martes, 22 de diciembre de 2009

El peletero/Ángela (3 de 20)

30 Mayo 2009

3. De lo que la gente hace y de lo que la gente dice que hace.

He de confesar, sin embargo, que me intrigó y me desconcertó todavía más un día que ella y yo nos encontramos casualmente por la calle. Nos saludamos con alegría educada, la invité a tomar un café en un bar cercano y al despedirnos me dijo que no debía fijarme en lo que la gente dice, solamente en lo que hace. ¿Por qué lo dices?, le pregunté. No me respondió. Estaba próxima la Navidad, iba cargada con muchos paquetes envueltos en papel de regalo para sus muchos sobrinos de sus muchos hermanos y hermanas, primos y primas. Ellos dos no tenían hijos.

Es cierto, pero es difícil saber lo que la gente hace, incluso cuando puedes observarla en secreto sin ella saberlo. Sus actos nunca son del todo evidentes y nítidos, tampoco sus palabras. No lo son en ellos mismos, en su mera descripción y mucho menos en su significado.

Al pensar en esas cosas recordé un párrafo que escribió Marcel Proust y al llegar a casa lo busqué para releerlo. En “El mundo de los Guermantes” afirma eso mismo al decir que nadie nunca está inmóvil y claro “ante nosotros, con sus cualidades, sus defectos, sus proyectos y sus intenciones, sino que es una sombra en la que jamás podemos penetrar, sobre la cual nos hacemos un cierto número de opiniones basándonos sobre palabras o tal vez sobre acciones que, unas y otras, nos dan sólo nociones insuficientes y además contradictorias...”

Cristina no era exactamente una “intelectual”, ni tampoco una poeta, pero estaba orgullosa de sus convicciones. En su familia había llegado al gran status de “tía”, era casi un título de nobleza. La vi irse cargada con todos esos paquetes llenos de regalos para sobrinos primeros y primos segundos, hermanos y demás familia. Al verla llamar a un taxi, y llenar el portamaletas con todos los bultos que traía Santa Klaus, comprendí por un instante que no permitiera el divorcio de su marido y que incluso llegara a pagar por él.

En un primer momento pensé que Cristina me retaba y me proponía una especie de acertijo, que insinuaba un rompecabezas haciéndose más la víctima que la misteriosa. Seguramente Cristina se refería a sí misma, y a la mala opinión generada en los demás por pagar unas deudas a cambio de un marido.

Era indudable que ella debía tener otra imagen de sí, de sus propios actos y palabras, y sin duda ése era un sentir positivo y satisfactorio sobre su persona, su voluntad y la manera de hacerla efectiva.

Pero una vez más me encontraba con esa diferencia entre lo que decimos, hacemos y decimos que hacemos.

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