, regresé al mismo restaurante, “El Circo”, pero no lo vi.
La semana siguiente hice lo mismo, decidí seguir instalado en mi “observatorio” y jugar a ser un espía durante la hora escasa de que disponía para almorzar. Solamente lo vi aparecer el jueves, de nuevo un jueves. Llegó, llamó, le abrieron y entró. Eso hizo las cuatro siguientes semanas. Exactamente lo mismo, todos los jueves a las 14,30 horas exactas.
No sé a qué hora se iba, yo debía permanecer en mi oficina trabajando, no podía apostarme como si fuera un verdadero policía. Y en cualquier caso tampoco debía, no era de mi incumbencia. Pero la curiosidad me ganaba. Así que le llamé.
Como excusa usé una casi verdad: le dije que deseaba verlo y charlar, porque habían pasado ya siete meses desde la última vez. Me respondió con alegría. Me contó que estaba ocupado en nuevas cosas, pero que podíamos quedar para cenar. Así lo hicimos. Concretamos la cita, el lugar y la hora. Los dos solos, Cristina no vino, se quedó en casa.
Fuimos a un buen restaurante y luego a un bar de copas para personas que solamente desean conversar en un buen ambiente.
Hablamos de todo y hablamos de él. Me confesó, una vez más, que sus problemas económicos por fin habían terminado, que su esposa había cumplido con el compromiso contraído. Que ahora estaba intentando encontrar un trabajo modesto, pero en el que se pudiera sentir cómodo. No tenía prisa, su mujer cargaba con todo, ella podía hacerlo y no le exigía nada excepto comportarse en público como un matrimonio bien avenido. Naturalmente no había vida amorosa, ni ternura ni amor y, por supuesto, sexo tampoco. Solamente permanecía un ligero cariño, los restos mustios de aquella hermosa y antigua amistad que también los había unido en el pasado. Pero esa correa corta que lo ataba a ella malhería su ánimo, su dignidad y su orgullo.
Se lo pregunté directamente. ¿Tienes alguna amante?
¡Por supuesto que no!, me respondió. Ni me apetece ni tampoco debo tenerla si quiero que las cosas permanezcan igual.
¿Igual? Ella ya ha pagado tus deudas, déjala, pide ahora el divorcio. Pórtate como un canalla, incumple tu promesa, le dije sin miramientos.
Ya lo he pensado, me confesó. Pero necesito todavía su dinero para resarcirme y no sé si podré devolvérselo, ella no me lo pide, no hemos firmado ningún papel, no me lo puede reclamar legalmente, pero lo intentaré, quiero devolvérselo. Ella me ha salvado a cambio de seguir manteniendo una pantomima que le interesa continuar. No quiero ni deseo criticar su ética de las cosas, no soy nadie para hacer eso, y mucho menos después de haberme salvado de la ruina. Ésa es tan buena razón como cualquier otra, ¿no crees? Además, me quiere.
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