lunes, 29 de septiembre de 2008

El peletero/Sevilla en otoño



27 Enero 2007

La iglesia de Santa María del Rocío se halla situada en perpendicular con el edificio del hotel Las Casas del Rey de Baeza. Ambos forman una unidad arquitectónica de estilo vernáculo; el color albero se combina sabiamente con el añil entre grandes zonas de fachada blanca. La calle Sebastián deja en su orilla una plazoleta, como un oasis entre el laberinto de calles estrechas.

La mujer responsable de la custodia del recinto nos informa con detalles sorprendentes de su Virgen y de otras más de la ciudad, un fabuloso matriarcado, agazapado ahora a la espera de la explosión de primavera. Es una dama vestida y atildada de “señora”, con la dignidad de lo inmutable, tan antigua y refinada como las paredes que nos cobijan por un rato. Nos enteramos de que todas las vírgenes dolorosas tienen cinco lágrimas resbalando por sus mejillas (algunas seis), y suponemos que se derraman por cada una de las cinco heridas.

El reverso de una estampita nos salmodia, con una oración de palabras contundentes y frases retóricas, una plegaria al sentimiento y tristeza que expresa el rostro de la Virgen, cuyas cinco lágrimas parecen cinco gotas de rocío:

¡Oh Reina de los Cielos, María Santísima del Rocío, Madre de Dios y de los hombres, dirige una piadosa mirada a esta ferviente Hermandad que te honra como su amadísima Titular.

Mira por nosotros, que somos tus hijos, atrae sobre nosotros las bendiciones del cielo y el rocío sagrado de la divina gracia, y haz que busquemos tu protección y la hallemos, pues el que la halla encuentra en ella la salvación y la vida.

Que seas, ¡oh, Madre!, en las dudas nuestra luz; en las tristezas, consuelo; en los pesares, alivio; y en los peligros y tentaciones, fiel sostén.

Levanta con tu mano poderosa al que esté caído, anima al pecador, fortalece al justo y defiende a la inocencia de los peligros del mundo.

Alcánzanos, Madre Santísima del Rocío, la gracia de ser tus fieles devotos, para que acudiendo a Ti en todas nuestras necesidades, logremos tu protección en esta vida y tu eterna compañía en la otra.

Así sea.

Seguimos por las enredadas callejuelas de la judería, con corredores y pasillos tan estrechos que apenas caben dos personas cruzándose; lo angosto del camino obliga a la cortesía para ceder el paso. Puertas, ventanas y verjas nos descubren paraísos en forma de patios y jardines, grandes o modestos, verdes, frescos y silenciosos.

En la iglesia de Santa Maria La Blanca, el barroco de su artesonado parece haber enloquecido, y nos hace pensar que fue el molde o modelo sobrio de la policromía tropical de la iglesia mexicana de Santa María de Tonantzintla, en Cholula, Puebla. Una Santa Cena de Murillo de gran tamaño suaviza en un rincón la desmesura de techos y columnas. Un cuadro tan dulce y evanescente como sólo lo habría podido pintar él. Los Apóstoles, levantados de sus asientos por una ventolera de veneración, se arremolinan en torno a Jesús, como una enorme voluta más del lugar. Una pequeña y deliciosa pintura, situada en una de las capillas, y cuyo autor desconocemos, nos muestra a Saulo caído, fulminado por la cegadora luz divina.

En la calle Aire, una suave brisa nos invita a levantar los pulmones y, justo al entrar en ella, un conjunto de azulejos nos recuerda que Luis Cernuda vivió en aquella casa. Como queriendo formar parte del recorrido, las baldosas reproducen estos versos del poeta:

Jardín Antiguo

Ir de nuevo al jardín cerrado,
que tras los arcos de la tapia,
entre magnolio, limoneros,
guarda el encanto de las aguas.

Oír de nuevo en el silencio,
vivo de trinos y de hojas,
el susurro tibio del aire
donde las almas viejas flotan.

Ver Otra vez el cielo hondo
a lo lejos la torre esbelta
tal flor de luz sobre las palmas:
las cosas todas siempre bellas.

Sentir otra vez, como entonces,
la espina aguda del deseo,
mientras la juventud pasada
vuelve. Sueño de un dios sin tiempo.

El otoño se estremece de pronto y un aguacero nos sorprende de camino al Museo del Baile Flamenco de Cristina Hoyos. Llegamos con vistosos paraguas comprados como si fuera un milagro de alguna de las Vírgenes que hemos ido visitando, tranquilas y serenas bajo su palio a pesar de su dolor. El Museo se halla en un antiguo caserón, reformado con un gusto exquisito, una declaración de amor a su arte. Recorremos admirados la exposición, seguiriyas, soleares, boleros, bulerías, fandangos, guajiras, tarantas, y la misteriosa y masculina farruca filmada con la que nos obsequian tres espigados y elegantes bailaores. En la planta superior, una exposición de los dibujos de Vicente Escudero, amigo de Picasso y Miró, da razón de su fineza, líneas ingenuas parecidas a las que dibujaba La Chunga, y tan estilizadas como los movimientos de sus brazos y piernas. Otra exposición de fotografías de Colita nos ilustra de forma destacada el mundo del flamenco en la Barcelona de los años 50 y 60, con Antonio Gades y la genial gitana catalana Carmen Amaya como protagonistas principales

Al día siguiente comemos en el Sol y Sombra y, antes de marchar, nos damos un buen paseo y un buen café.

Sevilla es muy hermosa, demasiado. Uno siente el dolor de la pérdida. De la belleza del mundo y del tiempo que galopa.

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