viernes, 1 de julio de 2011

El peletero/La vida rara

Textos vírgenes o el arte de no decir nada.

La vida rara (25)

“Los programas que no contienen noticias no deben presentarse como emisiones de noticias auténticas.

Los acontecimientos ficticios no deben presentarse bajo forma de anuncios de noticias auténticas. Por lo tanto, ningún programa o anuncio comercial tiene permiso para utilizar efectos sonoros y terminología relacionada con las emisiones de noticias. Por ejemplo, el uso de la palabra “flash”, está reservado para anunciar exclusivamente boletines especiales de noticias, y no debe ser utilizado para ningún otro propósito, excepto en los raros casos en que, debido a la forma en que la use, no dé lugar a ninguna posible confusión”.

 
"La radio por dentro, el guión radiofónico", I. Martín.


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Queridos amigos,

Según las circunstancias y las necesidades, las noticias pueden ser simples avisos, meras advertencias o indicaciones elementales. En otras, en cambio, se convierten en detalladas y largas crónicas, en reportajes pormenorizados, minuciosos y descriptivos de hechos complicados, de sucesos y de novedades de honda reflexión. Los primeros periódicos eran pequeñas hojas de papel del tamaño de cuartillas en las que no había titulares y todo quedaba indiferenciado, apelmazado, no pudiendo distinguir las esquelas de los bautizos ni las primicias de los anuncios publicitarios.

Hoy en día sucede lo mismo, el paisaje es una selva tupida, el ruido es ensordecedor, pocos diferencian un pregón de un grito, o una cacerolada de un concierto sinfónico. Las metáforas de la soledad y la incomunicación aumentan sin cesar, los desaparecidos pueblan nuestra memoria, casi todos han perdido sus nombres si es que alguna vez los tuvieron. Yo ya sólo recuerdo que en una ocasión, en pleno Océano Pacífico, una ballena azul macho, aquejada de una crisis aguda de rinitis alérgica, estornudó, y el alisio que salió de sus hocicos y narices produjo dos nubes, un aguacero y una pequeña ola que zarandeó la barca de unos intrépidos reporteros que trataban de filmarla y entrevistarla con el ánimo de producir un interesante reportaje sobre su vida, costumbres y opiniones políticas.

Pero... el viento cesó, la ola se fue, las nubes se disiparon y la ballena se enamoró de un caballito de mar, y a la barca la raptaron unos crueles piratas que vendieron a sus tripulantes como esclavos en el famoso Mercado de la Santa Cruz, en plena Melanesia oriental, para revenderlos más tarde como juguetes sexuales en los burdeles de Babilonia.

Corría el año no sé cuántos después de Jesucristo cuando todo esto sucedió, y desde entonces, casi cinco lustros después, todavía no sabemos nada de la ballena ni tampoco del hipocampo.
Yo era uno de aquellos intrépidos reporteros y ahora no soy más que el amante de una sultana asiria que se cree la esposa de Asurnasirpal II. Mi vida es insoportable, me he convertido en su favorito, en un pelele de barba ensortijada, y nadie acude en mi rescate.

Estoy desesperado, me afeitaré y que sea lo que Dios quiera.

La vida, amables lectores, será aún más rara que todo eso, no tengan la menor duda, pues si la vida no fuera rara, como dice el peletero, no sería vida ni sería nada.

(“La vida rara”, cuentos desesperados, Demóstenes Vilanova del Bell Puig)

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