martes, 17 de marzo de 2009

El peletero/Algunos ángeles



16 Diciembre 2007

El texto que sigue está dedicado a ése que se hacía llamar “El peletero”, al que apenas conocí durante una hora escasa, mientras moría.

Lo hallé una noche al final de una recta, su viejo automóvil italiano se había estrellado contra un roble.

Estaba agonizando, hubiera podido salvarlo, pero lo tengo prohibido.

Nadie venía, nadie acudía. No había luna, ni estrellas ni se veían los faros de ningún auto o motocicleta venir o irse.

No me revelé, pero le pregunté si necesitaba decir algo. Me respondió que sí.

Y escuché eso que quería decir.

Y una vez dicho murió.

Y yo seguí mi camino.

Aullando porque todavía no sé llorar.

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Para El peletero.

Algunos ángeles se quedaron, otros cayeron y unos pocos nos fuimos.

¿A dónde?

Queríamos irnos lejos, pero eso no es posible mientras todo sea obra de Dios.

A Él no le gustó demasiado nuestra decisión, pero la aceptó, y fiel a su palabra nos mantuvo libres.

Iros, y descubrid eso que todavía no sabéis, mirad eso que aún no habéis visto, nos dijo apenado.

Acordaos de mí, nos pidió. Yo siempre seré vuestro hogar. Regresad cuando deseéis y contadme cómo es el camino. Quién sabe, quizás haya algo que yo también ignore, ni siquiera yo soy perfecto, afirmó con su fina ironía.

Pero como buen Padre no pudo evitar darnos algún consejo, disfrazado de advertencia.

Nos dijo: no he de daros ningún consejo, excepto mi bendición, pero sí quiero advertiros que debéis temer al hombre y a su compañera.

Vuestra belleza es incomparable y vuestra sabiduría es grande, pero ninguna de vuestras virtudes y poderes tienen fuerza suficiente frente al encanto y la gracia de las mujeres y la de los hombres. Nada se les resiste. Incluso Yo, que un día acabé con todos ellos, no pude evitar salvar a una familia.

No los temáis, pero sed prudentes. No intiméis y procurad callar, dejad que sean ellos los que hablen.

Permitidme deciros también que si debéis adoptar alguna forma corpórea procurad elegir entre los animales o las máquinas, ambos son dúctiles y rápidos en la huida. No adoptéis la forma humana, si lo hacéis procurad que sea por poco tiempo, apenas unos instantes, si no terminaréis olvidando vuestra condición, tal es el poder de los humanos, perder la memoria, ésa es su potestad más grande, el olvido. Es la más peligrosa de las tentaciones.

Y ya sabéis que la condición angelical se fundamenta en la conciencia de serlo, si la olvidáis dejaréis de ser eso que ahora sois, y que habéis sido desde el día que os creé, ángeles.

No los ayudéis, aunque os lo pidan no lo hagáis nunca. La caridad es uno de mis imperios que he cedido en parte a los humanos, pero no a vosotros, los ángeles. Dad tal vez algún consejo, advertid de algún peligro, aclarad alguna confusión entre el bien y el mal, pero no seáis caritativos. Y no impidáis nunca a la muerte actuar.

Tampoco os debéis enfrentar a vuestros hermanos caídos, dejad este trabajo para los que permanecen a mi lado. Ellos son mis soldados, no vosotros.
Sé que trataréis de conocer el sexo, hacedlo, no os lo puedo ni prohibir ni desaconsejar. Hacedlo. Será el baremo de vuestra fortaleza y de vuestra sabiduría.

Idos pues en paz y recordad siempre que vuestro Padre os Ama.

Ya sabéis que Yo puedo, si quiero, desaparecer, dejar de existir, pero mi Amor no. Él es más poderoso que Yo mismo. Esa es la única contradicción de mi Divinidad.

“Una hermosa paradoja, digna de Mí”, concluyó con su particular humor y con su dulce risa, más bella que cualquier música que sus querubines puedan componer.

Eso nos dijo a todos aquellos que decidimos irnos.

Yo soy uno de ellos y mi nombre es Caín, Dios no me permite ser caritativo, pero no me impide ser irónico y compasivo, por eso me bauticé a mi mismo con el nombre de un asesino al que nadie compadece.

Me gusta moverme, me gusta correr y me gusta ir deprisa, y también me gusta reír. Imito la risa de los hombres y sus bailes.

He conocido el sexo como hombre y como mujer y una vez me apeteció saber como era el de una sanguijuela.

Pero lo que más me gusta es el viento y las nubes, la lluvia, el trueno y el rayo. Y no puedo evitar enamorarme de las máquinas humanas. Las mejores son las que se desplazan. He sido avión y barco, submarino y globo, automóvil y motocicleta, patinete y patín, esquí y paracaídas. Pero no hay nada que supere a las “custom”.

Ellas son las que más se adaptan a mi personalidad de ángel viajero y solitario. Esbelta, metálica, sencilla y desnuda. Más hermosa que un caballo, más inteligente que un asno, más pintada que una cebra. Y su grito más poderoso y amable que el del oso.

Escondidas tras los árboles de los bosques, sus bestias me miran pasar. Entre sus hojas veo el brillo en los ojos de los lobos y sus bellas compañeras, las lobas, fieles, valientes, leales y luchadoras. Escondidos con sus cachorros, se preguntan con quién han de hablar para ser como yo. Y yo al pasar les aúllo y en mi aullido la luna se conmueve y los lobos parecen recordar el paraíso.

Me gusta jugar a ser fantasma y cabalgar mi máquina, barba blanca, cabellos largos sin ataduras y una pluma caudal de águila real colgando de un mechón. No es un adorno, es un atributo, es mi mérito, es el premio a una hazaña que otro día contaré.

Y alguna chaqueta de piel con flecos, botas puntiagudas y mi pendiente en mi oreja izquierda por haber atravesado el Cabo de Hornos a vela y en pleno invierno austral.
Hay quién no es capaz de verme y sólo ven la máquina rodar sola. Otros sí, medio translúcido, casi opaco, casi de cristal, oyen sin duda mi canto, mi risa de ángel libre. Oyen a los lobos responderme. Primero se sorprenden, luego observan intrigados, después me temen y al final se ríen conmigo.

Otros y otras no, otras y otros no.

Hay quien no me ve ni me oye, hay quien solamente ve humo en el lugar de mis cabellos, o nieve allí donde crece mi barba, o únicamente oscuridad en mis chaquetas de cuero negro, y sólo truenos en mis canciones. Sienten vergüenza cuando los miro, temor cuando les hablo, sorpresa cuando los saludo y rencor, un profundo y triste rencor cuando los recuerdo y les llamo por su nombre y les pregunto sonriendo, ¿no me recuerdas?, ¿no recuerdas cuando me amaste?, ¿cuándo nos amamos?

A pesar de todo…

A veces me tienta invitar a humanos a montarme, me gusta tenerlos en mi lomo de hierro y cuero, disfrutando de la brisa en el rostro.

Dejo que me lleven donde a ellos les guste ir.

Hay ocasiones en las que suben dos, se van lejos, quieren esconderse de los demás, buscan el rincón, la sombra de algún árbol, que quizás es un ángel como yo.

Y allí, pensando que están solos, que nadie los observa, se besan y se besan, dejando que el crepúsculo los bañe con sus colores, y que la luz se apague tan lentamente que no pueden evitar enamorarse.

Y yo no pueda evitar recordar aquella vez que, transfigurado en hombre, le escribí palabras de amor a una mujer, mientras la luz se adormecía porque la noche llegaba.



Caín

16 de diciembre de 2006 – 16 de diciembre de 2007

4 comentarios:

Paraula dijo...

Excelente Pele

A veces yo me vengo a montar en tu angel-blog ... para viajar en tus palabras Pele.

Saludos.

(tengo tu foto de Peletero en mi blog, bueno, debí pedirte permiso, la voy a quitar hasta que me des tu consentimiento, asi es mejor...)

El peletero dijo...

Gracias por tus cariñosas palabras.

No quites nada, tienes mi permiso, pero no sé a qué foto te refieres.

Saludos.

Paraula dijo...

A la foto del Bebo gordito que veo aqui arriba...

El peletero dijo...

¿Bebo gordito?, ¿yo?