viernes, 8 de junio de 2012

El Peletero/El factor humano


Hemeroteca peletera.

El Factor humano.

“El símbolo del norte estaba enamorado del sur. Alvar Aalto, el más grande arquitecto escandinavo, pasó la vida añorando el Mediterráneo. “En la cabeza tengo siempre un viaje a Italia”, decía a menudo. Cuando emprendió el definitivo, su viuda lo enterró bajo un capitel jónico de mármol italiano: un homenaje paradójico para un artista moderno, y más aún para alguien que, al editar su obra completa, había eliminado cuidadosamente todos sus edificios clasicistas juveniles; pero un atributo adecuado para un temperamento apasionado que vivió en Helsinki soñando con Venecia. En cualquier caso, el sur de sus fantasías y sus viajes no era del todo el sur del clasicismo; cuando visitó España en 1951 sus colegas madrileños se sorprendían de su desinterés por el Museo del Prado, o de la forma ostentosa en que daba la espalda a El Escorial: sólo la construcción vernácula parecía interesarle. Y es que en el sur Aalto buscaba el ingenio popular en el uso de los materiales y la sabiduría anónima de los pueblos escarpados: el diseño refinado de los objetos cotidianos y la belleza exacta de los paisajes construidos por la necesidad, el tiempo y el azar. (...)”

(“Alvar Aalto, el Factor Humano”, Luís Fernández-Galiano. El País – Babelia, 31 de enero de 1.998)

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El otro día hablaba del Sur, de Víctor Erice y de ensoñaciones infantiles hechas realidad. Hoy, mi querido amigo Ernesto, abogado, me ha contado una bonita circunstancia de uno de sus maestros, abogado también como él y fundador del Gremio de Peleteros de Catalunya, el que redactó sus primeros estatutos y fue su secretario durante muchas décadas. Ocurrió hace unos meses cuando lo visitó poco antes de morir con 96 años. Dice que la conversación fue una despedida entre dos antiguos compañeros, alumno y profesor.

Pero las personas, a veces, también desconocen las intimidades que visten por dentro y por fuera a sus viejos amigos, los tratan durante años, conocen a sus familias, trabajan juntos y se ayudan y se dan consejos de buena fe siempre que son necesarios, pero el fondo del caldero permanece escondido, allí, pegado al metal, hay los restos quemados de todos los pucheros que se han ido cocinando a lo largo de una vida, son los cajones que guardan también pétalos marchitos de algún ramo que nadie recuerda ya.

Ernesto, al ir a visitarle, se extrañó al ver en su casa muchas esculturas de bustos femeninos colocadas en todos los rincones posibles e imaginables, desconocía que poseyera una colección tan extensa o que fuera aficionado a la escultura o al arte en general, siempre habían hablado de cuestiones profesionales, gremiales o de política, nunca de sí. Le explicó que las había esculpido él mismo, que de joven quería ser escultor, pero que no tuvo la fuerza para oponerse a la opinión de su padre que también era un abogado, que había ido esculpiendo alguna en sus tiempos libres, cuando trabajaba, pero que la inmensa mayoría estaban realizadas después de jubilarse a los 85 años. En esos once últimos años de su vida, decía, había podido realizar su sueño que había nacido de pequeño al ver las obras de Josep Llimona que su mismo padre le enseñaba con devoción.

Dicen algunos que lo peor de los sueños, de los deseos profundos, es que se conviertan en realidad, pero no es cierto porque eso solamente lo argumentan los que no han tenido la gracia de ver realizadas sus ensoñaciones infantiles.

Todos los verdaderos ensueños nacen en la niñez, el resto son antojos, caprichos o ambiciones y codicias más o menos confesables, todos tenemos más de una. Una de las mías es mi prima Mari Pili.

Pero antes de hablar de ella contaré un encuentro de ayer mismo producido al ir a atravesar un semáforo de la calle Sepúlveda y encontrarme, después de mucho tiempo, de frente con Isabel, una antigua conocida, bancaria y cajera de uno de los más importantes bancos del país, una mujer muy simpática y eficiente de menos de 60 años. Me alegré mucho de verla y nos saludamos muy efusivamente. Estaba exultante de satisfacción, su rostro irradiaba felicidad y emoción porque la habían prejubilado. La felicité por ello y le pregunté qué haría con todo el tiempo libre que ahora tendría a su disposición, me respondió con una sonrisa de oreja a oreja que nada, que no pensaba hacer nada, disfrutar de la vida, dijo.

¿Cómo se disfruta de la vida?

Mi prima Mari Pili no existe, es un invento, una fantasía masculina en la que me recreo, me complace pensar en ella como si fuera un ideal femenino de carne y hueso. Imagino que es una mujer alta que cuando no es morena es una castaña clara o una rubia oscura según como se la mire o vaya la luz del día por el firmamento. Tranquila, elegante y lánguida, habla en voz baja y tiene una mirada triste, de ojos oscuros, marrones y verdes como el queso de cabra que se come con pasas dulces y aceitunas amargas.

Sin embargo, a pesar de su inexistencia y de sólo vivir entre mis papeles me ha llamado, sorprendentemente, hace un par de días para decirme que acaba de estrenar casa, que ha pintado cada pared con un tono diferente de blanco, que es como ella distingue la gama cromática que va del infrarrojo al ultravioleta. Yo le digo socarronamente que es una mujer nihilista, pero la realidad es que sufre de un raro daltonismo albino y neblinoso que le permite combinar, con una especial destreza y maestría, los colores del arco de San Martín.

Ha convertido también todo el piso de arriba en un gran estudio salón con una enorme y magnífica mesa de madera clara para ella sola, tan grande que se podrían sentar a cenar, si estuvieran invitados, los doce apóstoles con Jesús en el centro bendiciendo la comida; dice que le gusta desplegar sus muchos libros abiertos mientras lee varios al mismo tiempo.

Es su nuevo hogar, su casita del árbol en la que se siente segura y dueña de sí misma.

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“Encarnación, la primita de Aurora, desde la altura en que yo estaba, parecía uno de esos chicos que en Navidad devoran caña de azúcar y que no paran hasta que han sorbido todo el jugo del tropical canuto”, se dice en “El delantero centro de Pili”, firmada con el seudónimo de Alonso Santillana”

(Erotismo Años Veinte, R. B., El País – Babelia, 9 de enero de 1999)

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Yo, en cambio, ya no me siento seguro de nada, ni dentro de mi cama ni fuera de ella, ni tampoco en una cualquiera de las otras cuatro que poseo y que pronto tiraré al basurero. Dormir en el suelo es bueno para el esqueleto, aconsejan los médicos, pero la tierra, quieras que no, es dura y te daña los riñones sin demasiados miramientos.

Yo ya soy de por sí, debo reconocerlo, un viejo cascarrabias hipocondríaco, un descreído vehemente y un tonto sabelotodo exhibicionista que no sabe, sin embargo, cómo se disfruta de la vida, y que detesta hacer el ridículo o perder el tiempo en conversaciones de párvulos. Hipócrita y cínico prefiero las viejas formas que aconsejaban no saber nada de los demás para que no supieran nada de uno. Esa es una norma que trato de seguir a rajatabla, pero que, desgraciadamente, incumplo cada dos por tres.

Protegido debajo de una sombra platanera rumio y reflexiono como un filósofo barato, sentimental y simple y pienso en mis padres ya fallecidos, en lo mucho que los quiero todavía, en mi hermano que es mi media vida y en mi novia, ella sí que es de carne y hueso y no es ninguna fantasía, es todo lo contrario, una realidad hermosa y poderosa como una higuera, como aquella que había en casa de mi padre y que daba las más sabrosas “figues de coll de dama”.

El día es largo, pero nunca me cunde, no coinciden las 24 horas con el esfuerzo de llegar a la noche. Trabajo duro, camino muy poco, recuerdo mis mares y mis océanos y me acuesto tarde porque no tengo sueño. A veces pienso que no hay nada que soporte el gorro que cubre mi pobre cabeza calva.

Miro al cielo y me doy cuenta que no hay techo sin soporte fuera del humo que nace del fuego. Y también, y por qué no, en que hay mil tamaños en las alas de un sombrero y más maneras todavía de plegarlas para darles formas nuevas que en el fondo siempre serán las mismas, viejas y antiguas, braquicéfalas y dolicocéfalas, todas ellas cráneos extraviados de frentes rectas que sostienen, como columnas dóricas, la bóveda celeste, puro azar, encaje de bolillos, un castillo de naipes, la mejor arquitectura para emigrantes.

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P. ¿Cómo se consiguen formas nuevas?

R. Las nuevas estructuras, que terminarán con la idea moderna de hacer los edificios con una malla de pilares, de enjaularlos, provendrán de la biología. Me interesa lo que llega a convertirse en una forma libre.

P. ¿Qué es para usted una forma libre?

R. No se trata de construir un volumen enloquecido sustentado por un bosque de pilares que dificultan la circulación en su interior. Se trata de hacer desaparecer los pilares, de crear otro tipo de soportes a partir de la estructura de los edificios. Ante el Guggenheim de Gehry lo que me pregunto es ¿cómo se sostiene este edificio? Y lo que para mí define las obras maestras es precisamente ese hecho: que se sostengan con facilidad, que el soporte no se perciba, que la propia forma del edificio sea también su soporte.

(Cecil Balmond, “La estructura define la arquitectura”. Entrevista realizada por Anatxu Zabalbeascoa. El País – Babelia, 9 de enero de 1999)





10 comentarios:

Antígona dijo...

Es un tema del que hemos hablado mucho, estimado Peletero: del otro sólo se conoce poco y mal. A veces por nuestro propio pudor a la hora de mostrarnos, a veces porque estamos demasiado pendientes de nuestro propio ombligo para indagar en el otro, a veces, sencillamente, porque la vida no para tanto y ni siquiera sentimos conocer al completo –y sentimos acertadamente– a quienes han compartido nuestros espacios interiores y exteriores durante largos días y largos años.

Me ha inquietado eso que dice de que todos los verdaderos ensueños nacen en la niñez. ¿Será verdaderamente así? Porque yo no consigo recordar apenas ninguna ensoñación infantil, y las pocas que recuerdo han cobrado de alguna otra forma materialización a lo largo de la vida sin que, sin embargo, tenga la sensación de que se trate de deseos profundos que se han convertido en realidad. Desconcertada me quedo.

No sabe cómo le envidio a su prima Mari Pili esa mesa enorme para su estudio salón. Ése sí que es uno de mis sueños (¿caprichos?) nunca realizados porque nunca he vivido en un espacio tan amplio como para contener una mesa de proporciones ajustadas a la medida de mis deseos.

Hacer desaparecer los pilares. Entiendo la idea pero, personalmente, no me molestan. Me gustan las compartimentaciones dentro de una casa. Las puertas y la posibilidad de cerrarlas tras de sí para quedarse a solas consigo mismo, al margen de todo lo que quede detrás de ellas.

Un beso con bisagra

Marga dijo...

Volatilizar pilares, eso me recuerda a uno de mis mejores amigos (al que conozco-desconozco en la misma medida que a cualquier otra persona pero con muchisimo más amor de por medio). Siempre que visita una nueva casa, su pensamiento vuela al diseño que resultaría de hacer desaparecer cualquier muro. Siente una inquina hacia los muros y paredes que siempre me hizo gracia. Y admiración por su imaginacion sin soportes, claro.

Y ya sea en cuanto a sueños o en cuanto seres a mi alrededor, sólo me queda el empeño, el intento, de no ser yo su asesina. Por mucho que el tiempo ayude a convertirnos en psicópatas de este extremo, voy y me niego...

Y normalmente me digo que lo más sano es incumplir las propias normas, no le digo ya las ajenas... jeje.

Besos sin regañadientes!

El peletero dijo...

Es cierto, querida Antígona, muchas veces hemos hablado de eso, de cómo los más cercanos se nos presentan lejanos. Cuando eso sucede siempre experimento un fracaso personal, por no haber sido merecedor de su confianza o por estar mirando hacia otro lado cuando la verdad la tenía enfrente.

Yo soy un mal psicólogo y no sé si es cierto lo que afirmo sobre las ensoñaciones infantiles, pero uno no se jubila a los 85 años si no ha tenido una, de la misma manera que, perdóneme la maldad, alegrarse por estar prejubilado a los 58 es una buena señal de que no se ha tenido ninguna o, a lo sumo, las ha copiado de la televisión sin darse cuenta.

Dígame, ¿cómo se disfruta de la vida?


Buena parte de la historia de la arquitectura es la búsqueda del espacio cubierto libre de pilares. Por eso el templo griego es magistral, ni las elude ni las esconde, las convierte en elemento principal.

Besos sin techo.

El peletero dijo...

Su amigo tiene vocación de nómada que seguro le nació de niño. Vivir sin muros y, naturalmente, sin techos, no hay lo uno sin lo otro.

Las normas son para incumplirlas, es cierto, pero los tratos no y no hay ninguna norma buena que no sea la consecuencia de un buen trato.

A usted, querida Marga, le hago la misma pregunta, ¿cómo se disfruta de la vida?

Besos acordados.

Marga dijo...

Pues a su pregunta, ni idea, señor Peletero, no creo que existan fórmulas. Mi experiencia me indica que la capacidad de disfrutar viene de serie como el color de ojos o la estatura. Y el ingrediente principal es el entusiasmo, imposible de generar o entrenar, se tiene o no se tiene. Cierto es que con la edad, con la vida sería más correcto, se erosiona el pobre pero en el fondo siempre está presto a ser tecleado. Eso y entretenerse con dos de pipas, como me dicen a mí, jeje. Y woalá, tiene a una ilusa que disfruta con mínimos ( y tal vez porque si se está pendiente se tarda poco en aprender a tener un baremo propio; depende de los golpes que acierten en el dichoso baremo y hagan valorar la integridad del mismo).

Pero creo que debe ser más como llevar una bicicleta, a poco que lo pienses pierdes el equilibrio y caes... pues igual, es más sencillo disfrutar si no te preguntas cómo lo haces o el porqué.

Besos atolondrados

Antígona dijo...

La pregunta, estimado Peletero, me parece demasiado pretenciosa. Yo suelo más bien indagar en las cosas que a mí, personalmente, me hacen disfrutar y me hacen acostarme con la sensación de haber llenado mi día en lugar de sentirlo desperdiciado en actividades que sólo me dejan más vacía.

Si lo que a mí me hace disfrutar y da sentido a mis días coincide o no con el modo en que la vida debe ser disfrutada, es algo que me importa bastante poco.

No sé si le servirá como respuesta.

Besos desde el suelo

El peletero dijo...

Gracias, querida Marga, por responder a mi pregunta que era, como usted ya debe de haber supuesto, una pregunta retórica que no buscaba una respuesta a un interrogante, sino una clase de reacción a la pregunta.

La metáfora de la bicicleta me parece muy acertada y es una de las mejores maneras de vivir la vida que no es otra que viviéndola.

La cuestión venía a cuento de los dos casos que me encontré el mismo día. Seguramente, el abogado escultor, que yo también conocí, a pesar de no haber podido desarrollar plenamente su vocación hasta jubilarse a los 85 años, pedaleó toda su vida viviéndola como mejor supo.

La mujer bancaria, que conocí durante muchos años, me dio la sensación contraria, la de una persona a la que por fin habían liberado de una especie de cárcel y que me venía a decir: ahora, por fin, puedo subirme a la bicicleta y pedalear.


Besos en tándem.

El peletero dijo...

Querida Antígona, muchas gracias, su respuesta me sirve de mucho, claro que sí, es muy útil y aclaratoria.

Me remito a mi respuesta del comentario a nuestra común amiga bloguera Marga.

Siento que le parezca una pregunta “demasiado” pretenciosa cuando solamente es retórica. Quizá la pretenciosa lo es su respuesta, no lo sé, ni tampoco sé si lo es un poco, un poquito, bastante o demasiado.

Nadie, que yo sepa, afirma que ocupa el día en actividades que lo dejan más vacío. Incluso muchos afirman que les gusta la música y leer, la naturaleza, los animales o bailar. Tengo un amigo que ha aprendido en sus ratos libres a disparar flechas, y el otro día conocí a un señor que buscaba un piso para instalar su museo particular de espadas medievales. Yo fui durante muchos años a un gimnasio y conocí a unos cuantos que se mataron por su afición a las motos.

Espero, en cualquier caso, no haberla molestado.

Besos de pie.

Antígona dijo...

Estimado Peletero, no me lo tome a mal si le digo que tengo la impresión de que es usted quien se ha molestado.

Al decir pretenciosa no quería decir más que excesiva. Probablemente, si alguien contemplara mi vida diría que no sé en absoluto disfrutar de ella. Cada cual, desde su singularidad, tiene sus criterios, que siempre son muy íntimos, acerca de lo que es disfrutar y lo que no lo es. Lo excesivo es, por tanto, una pregunta que en su formulación parece sugerir que hay un modo universalmente válido para disfrutar de la vida del cual unos se hallarían más cerca y otros más lejos. De ahí que crea que esa pregunta sólo se pueda formular de manera singular y como apelación directa al otro: ¿Cómo disfrutas tú de la vida? O hacia uno mismo cuando el propio yo se convierte en el tú interpelado. ¿Cómo disfruto yo de la vida? Una pregunta que siempre hace falta porque no es raro que no lo tengamos nada claro.

No me di cuenta de que era una pregunta retórica, es cierto. Tiendo a tomármelo todo demasiado en serio. Quizá por eso habría muchos que, como sospecho, dirían que no sé disfrutar de la vida :P

Besos singulares

El peletero dijo...

No me lo tomo a mal, querida Antígona, además es muy probable incluso que tenga usted razón y haya sido yo el molestado, le pido disculpas.

La pregunta es retórica porque no tiene respuesta.

En un viejo post que titulé “La puerta del Cielo” un hombre realizaba, en un hotel de Thessaloniki, una entrevista de trabajo a una mujer.

“Era una entrevista de trabajo, aquella mujer solicitaba ocupar un puesto de responsabilidad en nuestra empresa y yo debía evaluarla y saber si era la persona adecuada para nosotros.

Lo habitual, la norma que se sigue en estos trámites, hubiese sido entrevistarla en una de nuestras propias oficinas y pedirle que “viniera”. Pero fuimos nosotros, yo en este caso, los que nos desplazamos hasta su ciudad, donde nuestra candidata vivía, queríamos conocer también su paisaje urbano de origen.

Eran las nueve de la mañana y las cortinas estaban abiertas. La luz era tan blanca como blanco era el suelo de mármol.

No le pregunté si quería tomar algo, un café, un té, un refresco o simplemente agua fresca. No, no se lo pregunté ni se lo ofrecí. Lo que hice fue sacar una hoja de papel en blanco, depositarla ceremoniosamente encima de la mesa, al lado de un lápiz y una goma de borrar, ambos por estrenar. Y le hice la primera pregunta.

¿Cree usted en el Amor?”

La pregunta tampoco tenía respuesta.

Besos.