Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.
92. Felipe Próspero.
Es  indudable que son dos situaciones incomparables y que un rápido y fácil  cotejo entre ambas decantaría nuestro juicio a favor de Théo, pero la  Historia guarda sus secretos que ni nosotros ni nadie somos capaces de  desvelar. Por ello queremos pensar que cada uno, Velázquez y Vincent, Théo y Felipe, cumplió perfectamente con su papel y que ninguno de los cuatro hubiera sido lo que fue sin el otro. 
¿Exagero  con Felipe? No lo sé. Felipe y Diego no fueron amigos jamás. El Rey no  acudió a verle en su lecho, se abstuvo de ir a consolar a su pintor y  aposentador, mientras agonizaba. Le envió, eso sí, a sus médicos y a  Alonso Pérez de Guzmán el Bueno para que le asistiera religiosamente,  pero él, el monarca, no fue a ver al que le retrató en innumerables  ocasiones y al hombre que ejecutó una de sus obras maestras, la que el  artista sevillano pintó en la figura del hijo de su Rey, el Príncipe  Felipe Próspero.
“El Infante Felipe Próspero, hijo de Felipe IV y de Mariana de Austria, tenía que ser Rey.
Nació  el 28 de noviembre de 1657 y murió el 1 de noviembre de 1661. Apenas  cuatro años de vida, enfermo de epilepsia. Velázquez lo retrató en 1659,  cuando sólo tenía dos. Fue uno de sus últimos trabajos, por no decir el  último. No sobrevivió a su joven modelo, el pintor murió el 6 de agosto  de 1660.
Felipe  IV tuvo once hijos, uno murió de joven y ocho en la misma infancia.  Sólo dos llegaron a adultos. Uno de ellos fue el futuro Rey de España,  Carlos II, nacido pocos días más tarde de la muerte de su hermano Felipe  Próspero.
Unos  meses después del alumbramiento de este hijo que tenía que ser  próspero, el 4 de marzo de 1658 y para celebrar tal acontecimiento, se  estrena en el Palacio de la Zarzuela, “El laurel de Apolo”, primera  parte de “El golfo de las sirenas”, obra teatral y musical -una  zarzuela- de Calderón, inspirada en la “Odisea” de Homero. Estas  primeras zarzuelas eran puro divertimento, no pretendían ser otra cosa  que un alegre pasatiempo. Y con ese espíritu triunfal que otorga el  “laurel”, símbolo de la Victoria, se daba la bienvenida a un futuro Rey.
Velázquez  no esperó al futuro para retratar al niño. Con su delantal blanco  repleto de amuletos para alejar las enfermedades y el mal de ojo. Con su  corto pelo rubio, con su mano derecha apoyada en el respaldo de una  silla. Con su vestido principesco de tonos rojos y con la sola compañía  de un perro de mirada melancólica, Velázquez pinta la ternura y el  desamparo que el tiempo nos regala, en la figura de un niño que como él,  pronto morirá.” (“El peletero velazquiano”, El peletero)
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92M
-“Querido  Víctor, ya sabes que yo era un espía doble, por eso me acostaba contigo  y con nuestro profesor, todos estábamos al corriente y nadie nunca  llegó a saber a quién realmente amaba. ¿A nadie en verdad?, no, yo te  amaba a ti con todo mi corazón, pero nunca me creíste, éste fue tu gran  error, nos inventaste a los dos.”  (La madeja. Cartas a un amigo.)
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92H
-“Es  cierto, amiga mía, yo me inventé a Víctor y a su amiga Verónica. Pero  tú también cometiste un error pensando que eras ella, una mujer del  siglo XXV o XXVI, fotógrafa y a la que enamoraban el poder y los hombres  que lo sustentaban. Después de Antonio T. hubo otros, todos cortados  por el mismo patrón, el director de un museo, el dueño de la más  importante editorial del país. Incluso te casaste con uno que llegó a  ser ministro de la empobrecida República de Islandia. ¿Qué ministraba?,  ¿géiseres o páramos sin árboles?” (El hilo. Cartas a una amiga.)


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