18 Julio 2008
15 de febrero
Amor mío, el viaje a Nueva York ha sido un desastre. Ya sabes que estábamos en enero, en pleno invierno, y la ciudad estaba nevada, había nieve por todos lados y un frío horroroso. Luis, que es un crío, se empeñó el día que fuimos a visitar el Rockefeller Center en patinar en la pista de hielo. Hacía años que no practicaba, yo traté de impedírselo, ya está barrigón aunque practique squash y algo de tenis, pero el muy tozudo insistió. Ya te puedes imaginar el resultado, se cayó y se rompió la rodilla derecha, ¡la rótula!
Toda la semana hospitalizado, la pierna enyesada hasta la ingle, y yo haciéndole compañía en el hospital y ayudándole a orinar y a otras cosas, ¡qué semana!, ¡por Dios! Además ya te he contado en más de una ocasión que es muy mal enfermo. Me sacaba de quicio, se pone nervioso, es impaciente y nos peleamos varias veces, incluso un día quiso que hiciéramos el amor en la habitación del hospital. Le dije que no, ¡por supuesto!
No te cuento luego la odisea del avión y el viaje de regreso, la dichosa pierna enyesada no le cabía en ninguna parte, tuvimos que comprar un billete más. A pesar de ir en primera clase dimos la nota durante todo el vuelo.
Un desastre amor mío, un verdadero desastre, él con la pata tiesa y yo todo el día encerrada en el hospital, no vi ni la “zona cero”.
Sé que tú tampoco has tenido buenos días y que no lo estás pasando bien, y yo quiero que seas feliz al sentir mi presencia, quiero que mi amor te reconforte, como a mí me sostiene el tuyo. A mí pensar en ti me consuela, mi cielo. Eres un verdadero ángel. Esta noche me he sentido más unida a ti que nunca, amor mío. Jamás he odiado tanto la distancia que nos separa como hoy, por no poder estar a tu lado para tenerte entre mis brazos y secar tus lágrimas.
Habríamos estado sentados en la cama, yo sobre ti, a horcajadas, te habría masturbado con la mano hasta conseguir una erección y habría metido tu pene dentro de mi sexo, sin hacer nada más, solo para que estuvieras dentro de mí mientras te abrazaba. Habría apoyado tu cabeza en mis pechos, reclinado la mía sobre la tuya y te hubiese acariciado dulcemente, besando tus cabellos y tu rostro, tus ojos, lamiendo tus lágrimas y llorando contigo, porque tu tristeza y tu cansancio habrían sido míos también. No te hubiera dicho que parases, al revés, te habría animado a seguir con ese llanto hasta que te vaciases, y mientras tanto hubiese continuado besándote suavemente, acariciando tu espalda, tus cabellos, murmurando en tu oído con inmensa ternura cuánto te amo... Habríamos hablado de lo que te acongojaba si es lo que hubieras deseado, o me hubiese limitado a callar y a hacerte sentir amado, protegido, solo con mis caricias, hasta que no te hubieran quedado más lágrimas que verter, hasta que me hubieses mirado a la cara con ese amago de sonrisa que indica que al fin habías descargado tu alma de pesar. Y habrías entendido solo mirándome a los ojos que tan hermoso es ver en ellos el placer que has procurado con el sexo a la otra persona como la unión que se produce cuando compartes tu dolor con ella, creo que hasta más.
Me decías el otro día que mirar a tu pareja cuando sientes el orgasmo es desnudarse del todo ante ella, y llevabas razón, pero mirarla mientras lloras es desnudarse más profundamente aún, darte todavía más, alcanzar el grado debido de unión con quien amas. Si no se consigue ese punto, algo falla.
Yo soy tu “Caperucita roja” y tú eres mi “Love” feroz (como en la película).
Debes tener cuidado conmigo, ya sabes que soy una mujer que se enamora de los árboles y creo que tú eres uno. Aunque creo que todas las mujeres decimos la tontería esa de los árboles y que nos enamoramos de ellos, ¿no?
No hay comentarios:
Publicar un comentario