lunes, 22 de junio de 2009

El peletero/La poesía horizontal/El bes

17 Junio 2008

Quan el poeta canta és millor emmudir i escoltar, com quan em mira el pare.

Mut.

Hi havia dies que es miraven, a la seva manera, de la millor manera que sabien, d’aquella que enamora, d’aquella que es maca de mirar i contemplar.

I jo, que encara era un nen, mirava cóm es miraven, i al mirar-los mirar-se em veia a mi mirant.

Anys més tard vaig haver també de mirar i deixar que em miressin.

Em va demanar un bes,
me’l va demanar mirant-me
i deixant-se mirar me’l va donar,
ella que no jo, babau i ruc,
que de tant mirar-la no vaig saber besar-la.


Ara, ella ja no hi és,
ni ella ni el bes,
però jo encara la miro,
miro còm em mirava,
còm em mirava abans
i després del bes.


(El peletero, "el bes", 9 de juny de 2008)




Cuando el poeta canta es mejor enmudecer y escuchar, como cuando papá me mira.

Mudo.

Había días que se miraban, a su manera, de la mejor manera, de aquella que enamora, de aquella que es bonita de mirar y contemplar.

Y yo, que todavía era un niño, miraba cómo se miraban, y al mirarlos mirarse me veía a mí mirando.

Años más tarde hube también de mirar y dejar que me mirasen.

Me pidió un beso,
me lo pidió mirándome
y dejándose mirar me lo dio,
ella que no yo, bobo y tonto,
que de tanto mirarla no supe besarla.

Ahora ella ya no está,
ni ella ni el beso,
pero yo aún la miro,
miro cómo me miraba,
cómo me miraba antes y después del beso.


(El peletero, "el beso", 9 de junio de 2008)




SE LLAMA EVE MARIE SAINT,














(Fotograma de la película “On the Waterfront”)

pero con un hombre al lado como Marlon Brando a punto de besarte, pocos podrán mantener la condición de santidad y no dejarse vencer por el deseo de corresponderle el beso.

Eve Marie Saint es una de esas mujeres que son muy bellas sin llegar a ser nunca muy guapas. Parece una paradoja, pero no lo es. Ese tipo de aparentes contrasentidos suceden cuando la persona concentra en un único punto de su anatomía todo su interés. En este caso, y no es caer en el tópico popular y vulgar, su mirada.

Eve Marie Saint es una de esas mujeres que salen siempre lloradas de casa. Limpias, peinadas, vestidas, arregladas, elegantes y lloradas. Sin embargo esa es una condición que no se puede disimular ni esconder. Llorar personaliza los ojos y el resto del rostro, pues se llora con todo él y con el cuerpo también. Los ojos de Eve Marie Saint están siempre húmedos y los pómulos le marcan un casi desapercibido rictus de prado verde, de melancolía esteparia.

Eso es lo que los versados en lloros califican como “llanto profundo” “planctus profundus”, que solamente los muy iniciados consiguen y que en la mayoría de ocasiones no necesita de las lágrimas, siendo ellas, a veces, una señal de superficialidad y engaño dado su fácil derrame. También pueden ser todo lo contrario, claro está, pero esta es una cuestión académica que solamente los muy expertos pueden tratar de dilucidar.

Eve Marie Saint también es rubia, tiene el color perfecto que deben de tener las rubias, claro y pálido, no el rubio de las germánicas y tampoco el de las vikingas y sí el de las celtas y eslavas. No el rubio del norte y sí el del este, o ese que está a punto de acompañar al sol en su caída.

La suya es una palidez que se consigue cuando se tiene constantemente el sol a tus espaldas y ligeramente a tu izquierda, bajo, en el horizonte. Doy por supuesto que se mira siempre al oeste, es lo único que tiene sentido mirar, por otra parte. Es el único lugar donde vale la pena ir, allí han ido siempre todos, allí donde las naves se despeñan, en el gran abismo.

Sin embargo la verdadera blancura de piel, para serlo de verdad, debe tener los adecuados y precisos toques de rosa y todas las escalas necesarias de rojos y sonrosados en los lugares adecuados del cuerpo. Territorios casi siempre secretos, y que advertimos está a punto de desvelar el señor Brando sin necesidad de tener que usar nada más que su mirada.

Aunque hay algunas de estas partes que destacan a simple vista: las articulaciones, los codos, las rodillas, las muñecas, los nudillos de los dedos y los talones. Y en algunos casos la nariz y las orejas.

También están los rincones íntimos y escondidos de que hablábamos, los territorios secretos como las axilas y el propio sexo, que en algunas razas de color canela se oscurece de una manera muy característica y pronunciada recordando ancestros todavía más oscuros.

Para nosotros es muy importante la zona del talón de Aquiles.

Pensamos que es clave y estratégica. Desde un punto de vista arquitectónico y morfológico sin duda lo es porque sostiene el cuerpo con todo su peso, y debe resistir y propulsar al mismo tiempo los envites y la fuerza que las piernas confieren.

Pero es también un punto simbólica y poéticamente interesante.

Lo fue para Helena.

Lo fue para Homero.

Y lo fue para nosotros.

Es delgado, rígido y elástico, es allí donde termina la pierna y se une con el pie.

El talón de Aquiles es importante porque debe de estar pintado con un rosa un tanto oscuro, quizás un poco sucio, rosa gris, algo áspero, pero no demasiado. Está cerca del suelo, pero es allí donde también llevaba Mercurio sus alas.

Unas pocas arrugas en ese talón cuando se coloca el pie de puntillas serán las necesarias para dotarlo de calidez y misterio. Esas arrugas conferirán a su propietaria buena parte de su sensual morbosidad.

Esas rojeces, esas arrugas rosáceas y oscuras, con una gota de azul vena, siempre nos anticipan un entresijo, una adivinanza, una doblez, los pliegues de su sexo profundo.

Con ellas, con esas leves rugosidades en su talón, conseguirá nuestra dama la tenue oscuridad que la convierte en sombra, y, cuando llegue el momento, el temblor, que empezando en el pie le seguirá luego por las piernas y terminará por llegar a la boca, para detenerse un instante en ella y rogar, quizás suplicar, que la besemos.

Y eso deberemos hacer, con los ojos cerrados, naturalmente, y sin mirar, con atención, con toda la atención del mundo que Ángel González recomienda.

Luego, después, sabremos si realmente es las tres cosas al mismo tiempo o ninguna de ellas.

Eva, María o Santa.

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