sábado, 28 de noviembre de 2009

El peletero/Meditaciones (9)



2 Mayo 2009

“La catalana és petita, però te el peu gros, lo cul i el cony també, i per pits té dos timbals de pell fina i botó gras i no sap follar dempeus.”
(Popular casolà)
“La catalana es pequeña, pero tiene el pie grande, el culo y el coño también, y por pechos dos tambores de piel fina y botón graso.”
(Popular hogareño)
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Mi burdel preferido lo regentaba un transexual, por eso lo bautizó “La metamorfosis”.
Gregorio, así se llamaba la “Madame”, en honor de Gregorio Samsa, el protagonista del célebre relato de Franz Kafka, estaba viejo y gordo. Yo ya lo conocí cayendo, o deslizándose, como él mismo afirmaba en días de lluvia, o despeñándose por el barranco abatido por ese sol que se abre frente a nuestros ojos siempre heridos en tardes de verano cansado y manso. Estío y hastío por la brisa que se arrastra por el suelo en remolinos caseros. ¿Dónde están las tempestades?, ¿los diluvios y el desastre?, ¿así he de morirme?, ¿cansado y triste?, me preguntaba con su vaso lleno de vino. Sin beber.
¿Cansado y muerto?
¿Dónde están todos?, me inquiría mientras yo lo miraba absorto. ¿Dónde?

« Ou est’elle? », me demandais plourant mon ami Gregorio, « Ou? C'est fou penser que j' peux l'aimer encore, après touts ces ans, tout ces temps passé, touts ces jours obliés, et touts les autres, surtout pur touts les autres, ceux-la, et celles-la, mais elle saivait que j' peux l'aimer, des fois. Des fois qu’il faut. Jusqu'au plus profond de la fin. Mon ami, tu sais, » me disait Gregorio, « que des fois j' voudrais crier car j' peu dir que j’ n'ai jamais aimé, je n’eu jamais aimé personne comme ça. Ça, oui, je peux te l’asuurer, je peux te l'jurer que je le disait: «Si jamais tu partais, partais et me quittais, me quittais pour toujours, c'est sûr que j'en mourrais, que j'en mourrais d'amour, mon amour, mon amour...»

« Mais il ne m'a pas tué, car, malgré mon amour, c'est moi qui l'a quittée sans dire un mot. Pourtant des mots, 'y en avait tant, 'y en avait trop... »

« C'est fou c' que j' peux l'aimer encore, et voilà qu'aujourd'hui, ces mêmes mots d'amour, c'est moi qui les redis. »

« C'est moi qui les redis avec autant d'amour a une autre que elle, à personne, oui, à personne. »

« Je dis des mots parce que des mots, il y en a tant qu'il y en a trop... »

« Au fond c' n'était pas elle, comme ce n'est même pas moi qui dit ces mots d'amour, car chaque jour, sa voix, ma voix, ou d'autres voix, c'est la voix de l'amour qui dit des mots, encore des mots, toujours des mots, des mots d'amour... »

« C'est fou c' que j' peux l'aimer, c' que j' peux l'aimer, des fois... Si jamais tu partais, c'est sûr que j'en mourrais... c'est fou c' que j' peux t'aimer, c' que j' peux t'aimer... d'amour... » (1)

C'est insensé tot c' que Gregorio me disait, moitié extravagant et moitié dément. J’etais incommode, fàcheux avec lui, pleurant et sanglotant come un vieillard desolé, ecoutant déconcerté et bouleversé ces jolis mots d'amour, et comme il les disait, surtout comme il les disait, avec sa voix cassée. Il était triste ecouter et voir mon ami souffrir et presque mourir avec son mal.

Parce que peut-être il est déjà mort.

Parce que peut-être je suis déjà mort.
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El mal de Gregorio, era una francesa pequeña de origen barcelonés llamada Griselda, pelirroja fina como la esquina de cualquier canto de Pigalle, hija de un republicano catalán miedoso que desertó de la masacre y que luego iba alardeando de refugiado de no sé qué. El padre quiso regresar con la hija y con la madre, otra catalana que parecía ser nativa de Java o de Sumatra sin serlo, una modista diestra que aunque no hablaba no era porque fuese muda. Así pues, el padre de Griselda trató de volver alistándose en la División Azul, pero unos cólicos oportunos y unas buenas influencias muy influenciables lo salvaron de la siguiente catástrofe. Griselda también quiso alistarse en una Legión, en este caso a la Extranjera, así lo hizo y así lo contaba ella para contar que se hizo puta y no tener que contar y enumerar a todos los hombres que hacían fila tras su puerta. Esa puta de París, de barrio chino arrabalero y del Ensanche de Cerdà, pertenecía a la antigua saga de damas barcelonesas, menestrales, obreras, burguesas, putas y señoras. Anarquistas, sirvientas, fascistas, ladronas, milicianas, monjas, patronas y matronas. Mujeres que casi no quedan, y las que quedan son ancianas muriéndose como Gregorio, deslizándose dulcemente hacia el mar en días tormentosos o cayendo para ahogarse en la sopa veraniega de Barcelona, pringosa y espesa. Mujeres de cama blanda, de cama dura, de suelo sin barrer. La catalana siempre ha sido comodona, no sabe copular de pie.
Griselda murió loca por la sífilis y enamorada, locamente enamorada de Gregorio que nunca se ha perdonado no haberla amado como ella lo había amado a él.
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(1) Parafraseando « Les mots d’amour », de C. Dumont y M. Rivegauche, cantada por Edith Piaf.

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