viernes, 15 de octubre de 2010

El peletero/Las memorias de Caín (1)



1. Clavos de carpintero.

Un hombre sentado y una mujer de pie. Un anciano en una cama y una niña, quieta a su lado, que sostiene su mano. 

Las sillas, de respaldo alto y de madera oscura barnizada, están tapizadas de terciopelo verde musgo y de blanco sucio. Hay un crucifijo en la pared, encima de la cabecera metálica. En la mesilla de la derecha un jarrón de cristal claro contiene una rosa recién marchita, a su lado hay unas estampas de santos y de vírgenes que parecen mirar más la luz que entra como un meandro por la ventana que al huésped que yace en el lecho.

Es temprano y es invierno, el sol está bajo y las cortinas de hilo, algo descorridas y abiertas, han tomado el color de la crema; más tarde aparentarán el tono mortecino de las sábanas viejas, medio marfil y medio hueso, pero eso será después, en el crepúsculo, cuando empiece a anochecer. 

El hombre sentado solloza, la mujer de pie está incómoda, casi irritada, y la niña quieta sonríe porque es un fantasma que sólo puede ver el anciano moribundo.

Yo, Caín, ángel ido, en una de mis metamorfosis, era la cama de metal. En ella durmieron, convalecieron, fornicaron, parieron y fallecieron tres generaciones. Terminé fundido en un horno, convertido en un montón de clavos de carpintero.

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