2 Julio 2008
21 de mayo
Me doy cuenta, mi querida lagartija, que en el reino de los reptiles también se da la buena costumbre de la puntualidad, aunque para ser correctos en el uso de las palabras te haré caso y sustituiré puntualidad por la de asiduidad, frecuencia, constancia y continuidad. Debes reconocer, sin embargo, que pareces más británico que mediterráneo. Si seguimos así pronto habremos de tomar el té y levantar afectadamente el dedo meñique al asir la taza, cosa por otra parte imposible pues tú no tienes dedo meñique. Dejaremos eso de la afectación para otros y nos limitaremos a beber y a disfrutar de un buen té magrebí que también es mediterráneo puro, yo con mi gorda lengua y tú con la tuya bífida y fina, que no traicionera ni hipócrita, sino todo lo contrario, amigable y afectuosa. Afecto reptiliano, por otra parte, pero afecto sin lugar a dudas.
Siempre me he preguntado cómo serían los besos entre humanos si tuviéramos la lengua bífida como vosotros. Ya sé que tú eso de los besos nuestros nunca lo has comprendido del todo, y poco me puedes ayudar en tal suposición.
1 de junio
Querida lagartija, más que nadie te das cuenta que está empezando el verano, tus insectos y tú cambiáis el vuelo y vuestra forma de estar. Ese es un verano caluroso que llega con lluvias después de un otoño, un invierno, y una primavera tan secos como la tierra por la que te arrastras. Me contaste un día de la belleza que encuentras en un pinar, lo soltaste así, casi sin venir a cuento. Me extrañó porque tú no tienes memoria, pero eso debió de ser otra cosa, quizás la necesidad de una sombra de pino y sus piñas abiertas, y sus piñones robados por las ardillas. Recuerdo y necesidad casi son lo mismo, me decías, pero no sé si fiarme de ti. Tú no sabes qué es uno y conoces demasiado que es la otra. Ni siquiera puedes hablar de deseo, pues los animales no humanos no deseáis nunca nada (excepto algunos primates), necesitáis sí, pero no deseáis. El deseo es un sentimiento humano. Te respondo así, casi maleducado no sé por qué y entonces te mueves un poco, ladeas la cabeza y la levantas apenas un milímetro. Te quedas callado y supongo que meditabundo o quizás necesitado de deseos y de recuerdos. O tal vez te sorprende y no comprendes mi tono. Tampoco yo.
Perdona el tono, mi querida lagartija, no he querido ofenderte o molestarte, aunque sinceramente tampoco sé cómo se ofende o molesta a un reptil.
El otro día asistí, acompañado de buenos amigos, a una visita guiada por entre ruinas. Me hablaron de mercados medievales y de murallas cristianas que esconden en sus cimientos secretos bereberes. Los campos estaban verdes y en las lomas despuntaban osados esos molinos eléctricos, modernos, gigantes y blancos que no gustan a los melancólicos. Pensé en ti que tampoco eres ni puedes ser una nostálgica a pesar de vivir entre piedras y grietas.
Más profundas que esas grietas, en el fondo de algunas cuevas viven felices unas primas tuyas que han perdido el color y la capacidad de ver. Blancas y ciegas parecen novios dispuestos para el matrimonio, más por ciegos que por blancos. La ceguera no te permite ver pero eres visible para todos.
Eres vulnerable.
Hasta otro rato, mi querida lagartija, me gusta conversar contigo.
4 Julio 2008
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