martes, 9 de septiembre de 2008

El peletero/La soga



23 Diciembre 2006

Imaginaros que estáis en la más absoluta oscuridad aferrados a una cuerda que cuelga, no sabéis lo larga que es por arriba, ni tampoco lo larga que es por abajo. Subir será agotador, bajar tal vez no lo sea tanto, pero ¿y si la cuerda se termina? Si permanecéis quietos no aguantaréis demasiado tiempo, ¿qué hacer entonces?

Quizás la cuerda llegue hasta el suelo o muy cerca de él ¿y si no es así? ¿y si después del final sólo hay un abismo pavoroso? Lo que es indudable es que sí ha de haber techo, la cuerda debe colgar de algo, en algún sitio ha de estar atada, ¿y si sólo lo está de una argolla clavada en un techo tan enorme y horizontal como larga es la cuerda?

No sabemos si hay suelo al final de la cuerda, pero sí sabemos que ha de haber techo. También sabemos que la cuerda por larga que sea ha de tener un final, pues ninguna podría aguantar su propio peso infinito y éste sería el que debería soportar si su longitud también lo fuese.

Sosteniéndonos con una sola mano, con la otra intentamos tirar de la cuerda hacia arriba, pero es inútil, no podemos porque pesa demasiado, seguramente debe ser muy larga. Sin embargo, si fuésemos bajando y realizásemos esta operación repetidas veces podríamos calcular la distancia que nos queda por descender hasta su final al ir notando como va disminuyendo su peso. Al llegar al extremo de la cuerda, si nuestra energía hubiera resistido el esfuerzo podríamos coger la punta, atarla a sí misma y construirnos con un lazo una especie de columpio o trapecio y de momento descansar en él. Después podríamos intentar balancearnos para tal vez topar con alguna pared y asirnos a ella si pudiéramos. ¿Pero en que dirección?, con esa oscuridad y sin brújula no sabríamos donde está el grado cero ni el noventa. Pero nuestro propio cuerpo nos podría servir, aun sabemos donde tenemos la nariz y la espalda, la derecha y la izquierda y también podemos gritar, lástima que ningún eco nos responda, porque si las paredes existen deben estar muy lejos. Además, si la cuerda también es muy larga no podremos ni siquiera balancearnos, pesamos demasiado poco para tanta longitud.

No nos quedará más remedio que volver a subir, pero la tarea nos parecerá titánica, imposible, no resistiremos y caeremos sin remisión al vacío. Podemos atarnos el extremo de la cuerda a la cintura a manera de seguro, pero por cada palmo que ascendamos mayor será el peso que deberemos cargar, al final no podremos seguir subiendo. Si tuviésemos un cuchillo cortaríamos la cuerda a tramos a medida que vamos ascendiendo, nos la volveríamos a atar, descansaríamos en nuestro columpio y luego proseguiríamos. Pero no tenemos ningún cuchillo. En cambio, sí que tenemos nuestros dientes, la cuerda no es maciza, como todas está hecha de hilos, muchos, muchísimos, pero hilos al fin y al cabo, si los vamos mordiendo uno a uno podremos cortar la cuerda. El trabajo será agotador, interminable, pero no hay otra solución, debemos intentarlo. Si al final y a pesar de todo conseguimos llegar arriba, tal vez nos encontremos con ese techo inabarcable, monstruoso, impenetrable. Seguiremos estando colgados de la cuerda, finalmente corta después de haberla mordido innumerables veces y casi sin dientes. Sentados en nuestro ridículo columpio nuestras manos alzadas tocarán algo más terrible que el abismo. No sabemos cuánto tiempo permaneceremos así, sin poder subir más, ni tampoco bajar. Pero lo que sí sabemos es que no nos dejaremos caer, no cederemos, resistiremos, algo se nos ocurrirá. Deberemos reposar, tranquilizarnos, cavilar hasta encontrar al fin una solución, debe de haberla, es absolutamente necesario. Pero para hallarla tendremos que descansar.

Nuestro columpio, como ya sabéis, es en realidad un simple lazo. Nos permite colocar en él los pies y así, de pie, poder descansar las manos. También podemos pasar las piernas a su través y estar como sentados. O bien, pasar todo el cuerpo excepto los brazos y, de esta forma, colgados de las axilas intentar dormir un poco.

Lo que no hemos probado todavía es a atarnos el lazo al cuello y dejar que todo el resto de nuestro cuerpo, torso, brazos y piernas cuelguen libres, tal vez así nos relajaríamos mejor. Aunque colgados, estaríamos como flotando, como si volásemos. Sí, lo probaremos, de esta forma quizás se nos ocurra alguna salida.

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