miércoles, 19 de octubre de 2011

El peletero/Fusco (2 de 3)

2.
Los acreedores de Cneo se han enterado del trato y del matrimonio inminente, y según parece han querido aumentar de mala manera y con extorsión el importe de la deuda instalándose diez matones de ellos en casa de Prócula y Cneo como si fueran sus dueños o los pretendientes de Penélope. Yo no soy Odiseo pero no me ha costado demasiado matar a cinco, herir a tres y ahuyentar a los otros dos que como conejos se me han escapado. Mi padre me ha mandado que limpiara la casa de extraños chantajistas y así lo he hecho, soy un soldado y sé luchar. En la refriega me he encontrado de nuevo con Prócula a la que hacía años no veía. Se ha puesto un poco nerviosa y sofocada al verme y contemplar la refriega y los muertos esparcidos por el suelo de sus limpias estancias. Me he presentado con la más absoluta naturalidad, como si no sucediera nada extraño, y con la espada ensangrentada en la mano y un muerto a mis pies le he dado el pésame por la muerte de su hija, la que debía de haber sido mi esposa.

Era un niño cuando la conocí, y ya se había casado con un hombre mucho mayor, nos llevamos quince años y, como he dicho, no recordaba casi nada de ella, ni sus formas ni sus ojos, ni su voz siquiera. Tiene un buen aspecto aunque sus aceites y peinados no pueden ocultar sus cincuenta años, no es ningún obstáculo para mí, al menos todavía no y mucho más sabiendo que nuestro casamiento será, como lo son todos, un buen o mal negocio aunque haya mujeres y hombres que se hacen falsas ilusiones. Piensa, me ha dicho ella, que sólo una mujer de mis años puede darte lo que ninguna joven te dará. ¿Y que puedo ofrecerte yo que no consigues de tus esclavos?, le he preguntado a mi vez. Tú sabes matar, ellos no, ya has visto que se asustan y lloran más que unas plañideras, me ha respondido como si le faltara el aliento. Era verdad, como gallinas asustadas se habían escondido al ver llegar a los acreedores de Cneo gritando, vociferando y blandiendo palos y cuchillos.

No sé porqué hemos hablado de manera indirecta de Eros cuando habríamos de haberlo hecho claramente de Plutón, quizá ha sido por una predisposición natural a las convenciones que impelen a los que van a casarse a compartir la cama y a fornicar en ella como si fueran unos desconocidos, esta es la gracia, no haberse visto nunca antes y no verse más después.

Prócula tiene a sus esclavos y yo a mi Sexta que ya se ha convertido en mi Primera. Así me lo ha hecho ver mi futura esposa que, según parece, ya conoce la existencia de mi ramera, dejando claro que no está dispuesta a ser la Segunda en nuestro lecho. Le he respondido que será lo que será y lo que tenga que ser ya se verá. Al oírme me ha abofeteado y yo me he reído, ha insistido, no ha parado de darme golpes en el rostro, en la cabeza y en el pecho, me he protegido como mejor he sabido con mis brazos y manos esquivando sus arremetidas que eran cada vez más violentas, un minuto largo golpeándome hasta que se ha rendido agotada, sus rodillas han cedido y tan larga como es ha caído abatida y derrumbada por su propio esfuerzo y cansancio. En el suelo, tendida, he introducido mi espada por entre las faldas de su túnica cortando en dos su ropa y medio manchándola con la sangre de los cuerpos abatidos, abriéndola en canal para dejar a la vista su desnudez y su vientre estriado de mujer que ha parido, no ha hecho nada para impedirlo, he abierto sus piernas y me he arrodillado entre ellas con el gladius todavía en mi mano derecha. Se ha incorporado por sí misma sentándose en el suelo a horcajadas, despojada de su túnica rota me ha rodeado desnuda con sus brazos y me ha mordido la boca, he gritado de dolor y de un manotazo la he apartado de mí, ha insistido, esta vez con su lengua bebiendo la sangre que manaba de mis labios. De nuevo la he separado con la punta de mi arma entre sus pechos caídos, se ha quedado en el suelo, tirada, abierta, hueca, acariciándose el pubis y la vulva frente a mí, con los ojos abiertos de par en par sin apartar la mirada, buscando mi niña, líquida, brillante, nocturna la suya, metálica y de besugo la mía. A nuestro lado había el cadáver de uno de los acreedores asaltantes que acababa de matar y del que no paraba de brotar una sangre acuosa que inundaba el suelo, he debido de perforarle el bazo. Prócula gemía como un gato, y yo ni la he tocado, sólo la he mirado tocarse. Me ha suplicado que no me fuera, que esperara, y cuando ha terminado se ha quedado como un pollo desplumado, como un cerdo después del sacrificio y antes de sacarle provecho, más amarilla que sonrosada. Entonces me he levantado y me he ido. Sus esclavos estaban por allí, espiando escondidos, excitados y atemorizados como viejas fisgonas solitarias.

Los romanos vivimos de nuestros esclavos mientras nos dedicamos al ocio, a robar a los demás y a matarnos entre nosotros. Aníbal ahora lo tendría más fácil. Marco Porcio Catón siempre afirma que los matrimonios de hoy en día se sustentan en los cuernos de los esposos que como cervatillos se casan y como uros ibéricos se divorcian. Y Tito Lucrecio Caro que ha visto “derramar la sangre de los ciudadanos para aumentar sus riquezas, la avaricia doblando las fortunas, acumulando asesinato sobre asesinato, la crueldad gozándose en los tristes funerales de un hermano, los padres rechazar y huir de la mesa de los allegados” (De rerum Natura)

Los cerezos que Camilo Licinio Lúculo ha traído de lejanos países son la admiración de muchos. Craso quiere conquistar la Mesopotamia y Julio traspasar el Elba. Pompeyo cuenta que ha entrado en el Santa Sanctórum del Templo de Jerusalén y que en aquella pobre habitación no ha visto ningún dios ni a su estatua. Yo vivía de Sexta y de Prócula, las dos eran a su manera la pequeña cámara que Pompeyo Magno visitó y que encontró vacía.

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