Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.
90. Vincent, Theo y los meteoros.
Van Gogh es la necesidad permanente de aprender y buscar. ¿Buscar alguna verdad?, sí, una de las más arduas de encontrar, el color de las cosas, el azul en las naranjas, el gris en la nieve, la nieve en el sol y el sol en los caminos que llevan al verano, y al mismo verano también en esa extraña luz zodiacal que emana de la tierra oscura y helada del invierno cada mañana, al despuntar el día y al caer la noche.
General, y paradójicamente, el mal y el dolor son soportables para los humanos, con ellos se convive y se sobrevive como mejor se sabe. Sin embargo, el bien es raramente llevadero porque dibuja frente a nosotros un paraje apenas hollado y un paisaje jamás imaginado y del que no tenemos nunca mapas ni referentes fiables. El bien no es un lugar fácilmente habitable. Sus dones no son un regalo que podamos disfrutar. El bien siempre nos interpela y nos reta y también nos derrota a la marinera manera, nos marca el rumbo y la dirección que debemos llevar. Frente al mal, en cambio, nos hendimos y nos rendimos. En su indiferencia nos resguardamos buscando una paz anestésica que nos sosiegue, apacigüe y adormezca... que ahuyente al miedo.
Pero, y a pesar de lo dicho, el bien no es lo contrario del mal ni uno es la ausencia del otro, el bien es Vincent Van Gogh y su hermano Théo, el bien es la relación que ambos mantuvieron fuera de cualquier convencionalismo y lejos de la banalidad del amor romántico y erótico. Las presentes lecciones de pintura parecen mera luz mortecina al leer la correspondencia que los dos mantuvieron a lo largo de los años. En ella se encuentra toda la sabiduría del mirar y la maravilla de lo visto. Como muchos otros, Vincent escribe también sobre su propia experiencia, su obra y las pinturas de los demás, pero ninguno como él consigue escribir con la claridad, la precisión, la exactitud y la sencillez necesarias para hablarnos del bien, del real, del bien encarnado.
Su vida estuvo poblada de meteoros que aparecen por todas direcciones. Vincent lo quiere todo y nos lo cuenta, como si no quisiera nada, en sus pinturas y en sus cartas.
Todo lo contrario de Velázquez que no escribió nada fuera de obligadas epístolas protocolarias y cuentas de sus gastos.
¿Por qué no escribió Velázquez?
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90M
-“¿Qué ves en el retrato de Pablo de Valladolid?
Veo solamente un retrato, nada más, un retrato de Pablo de Valladolid, lo veo a él y el artificio de pintarlo, veo a la pintura y a la persona.
¿Cómo en cualquier otro retrato?
No, en ése veo la distancia, la falta de suelo y la falta de “ilusión”, veo el frío, el truco, la trampa y el milagro al mismo tiempo.
¿Qué distancia?
La que hay y siempre habrá entre él y yo, la que había entre el modelo y el pintor, universos enteros y la luz en la sombra de sus pies.
¿De qué milagro me hablas?” (La madeja. Cartas a un amigo.)
90H
-“¿Te has fijado que Velázquez es el pintor que mejor pinta el negro?
¿El negro se puede pintar o dejar de hacerlo?
Él lo pintaba, así que deduzco que se puede y se debe pintar el ojo y también el negro.”
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