miércoles, 17 de junio de 2009

El peletero/El Gordo/El Fin (2 de 5)



10 Junio 2008

Cuando frecuentaba los burdeles tenía que pagar un plus de aplastamiento, no por las muchachas y sí por las camas, ellas siempre se ponían encima y hacían todo el trabajo.

Pero una vez tuve una amante que me obligo a reforzar la cama de mi casa como si fuera la sección de traumatología de un hospital. En aquella época yo era joven, y tampoco enamoraba a nadie, pero mi dinero conseguía todo lo que deseaba. Aunque en muy pocas ocasiones no hacía falta. Esa fue una de esas ocasiones. Se llamaba Brigitte y era alemana, mejor dicho, de origen alemán, bávara.

La primera vez que la vi me pareció mi alma gemela, estaba tan gorda como yo, la tuve que mirar dos veces para verla entera.

No parecía arrepentida de su aspecto y curiosamente tampoco del mío. Era extraño, eso no sucede nunca. Yo no quería jamás rebajar mis honorarios, no quería que mi codicia fuera traicionada por mi lujuria.

Pero me equivoqué, ese universo de carne mal repartida se enamoró de mí, creo.

Al principio fui precavido, me equivoco poco, entre otras cosas porque no me doy la oportunidad.

Pero no se me caen los anillos que no llevo si he de reconocer alguno de mis pocos errores. Y en esta ocasión mis suspicacias con mi clienta gorda fueron uno de ellos, la juzgué mal, la tomé por otra cosa y me equivoqué.

Brigitte no pretendía engañarme, mis precauciones fueron vanas y mi aprensión inútil. Aceptó mis honorarios y pagó bien, casi todo y casi todo eso que pagó lo pagó rápido. Yo cumplí con mi trabajo como siempre hago, y ella me lo agradeció.

A mí nunca me agradecen nada, no quiero que lo hagan. Yo no necesito a nadie, no quiero sus bondades. Pero ella lo hizo.

Hace muchos años subí a un tren, de él todavía no me he apeado. No hay paradas ni apeaderos, nunca se detiene. Era invierno, aunque todavía no nevaba, pero nevó, ya lo creo que nevó y todavía lo sigue haciendo.

Brigitte y yo nos acostamos. Si alguien nos hubiera visto habría cerrado los ojos al contemplar aquellas dos masas de carne informe fornicando.

Fue una mujer apetecible para mí, y según pude ver, yo lo fui para ella.

¿Apetecible?

Yo no tengo amigos, ni tampoco tengo amantes. Yo no tengo nada excepto dinero. Ella tenía a su marido al que cuidaba, decía, con amor. De vez en cuando y de cuando en vez me pedía mi cuerpo obeso, yo se lo prestaba o se lo daba, no lo sé, y tomaba el suyo, y cuando lo hacía me robaba el alma y yo se la robaba a ella. Los dos lo sabíamos, pero como buenos ladrones disimulábamos y callábamos.

Y eso me gustó. Y le gustó a ella.

Al final los dos apestábamos terriblemente a eso, a sexo, el hedor llenaba la habitación. Nos gustaba.

Entonces no pensé de qué manera debía calificar aquello, ¿de hermoso tal vez? Pero de todo eso ha pasado mucho tiempo. Brigitte, esa amante obesa desapareció un día o yo me fui, no sé. O alguien se calló o se cansó de hablar. O de escribir, ¿escribíamos?, ¿de qué?

Ahora, por otra mujer, busco dentro de cajas de cartón una perla envuelta entre cestas de nácar, una mujer muy distinta a Brigitte y mucho más bella, una mujer que dice llamarse Natalia y que de vez en cuando bebe más de la cuenta, que dirige un balneario para ricos, un balneario que no es suyo y en el que yo me hospedo, una mujer que depila mal su pubis, que ríe como un hombre y que un día me hizo leer una carta suya, privada, una carta difícil, una carta que un tal Miguel le escribió. Esa mujer, esa Natalia, además, no permite que todas esas cervezas que llevo bebidas me terminen por derrotar.

Si el alcohol no me vence y me humilla, no conseguiré librarme de ella.

Necesito olvidar a esa Natalia aunque sea por unas pocas horas. Esa mujer no me permite descansar. Esa risa de hombre me desvela cada vez que consigo conciliar el sueño.

Primero no pensé que fuera poesía, luego no quise pensar que era poesía y ahora no puedo evitar saber que es poesía.

La he dejado en su balneario, reponiéndose de una borrachera, durmiendo la mona en mi cama o quizás bañándose en una bañera, en mi bañera, allí debe de estar, fumando y no haciendo nada para evitar que la ceniza ensucie el agua.

2 comentarios:

Paraula dijo...

Me gustó la relación confabulada y bien pagada de los gorditos, sentí ternura, respeto entre ellos.

Saludos !

El peletero dijo...

El Gordo encuentra en su gorda a su otra mitad, una dulzura de mujer.

Saludos.