Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.
 
 
50. El doble y el espejo.
 
Cuentan  que el significado de imagen en el arte siempre ha oscilado entre dos  conceptos no iguales aunque extrañamente complementarios: el doble y el  espejo.
 
La tradición que nace con el mito de Plinio la considera como “lo mismo en estado de copia”,  según parece es el mejor simulacro posible al ser un duplicado  verdadero, el único que podemos conseguir con las artes mágicas de la  pintura. La imagen conseguida es “otro”, otro él, otro yo, un Golem, un  ídolo, otro ser igual, el monstruo del Doctor Frankenstein. 
 
La  duplicación es una extraña garantía frente a la muerte, una rara manera  de elaborar una copia de seguridad y con ella pervivir. Es otra forma  de procrear y perpetuarse, de engendrar y parir para eludir morir. 
 
Las  imágenes siempre han estado relacionadas con la muerte, con el culto a  los muertos y con las diferentes prácticas funerarias. La una y la otra,  la imagen y la muerte, son intercambiables, la primera no es sólo un  doble, es también un sustituto del fallecido, su efigie. Así pues todas  las artes que construyen y erigen imágenes no son otra cosa que  prosopopeyas de la muerte y de los seres que la habitan o la habitarán.  Viven en nuestro mundo, las podemos tocar y observar, pero ellas ven lo  que nosotros no vemos.
 
La  muerte es una petrificación, un phalos erecto, una peculiar manera que  tiene la vida de reordenarse y recolocar de nuevo las cosas en el lugar  que les corresponde, equilibrando los pesos y las masas y el territorio  que ocupan, reestableciendo el protocolo que se ha visto alterado por  esa propensión infantil al movimiento de los entes. 
 
Las cosas perfectas, como todo el mundo sabe, son inmóviles.
 
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Al pasar el ecuador del curso las lecciones y la correspondencia entre V & V sufrirán una interrupción de alrededor un mes para permitir un descanso a sus alumnos y profesores. 
 
En su lugar se publicarán otros textos que espero sean también de su agrado y merezcan su aprobación. Gracias anticipadas. Antonio T.
 
 
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50M
 
-“Querido Víctor, fui mi doble y mi espejo, gemela de mi misma.
 
Fui famosa y una prostituta barata, daba mi poco amor a cambio de nada y de todo. 
 
Quería ser yo y fui otra, tú me desnudaste y me vestiste con tu propia piel que nunca llegué a traspasar.
 
Ahora te digo que ahora soy yo y que antes era otra, que ahora te amo cuando no te amé entonces.
 
Fui portada de Vogue y me acosté con mil hombres en una sola cama. 
 
¿Tú también fuiste ellos y ellos tú? Tú no fuiste nadie.
 
A  todos los engañe aunque les dijera entre lágrimas que no los amaba  suficiente porque se lo decía después de haberlos amado con menos que  nada, con poco. 
 
En  cambio, a ti te digo que te amo mucho y sé que no me crees porque tú no  eres ni tu doble ni tampoco tu espejo. Tú lo eres todo. 
 
En  aquellos años, en el que el mundo me albergaba, yo te quería poco. Y  ahora, que el tiempo y el mundo me han abandonado, te sigo queriendo  igual aunque crea que te quiero mucho.
 
Hoy,  y desde hace siglos, ya no estás conmigo, me fui de tu lado, me marché,  te aparté de la tierra, y mi vida sin ti se alejó del tiempo y de mí.
 
Escríbeme  y dime que vives aunque sea con otra. Responde al menos alguna de mis  preguntas locas, cuéntame mentiras, dime que me quieres, háblame de tu  ojo enfermo, ¿todavía no está curado?, ¿qué te dice el oftalmólogo?,  ¿serás un pirata filipino?, ¿quién está contigo?, ¿quién acaricia tu  cuerpo?, ¿qué labios besas?, ¿los de siempre? 
 
¿Todavía amas a tu Verónica?”. (La madeja. Cartas a un amigo.)
 
 
 
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50H
-“Entonces  tu me leías en voz alta mis propias palabras, yo escuchando desnudo y  acostado entre tus piernas y tú de pie, encima de aquella cama tan  enorme de Antonio T., tal y como Dios te trajo al mundo, en todo tu  esplendor, alta, salvaje, griega, esbelta, heroica,  magnífica, soberbia, bella, sensual, poderosa, emperadora y declamando  exageradamente como una griega interpretando a Antígona que:
 
“Le  Dejeuner sur l’herbe” es una pintura extraña y ambigua, y lo es por la  convivencia nada inocente de elementos iconográficos distintos y  discordantes. Hombres vestidos junto a mujeres desnudas y medio  desnudas. Todos ellos disfrutando de una jornada de clima apacible, de  la conversación agradable, del no hacer nada o buscando tréboles de  cuatro hojas por entre las hierbas del bosque. La mujer desnuda, sentada  a la izquierda de la tela, mira al pintor. En el arte ésta ha sido  siempre una pulsión satisfecha o reprimida según el caso: la necesidad  de Dios. Su proximidad, su calor o su extrañeza, lejana, y escondida. La  mirada de esta mujer representa la soledad del mundo.” (“El peletero  campestre”, el peletero)
 
¿La soledad del mundo?, terminabas por preguntarme desde lo alto. Su mirada, te respondía, es una petición, una súplica y una pregunta  y su pregunta es un ansia igual que la tuya, no sabes ni supiste nunca  quién eras ¿y pretendes que alguien, te lo diga? ¿Quieres que sea yo?
 
Eres tu imagen, tu propia efigie,  no eres nadie.
 
Sí, todavía sigo amando a mi Verónica” (El hilo. Cartas a una amiga.)