viernes, 23 de abril de 2010

El peletero/La filosofía corta (4)


18 Enero 2010

La piel y otra liebre y un pájaro muertos con fusil.

Desde que su padre le enseñó el oficio de peletero supo que el trabajo manual es estimulante y al mismo tiempo una buena manera de reposar la mente y el cuerpo.

Eso pensaba al mirarla dormir en el centro de la cama. Verla recostada, con la boca entreabierta y el ojo izquierdo escondido entre los pliegues de la almohada, le producía esa sensación de guerra y paz. De olor a lluvia.

Desde el sofá donde se hallaba sentado y desnudo contemplándola, podía olerla y también ver los delicados pliegues de su axila depilada y todo su pie derecho sobresaliendo de entre las sábanas, con sus uñas bien recortadas, con su talón pálido y su tendón sonrosado y ligeramente oscuro, o sucio. Le recordaba a una liebre muerta con fusil.

Cuando trabajas con las manos raramente consigues ver la obra concluida, siempre encuentras mil maneras mejores de terminarla. Balenciaga descosía y montaba una y otra vez las mangas, el elemento más difícil en un vestido.

La piel tiene tacto, olor, color, forma y por supuesto sonido. También posee sabor, pero esa es una cualidad que solamente degustará quien se atreva a ser valiente y curioso, y no tema morder ni besar el centro del mundo.

Una piel bien curtida se adapta a tus manos, que nunca le pedirán más que aquello que solamente puede dar. Sí así lo haces conseguirás construir algo duradero aunque apenas viva un momento.

Todas la pieles tienen su anverso y su reverso, casi como si fueran un verso con su delante y su detrás, con su revés o su envés. Un buen peletero debe de estar mirando siempre la cara y la cruz, el frente y su espalda. Clavar agujas al pelo, marcar con tiza o lápiz el cuero, calcular, sumar y multiplicar, nunca restar ni llegar a cero.

Luego hay que mojarlas, dejar que la humedad las impregne, que aumenten con ella su peso y su elasticidad para después moldearlas a tu conveniencia y necesidad, la tuya y la de ellas.

Eso pensaba al ver la forma de su pecho derecho rendido, descansando, sometido y caído, con su pezón medio enhiesto y medio olvidado y retraído. Al recordarlo erecto tuvo él también una erección. Fue entonces cuando decidió levantarse, ducharse, vestirse e irse. No le dijo adiós porque dormía, tampoco le dejó ninguna nota con ningún número telefónico apuntado y mucho menos un nombre. Bajó a recepción, pagó la cuenta del hotel y pidió que le llamaran un taxi.

Sentado en los asientos de atrás pensó que al llegar al taller pondría música de Debussy mientras recortaba la chaqueta corta de astracán swakara negro, muy acostillado, como a él le gustaba y que había dejado por terminar. Que el cuello sería sin duda de visón pastel claro, quizás tourmaline y los botones de hueso, grandes, indisimulados, como tienen que ser lo botones, francos y descubiertos, casi desabotonados.

4 comentarios:

Inés González dijo...

Casi todas las mujeres de tus relatos exhalan pulcritud en el cuerpo, aún cuándo son viejas, son descriptas con una puntillosidad de hiperrealismo, finas, bellas, con pieles tratadas como en el oficio, a base de mimos, hidrataciones y rituales.
Pareciera que oficio y mujer se tocan, ellas tb son desolladas, desolladas y amadas, desolladas y observadas, desolladas y dejadas.
La descripción apasionada y creativa del oficio hace temblar.

El peletero dijo...

Permíteme, apreciada Inés, un pequeño pecado de soberbia si te digo que conozco la belleza que atesora un cuerpo anciano.

¿El oficio?, hay que tratar de ser pulcro y excelente, no hay otro camino que el de la excelencia. El cuerpo humano es sagrado y las personas son libres, por eso hay que, al final, dejarlas, dejarlas ir o marcharse.

Saludos.

Inés González dijo...

Sabias palabras Peletero y magnífico el concepto de la libertad, tanto de los cuerpos como afectivo.
No es soberbia conocer la belleza que atesoran los cuerpos viejos, más bien diría yo un privilegio, un acto de curiosidad y respeto, desde el arte yo tb he incursionado en la anatomía desgastada y al igual que a ti me provoca un placer estético casi filosófico, Lucien Freud lo plasmó hasta la saciedad, sus carnes plegadas, sus rosados que gritan.
Coincidimos tb en la entrega y pulcritud del oficio.
Saludos

El peletero dijo...

¡Tanto como sabias!

Lucien Freud pintaba como nadie el color de la carne.

Saludos.