lunes, 7 de febrero de 2011

El peletero/La aguja del pajar (92)


Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.

92. Felipe Próspero.

Es indudable que son dos situaciones incomparables y que un rápido y fácil cotejo entre ambas decantaría nuestro juicio a favor de Théo, pero la Historia guarda sus secretos que ni nosotros ni nadie somos capaces de desvelar. Por ello queremos pensar que cada uno, Velázquez y Vincent, Théo y Felipe, cumplió perfectamente con su papel y que ninguno de los cuatro hubiera sido lo que fue sin el otro. 

¿Exagero con Felipe? No lo sé. Felipe y Diego no fueron amigos jamás. El Rey no acudió a verle en su lecho, se abstuvo de ir a consolar a su pintor y aposentador, mientras agonizaba. Le envió, eso sí, a sus médicos y a Alonso Pérez de Guzmán el Bueno para que le asistiera religiosamente, pero él, el monarca, no fue a ver al que le retrató en innumerables ocasiones y al hombre que ejecutó una de sus obras maestras, la que el artista sevillano pintó en la figura del hijo de su Rey, el Príncipe Felipe Próspero.
“El Infante Felipe Próspero, hijo de Felipe IV y de Mariana de Austria, tenía que ser Rey.
Nació el 28 de noviembre de 1657 y murió el 1 de noviembre de 1661. Apenas cuatro años de vida, enfermo de epilepsia. Velázquez lo retrató en 1659, cuando sólo tenía dos. Fue uno de sus últimos trabajos, por no decir el último. No sobrevivió a su joven modelo, el pintor murió el 6 de agosto de 1660.

Felipe IV tuvo once hijos, uno murió de joven y ocho en la misma infancia. Sólo dos llegaron a adultos. Uno de ellos fue el futuro Rey de España, Carlos II, nacido pocos días más tarde de la muerte de su hermano Felipe Próspero.

Unos meses después del alumbramiento de este hijo que tenía que ser próspero, el 4 de marzo de 1658 y para celebrar tal acontecimiento, se estrena en el Palacio de la Zarzuela, “El laurel de Apolo”, primera parte de “El golfo de las sirenas”, obra teatral y musical -una zarzuela- de Calderón, inspirada en la “Odisea” de Homero. Estas primeras zarzuelas eran puro divertimento, no pretendían ser otra cosa que un alegre pasatiempo. Y con ese espíritu triunfal que otorga el “laurel”, símbolo de la Victoria, se daba la bienvenida a un futuro Rey.

Velázquez no esperó al futuro para retratar al niño. Con su delantal blanco repleto de amuletos para alejar las enfermedades y el mal de ojo. Con su corto pelo rubio, con su mano derecha apoyada en el respaldo de una silla. Con su vestido principesco de tonos rojos y con la sola compañía de un perro de mirada melancólica, Velázquez pinta la ternura y el desamparo que el tiempo nos regala, en la figura de un niño que como él, pronto morirá.” (“El peletero velazquiano”, El peletero)

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92M
-“Querido Víctor, ya sabes que yo era un espía doble, por eso me acostaba contigo y con nuestro profesor, todos estábamos al corriente y nadie nunca llegó a saber a quién realmente amaba. ¿A nadie en verdad?, no, yo te amaba a ti con todo mi corazón, pero nunca me creíste, éste fue tu gran error, nos inventaste a los dos.” (La madeja. Cartas a un amigo.)



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92H
-“Es cierto, amiga mía, yo me inventé a Víctor y a su amiga Verónica. Pero tú también cometiste un error pensando que eras ella, una mujer del siglo XXV o XXVI, fotógrafa y a la que enamoraban el poder y los hombres que lo sustentaban. Después de Antonio T. hubo otros, todos cortados por el mismo patrón, el director de un museo, el dueño de la más importante editorial del país. Incluso te casaste con uno que llegó a ser ministro de la empobrecida República de Islandia. ¿Qué ministraba?, ¿géiseres o páramos sin árboles?” (El hilo. Cartas a una amiga.)


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