miércoles, 17 de diciembre de 2008

El peletero/¿Por qué sonreía?



12 Julio 2007

Mariano tenía un mulo que arrastraba su viejo carro de madera.

El mulo no tenía nombre y a mí tampoco se me ocurrió ponerle ninguno, tal vez porque me hubiera gustado mucho más tener un burro, pero son demasiado inteligentes, y tienen una belleza propia, humilde y graciosa, equiparable a la de los caballos, y nada de eso era lo que mi tío Mariano necesitaba.

Un día pasó la Guardia Civil escoltando a un preso. Vapuleado, sucio, con la cara llena de moratones, los labios gruesos y partidos y la sangre seca, negra y pegada a una piel morena. Era bastante más joven que mi tío y recuerdo que tenía un flequillo largo que casi le llegaba hasta los ojos, a punto de taparlos.

Flaco, alto, y con los pómulos que se le marcaban claros en el rostro y que nos mostraban su hambre.

Camisa blanca desabrochada, pantalones negros y unas alpargatas medio rotas.

Tenía los ojos oscuros y quizás era gitano, o eso decían algunos, no sé.

¿Por qué sonreía?

Sus dientes eran tan blancos como aquella única nube que flotaba por encima de nuestras cabezas. Pequeña, redonda, algodonosa, solitaria, y con alguna de sus puntas que ya empezaban a estar grisáceas, a neblinear.

Todo el pueblo, alrededor de quinientas personas, había salido para verlos pasar.

Frente a mí, al otro lado de la calle, a cinco metros escasos, apenas asomada y medio escondida detrás de la puerta de su casa, Montserrat, tan rubia y bonita como siempre, me miraba con arrogancia y un ligero desdén.

Yo todavía era un niño a punto de no serlo, y ella hacía muy poco que ya era una mujer que sin saber nada ya lo sabía todo.

¿Por qué me miraba con aquel desdén?

Aquella noche oí a Mariano reñir con mi tía. Tampoco vino el novio de mi prima a buscarla como hacía siempre. Ella debía de estar enfadada por algo y a mí me hicieron acostar pronto.

A la mañana siguiente me levanté muy temprano y acompañé a mi tío con su carro y el mulo a recoger cebollas.

Cebollas redondas, cobrizas, de piel tan frágil y quebradiza que apenas te permite acariciarlas. Olorosas y transparentes por dentro, pero que por mucho que las mires nunca llegas a ver su centro y por mucho que las desnudes tampoco. Envueltas en mil velos o capas, terminas cansado o decepcionado.

O haciendo un buen sofrito con un hermoso pimiento rojo y algo de tomate.

Yo hacía lo que mi tío Mariano me mandaba mientras el mulo descansaba y el sol se iba elevando inmisericorde.

Al mediodía ya estábamos de regreso. Después del almuerzo el pueblo cerraba todas sus puertas, las calles se vaciaban y todo el mundo se ponía el pijama para dormir la siesta.

Refugiados del sol y del calor trataban de dormir y descansar, o eso decían que hacían.

Excepto quizás algún anciano al que ya se le había enfriado la sangre.

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