martes, 1 de julio de 2008

El peletero paciente



30 de junio de 2006

En el libro de Job encontramos al Dios del espanto. Éste es un Dios que ha delegado todo deber moral en el mismo hombre. Sólo el ser humano podrá crear oasis o castillos morales en este desierto vacío de sentido que es el mundo. El mundo carece de cualquier orden moral, éste no es un asunto divino, ni satánico. La justicia no la hallaremos en la obra de Dios. Sólo nosotros seremos capaces o no de construir algo que merezca tal nombre. Éste es el Dios con el que Job se las tiene que ver. Éste el Dios que acepta la apuesta de Satán y pone a prueba a Job. Éste es el Dios que da y quita a cambio de nada. Éste es el Dios al que Job guarda fidelidad a pesar de los pesares.

Por dignidad no reniega de Él, no importa el mal causado en su hacienda, en su familia y en él mismo, para probarle. El sometimiento de Job a su Dios es total. Su decisión es clara y absoluta. En ningún caso cae Job en la trampa del rencor o de la venganza. A pesar de sus quejas, en ningún caso renegará de Aquél que le ha sumergido sin merecerlo en la miseria, el dolor y el mal, como en su día lo hizo en la abundancia, el placer y el bien. Y si así le place y así lo desea puede volver a hacerlo.

El poder de este Dios es absoluto, y frente a Él solo cabe la sumisión, incluso sabiendo que ni el mal, ni el bien son consecuencia de ninguna falta ni de ningún mérito. Esta sumisión es también un escudo frente a Él, Job necesita protegerse de este Dios y apaciguarlo. Incluso protegerlo de sí, calmarlo, evitar que se devore a si mismo.
Job sabe que la relación entre Dios y él es absolutamente asimétrica, de ninguna manera es comparable, ni puede ser sometida al mismo juicio.

De la fuente que mana agua sólo agua sacaremos, ninguna lección moral obtendremos de ella. Esa agua que mana de la fuente cae directamente a un abismo inescrutable e insondable. Cualquier intento de retenerla en nuestras manos es inútil. Job lo sabe, sabe que Dios, como el agua de la fuente, se precipita y se aleja hasta un fondo inimaginable.
Job lo sabe y lo quiere evitar con su devoción. No quiere dejar caer a Dios en su propio abismo, no quiere abandonarlo, de la misma manera que tampoco quiere abandonarse a sí mismo. Siéndole fiel a Él, también es fiel a sí mismo.

A pesar de los pesares.

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