viernes, 27 de mayo de 2011

El peletero/Amor y hierro (12 de 15)

Amor y hierro. (12)

Pero... las palabras no pesan y las estrellas se apagan antes que lo haga una cerilla. Los perfumes se evaporan y la alegría queda sepultada por la tristeza y las decepciones de la vida. Las personas no escuchan y buscan en los demás las muletas que necesitan para caminar, los pájaros vuelan del nido y nunca regresan.

Su anhelo dura lo que tardan en olvidar la primavera pasada.

No, la vida y el amor no son una consecuencia lógica la una del otro, ni tampoco ninguna secuela derivada, no hay una exacta relación entre ambos, no son la causa ni el efecto.

No es necesario que nadie sea más atractivo, incitante ni excitante, que una lavadora moderna, más simpático que un lavavajillas para solteros o más interesante que un televisor portátil.

Únicamente la soledad importa, ella ya es una provocación suficientemente poderosa para buscar compañía en su seno y volvernos a mentir. Soledad a cambio de soledad.

La soledad es la verdadera tentación, es lo que buscamos erradicar en el cuerpo del otro, en ese amasijo de carne que no es la nuestra queremos depositarla, pero él nos la devuelve como un eco, ampliada, multiplicada y siempre mancillada, más sola que antes porque el otro no es nada más que una imagen descarnada, sin “histoire”, solitaria y muda, es un signo roto, un ramo de flores, una cuerda con un solo cabo y con un gato al lado, erizado y amenazador.

¿Y la belleza del cuerpo, su juventud, salud y lozanía? Un anestésico, un olvido, una niebla, apenas algo que oculta lo que somos y, sobre todo, lo que fuimos.

¿Y qué fuimos?, aquello que nunca diremos, quizás porque nunca lo supimos.


Nadie recuerda el día en que nacimos, ¿tan horroroso fue?



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