sábado, 9 de mayo de 2009

El peletero/El blog apócrifo de María (6 de 7)



15 Marzo 2008

La María que se encontró Enrique después de esos 9 años era la misma de antes, pero mejor. Más débil, herida, troceada, molida, lastimada, golpeada. Pero mejor. Soy promiscua, pero mejor. Tengo los amantes que quiero, pero soy mejor. Enrique lo sabe y con mi ayuda él también tiene las amantes que desea.

Mi relación con el sexo debo de aclararla pues seguro que más de uno pensará que soy su esclava o algo más vil. Nada de eso es verdad. Solamente el sexo me permite librarme de él, parece una paradoja pero no lo es. Incluso debo afirmar que, usando un símil gastronómico, hago dieta, pero comer como, y solamente comiendo puedo olvidar la comida. ¿Para qué?, para pensar, no se piensa bien con el estómago vacío ni tampoco con los bajos sin limpiar.

John Updike, afirmaba que "Sex is like money; only too much is enough." Demasiado nunca es bastante, casi decía él, pero yo no afirmo eso, soy más modesta y apenas digo que el sexo sí es como el dinero, hay que tener el suficiente para no pensar en él.

Cuando descubrí eso decidí volverme a casar con Enrique. ¿Qué hombre al que no amara podía ser mejor que él? Ninguno, pues de eso se trataba de no estar enamorada, amarlo sí, estar enamorada no. Ya lo he estado y aún lo sufro y eso me costará una buena inflamación de hígado si es que no termino con una cirrosis. En realidad no bebo tanto, pero cuando lo hago, me mato.

No quiero volver a enamorarme, ¡basta!, no más.

El pobre Enrique estaba, como siempre, desconcertado, perdido. Tampoco sabía qué estaba sucediendo, pero yo sí, ahora sí que lo sabía. Enrique no tenía dinero, como antes, ahora también, era más pobre que una rata pobre. Y su vida sexual era tan penosa como lo había sido siempre. Para decirlo claramente no tenía nada de sexo, ni legal, ni pirata, ni de pago. Era triste verlo así, no valía ni un céntimo. Me compadecí. Mi dinero tenía que servir para algo.

Decidí compartirlo con él. No se negó, en realidad tampoco aceptó, simplemente asintió. Nos volvimos a casar. Yo establecí nuevas reglas de juego que básicamente se resumían en dos. La primera era: “no preguntes”. Y la segunda: “si necesitas algo pídelo”. Desde entonces tenemos una relación rica y estable, y sin que él lo sepa procuro ofrecerle buena compañía sexual, gracias a Juan, el camarero u otros como él. Enrique cree que son sus habilidades las que consiguen esas jovencitas tan bellas. Con ellas en su cama su amor propio ha mejorado.

Y con mi dinero también. Le hice creer que lo había ganado con sus habilidades. El dinero no fue a parar directamente a sus manos, hubo de hacer un recorrido complicado y alambicado para simular que era producto de su trabajo, que era consecuencia de sus méritos y no un mero dinero regalado por mí, no quise que supiera que era una obra de caridad.

Durante estos últimos años nada me impide afirmar con orgullo, que nos amamos más. No hay pasión ni nada de eso, pero hay amor. Él es un hombre satisfecho y yo una esposa tranquila y feliz.

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