miércoles, 8 de abril de 2009

E peletero/El ladrido de un perro en cuatro partes y una canción



28 Enero 2008

Para ti, de aquél que construye casas nuevas entre flores vanidosas.

(Barcelona, 28 de enero de 2008)


PRIMERA PARTE

“¿Qué sabes tú de lo que fue mi vida?

Ahora sólo ves estos últimos años que son como la empuñadura de un cuchillo clavado hasta el final en mi costado.

Arráncalo de golpe y un borbotón de sueños salpicará tu rostro”.

(Ángel González)


SEGUNDA PARTE

Parecía el sonido de un tenedor resbalando por un plato vacío sin llegar a pinchar nada. Al oír aquel ruido estridente, ladeó la cabeza y pensó que había llegado al final.

Ensimismado saboreaba su cerveza. La casa estaba silenciosa, todos dormían confiados en su vigilancia. Sus padres, su esposa inexistente, sus hijos que no había tenido, la asistenta y la hija pequeña de la asistenta de tres años. Incluso muy lejos de allí dormía también su hermano, cansado, confiado y optimista como había sido siempre. Todos dormían tranquilos y confiados.

El tenedor seguía resbalando por el plato vacío y él seguía ladeando la cabeza.

No paraba de mear aquella cerveza y al hacerlo se miraba en el espejo del baño y al mirarse se preguntaba: ¿por qué demonios ladeo la cabeza de esa manera?

No tardó demasiado tiempo en morirse. Fue una muerte rápida.

Todos dormían y se dieron cuenta a la mañana siguiente.

Cuando lo hallaron en el suelo, tenía los ojos hinchados y todavía calientes mientras el resto del cuerpo ya se había enfriado.

Lo enterraron con la cabeza ladeada, no pudieron enderezarla. Aunque nadie recuerda si fue a derecha o a izquierda o si señalaba el norte o el sur

El tenedor seguía resbalando por aquel plato vacío.

TERCERA PARTE

Una vez muerto se dio cuenta de una tontería, de una obviedad; se dio cuenta que estar muerto es peor que estar vivo, el cuerpo es poca cosa, pero menos es nada.

Cuando estás vivo, pensó, sabes poco de algo, pero muerto lo sabes todo de nada.

Aunque estaba muerto se daba cuenta también que la nada es una fiera hambrienta, transparente, ansiosa y depredadora y que inevitablemente invisibles y muertos somos una presa que huye desesperada, sin posibilidad ninguna de encontrar refugio.

Una fiera que no tiene lados ni esquinas, ni algo que merezca ser aguantado ni sostenido, pero lo peor no es que no tenga horizonte ni suelo, lo peor tampoco es que esté vacía, todo eso no tiene importancia, lo verdaderamente terrible es que está abandonada.

También se dio cuenta que todo eso no era conocimiento, ciencia o sabiduría, era solamente un olor, era el olor del tiempo y el estupor ante la terrible belleza de su umbral, desvanecida definitivamente.

Todo eso era únicamente olor y dolor.

Estar muerto es una mutilación absoluta y los muertos caemos sin cesar, se dijo así mismo, y nuestro único consuelo, pensó, es saber que no hay fondo.

Pero… se dio cuenta de algo, tarde sin duda, se dio cuenta que justo antes de morirse había pensado que debía de recordar a alguien más, pues a todos había recordado, pero la muerte, desgraciadamente, lo atrapó antes de conseguirlo.

Ya hemos dicho que fue una muerte rápida.

Mientras caía oyó a un perro ladrar.

CUARTA PARTE

¿Sirio?

Allí estaba mi perro, había venido a buscarme. En julio se hubieran cumplido siete años de su muerte.

Él conocía el camino de vuelta a casa, su olor no se olvida.

No puede olvidarse jamás cuando en casa, contigo, todo había sido un respirar florido, de noches y flores, en nuestro viejo jardín.

Mientras ella dormía, yo trataba de rendirme a las delicias de nuestro pecado y de nuestro Amor.

Ella, que mientras soñaba, dibujaba en el aire, todo su encanto y toda su gracia.

Ella, que con su ambiguo movimiento, y con su estar lánguido, se sumía por las sendas del olvido.

Ella, que al dormir vibraba, y hasta lloraba durmiendo, y yo, sabiendo orgulloso, que era la causa de ese temblor y de esa dulzura de su llanto.

Ella, que al entornar sus ojos, daba así por acabado nuestro combate amoroso.

Combate que también terminaba por dormirse con una sonrisa embelesada.

Como ella, como yo.

A través de nuestra ventana entreabierta, con sus viejas y despintadas persianas, casi bajadas, casi cerradas, casi abiertas,

nos visitaba el viento,

y todo era,

una vez más,

como un respirar florido.

¿Sirio?

Allí estaba mi perro, había logrado encontrarme. En diciembre hubiera cumplido diecinueve años.

Todavía recordaba mi olor. Juntos empezamos a caminar, él sabía cuál era el camino de vuelta a casa.

Ya era hora de regresar, me dije aquel lejano 28 de enero de 2008.

A mi casa Florida.

A mi casa abandonada.

Y LA CANCIÓN

Quan ella dorm el gaudi somnolent
del vell jardí vibrant de flors i nit,
passant per la finestra sóc el vent,
i tot és com un alenar florit.

Quan ella dorm i sense fer-hi esment
tomba a les grans fondàries de l'oblit,
l'abella so que clava la roent
agulla -fúria i foc- en el seu pit.

La que era estampa, encís i galanor
i moviment ambigu, és plor i crit.
I jo, causa del dol, de la dolçor

en faig lasses delícies de pecat,
i Amor, que veu, ulls closos, el combat,
s'adorm amb un somriure embadalit.

(“Sonet”, Bertomeu Rosselló-Pòrcel)


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