sábado, 2 de mayo de 2009

El peletero/En estado de celo(1)/El esternón



3 Marzo 2008

¿Alguien ha visto un relámpago?, ¿una estrella fugaz?, ¿un bólido?, ¿una bala atravesarte el cerebro de un extremo al otro mientras el corazón te estalla?

Algunos.

¿Alguien ha visto el sol enrojecer a las doce del mediodía?

Nadie.

Aunque muchos han contemplado al día palidecer y enfriarse como la piel de una serpiente emplumada.

Perpendicular a mi eje transversal, atravesó el cielo, por mi espalda y mientras miraba el lago desde el balcón de mi habitación. Un lago oscuro, ya era de noche.

Debió de ser grande, aunque no lo suficiente para emular al de Tunguska. Aunque más pequeño, el mío también era una bomba, un asteroide incendiado al atravesar la atmósfera, un visitante, un pedazo de piedra que caía.

Que caía quemándose y mientras Dios lo incineraba llovía polvo y fango, destellos y centellas, fulgores y chispas.

El lago era mi lago, y en aquella habitación un día escribí algo en la pared.

Había caído una bomba del cielo, un aerolito rojo y silencioso, sin apenas luz, opaco, casi rojo y casi negro, rojo apagado, que entre un miro y no miro y entre un te veo y te vas, terminó por explotar mi corazón, llenándolo todo de sangre.

Así morí, como mi tío Mariano. A él también le estalló el corazón, manchando las sábanas, las cortinas, todo el mobiliario y la alfombra raída.

La sangre es más sucia que la nieve, en cambio el semen de un hombre, que también puede ser rojo, se limpia fácil, lo absorbe la piel y apenas huele. Hay quien cuenta que es una buena crema facial, o una magnífica cera para muebles, pero no es verdad, solamente es semen, esperma, nada más.

El bólido y su estela desaparecieron. ¿En el horizonte? No, en el horizonte no, era de noche, y cuando es de noche no hay horizonte.

Así morí, y mientras me moría tecleaba el P. C. que hay en el mostrador de mi tienda cuando la vi mirar el escaparate.

¿Alguien ha visto la bala de plata que lo matará? Yo vi su estela oscura.

Ya era de noche también, pasadas las nueve.

Entró.

La había visto alguna que otra vez, coincidíamos en el mismo bar para desayunar. Yo me había fijado en ella y dudo que ella en mí.

-Buenas noches -le dije.

-Hola -me respondió sonriente.

-¿Qué deseas?

-Algo para aquí – dijo señalándose el esternón y desabrochándose la blusa un botón más allá de sus sujetadores.

-¿Para aquí? Para aquí no necesitas nada -le respondí sonriéndole y preguntándole de qué parte de Portugal era.

Puso cara de sorpresa y me dijo:

-Eres el primero que no se equivoca y me confunde con una brasileña, ¿cómo lo has sabido?

-No sé, es evidente que los dos acentos son distintos -carraspeé

-¿Conoces Portugal?

-Sí, pero estuve cuando tú todavía no habías nacido.

Se rió. Era una muchacha bellísima, cabellos castaños y cejas pobladas, era esbelta y muy alta. Al menos se acercaba al metro noventa. Quizás era una modelo, pero no se movía como ellas. Y tenía unos ojos… azul oscuro, de agua marina.

-Aconséjame algo que no sea caro, hoy necesito lucir escote y no tengo dinero, me dijo mirándome muy fijo.

-¿Te gusta este? -Le enseñé un colgante que había visto que observaba con atención. Era de tela, haciendo nudos, lazos y flores de terciopelo trenzado, azul y rojo- No es caro, con el descuento son apenas 30 euros.

-Sí, en realidad he entrado por él, lo he visto en el escaparate, ¿me lo dejas probar?

-Por eso te has desabrochado la blusa, ¿no?

Me miró con ojos maliciosos.

Se lo probó, se desabrochó otro botón más. Se miraba el colgante y me miraba.

-¿Te gusta cómo me queda?

-Mucho, te queda muy bien.

-¿Estás seguro?

-Claro, no es difícil que las cosas te queden bien a ti.

-De acuerdo, envuélvelo -afirmó segura.

-Como quieras, pero yo no te lo vendo si no me dices de quién has sacado esos ojos, ¿de tu padre o de tu madre?

-De ninguno de los dos, - me respondió rápida, riendo y medio sorprendida por mi pregunta - De mi abuela, era ella la que los tenía azules. Aunque mi padre siempre quiso una hija con los ojos así, como los de la abuela, como los míos.

-Seguro que le hizo una promesa a la Virgen de Fátima, ¿verdad? -le dije mientras se lo envolvía y pagaba.

-Seguro que sí, pero nunca me dijo cuál, aunque me lo imagino.

-¿Y qué te imaginas? -le pregunté.

-Es un secreto -me respondió… sonriéndome con la boca, los ojos y el resto de todo su cuerpo.

Y se fue.

La volví a ver, desayunando en aquel bar, o por la calle, siempre caminando deprisa, cargada con muchas bolsas, paquetes y su “portátil”. Era una “chica Erasmus”, estudiando con una beca sufragada por la Unión Europea. Era psicóloga, especializada en psicología laboral.

Nos saludábamos, charlábamos un poco y rápido, nos dábamos un par de besos en cada mejilla, yo le decía adiós y ella me sonreía…

…con la boca, con los ojos y con el resto de todo su cuerpo.

La estela era azul oscuro.

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