miércoles, 10 de diciembre de 2008

El peletero/La Florida



30 Junio 2007

EL PELETERO

La muchacha vestía un qpao chino muy corto,
de seda amarilla con flores rojas bordadas y filigranas de plata.
El cabello lo llevaba recogido atrás en un moño clásico
con una rosa también roja en la oreja derecha.

Las paredes estaban repintadas de verde y rojo.
Satinadas.

Brillantes, relucientes y bruñidas,
las lámparas colgaban de ellas alumbrando el techo vacío,
o encima de las mesitas iluminando medio palmo cuadrado de mantel verde-billar.

La sala era alargada y se hallaba en una calle florida.

Ese era el estilo de aquel salón de baile barcelonés.
El suelo gris y el uniforme de los camareros negro.
Ellos se mantenían siempre callados
porque les gustaba escuchar silenciosos los tangos que interpretaba la orquestra.

Ésa era su gracia.

Y ella era sevillana.

Fumaba despacio.
El cigarrillo asido entre el índice y el anular a la altura de las yemas de los dedos de uñas cortas,
los dedos estirados y no doblados, justo donde empieza el filtro.
Las uñas pintadas y el brazo izquierdo debajo del codo derecho.

El cigarrillo parecía no terminarse nunca y el humo la adornaba y la ocultaba.

Yo vestía un elegante traje oscuro,
camisa blanca y una corbata también de seda al tono de las paredes.
Los zapatos eran sencillos, negros y acordonados.

En aquella época llevaba la barba muy corta y un poco retocada en el cuello,
pero sin teñir,
totalmente blanca.

Y ningún anillo entre mis dedos.
Ella, en cambio, enseñaba tres enlazados que eran como uno,
de tres colores de oro distintos.

En sus orejas lucía dos perlas pequeñitas,
y en el empeine de su pie derecho, el del corte en el vestido, resplandecía una esclava también de oro,
sencilla, con un discreto rubí,
que descubrí más tarde hacía juego con las uñas pintadas de rojo de sus pies.

Era una andalusí alta y esbelta,
de cabellos castaños y piel clara.
No necesitaba casi maquillaje.
De pliegues sombreados,
aunque toda ella estaba soleada, aventada y aireada.
Tenía el soplo caliente.
Sabía dormir y descansar, y también sabía irse.

Era una atlante.

Medio mora y medio íbera,
medio nubia y quizás también medio maya.

Era una cereza roja,
era un ramillete de ellas,
una tras otra,
enlazadas todas,
con una aceituna negra partida
entre las piernas.

Era dulce de boca y de axila limpia.
Tenía la entrada clara, viva y abierta,
y la salida prieta, morena y fragante.

Pelos suficientes, cortos y tersos.

Ojos pintados,
tetas pequeñas,
pezones grandes
y culo ancho.

Manos finas,
y uñas cuidadas.

Parecía una almohada y una alfombra.

O una mora y una reina.

O una india y una guanche.

O una barquita de vela latina.

O una capa roja de gitana fina.

Era casi perfecta.

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EL TANGO

Because of

Las mujeres han sido
excepcionalmente amables
con mi avanzada edad.
Me llevan a un lugar secreto
de sus ocupadas vidas
y se desnudan de diferentes maneras.


Leonard Cohen

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LA FLORIDA

Ella. ¿Tienes un pañuelo?

Él. Tengo dos.

Ella. ¿Dos?, ¿para qué tantos?

Él. Uno para ti y el otro para mí.

Ella. ¿Para qué quieres tú un pañuelo?

Él. Para lo mismo que lo quieres tú, para limpiar las manchas.

Ella. Yo pensaba que los pañuelos servían para secar las lágrimas.

Él. Claro, para eso son, ¿no sabes que las lágrimas manchan?

Ella se rió.

Ella. Me gustas, pareces divertido.

Él. Gracias, tú pareces guapa.

Ella. No seas malo mi cielo. ¿Solamente lo parezco?

Él. Claro, claro, lo eres… y mucho.

Silencio sonriente.

Ella. Ven.

Él. ¿A dónde?

Ella. Aquí tonto, acércate, he de preguntarte algo al oído.

Él. No es necesario, acércate tú y bésame.

Ella. ¡Qué malo eres! Todavía no he terminado mi cigarrillo. ¿Te gustan las lenguas con sabor a tabaco?

Él. No, me gusta el tabaco con sabor a lengua. Ven.

Y fue.

Se acercó tanto y tan deprisa que él tuvo que detenerla con la palma de su mano a un palmo de sus pechos.

Ella se paró en seco.

Ella. ¿Sucede algo?

Él. No, déjame solo mirarte y…

Ella. Hay más debajo, ¿sabes?

Él. olerte…
…sí, lo sé,
pero tú aroma ya está subiendo.

Ella. ¿Te gusta eso que hueles?

Él. Me gusta tu boca.

Ella. ¿Cuál?

Él. La que veo.

Ella. ¿Y ésa que hueles?

Él. ¿Vas depilada?

Ella. De allí no.

Él. Mejor.

Ella. (…)

Él. No me gustan los de niña.

Ella. ¿Te gustan mis ojos?

Él. Sí, me gustan sus niñas.

Ella. (…)

Él. (…)

Ella. ¿Tienes sed?

Él. Mucha.

Acercándose ella, esta vez sí, hasta tocarlo.

Sus pechos se montaron encima de su corbata reluciente y él la asió por la canaladura que empieza al final de su espalda.

Ella. Bebe.

Y bebió.

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EL BANDONEÓN

El instrumento

Variedad de acordeón, de forma hexagonal y escala cromática.
Introducido en Argentina a finales del XIX por marineros alemanes.

Heinrich Band (1821-1860)

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