lunes, 6 de septiembre de 2010

El peletero/La aguja del pajar (40)


Lecciones imaginarias, poéticas y desordenadas sobre arte y pintura.

40. Guardi.

Existe el paisaje campestre, el urbano y la marina también. Pero el mar no se puede pintar, así que no hablaremos de él. En su lugar lo haremos de algo más importante y sutil, la “vedutta”. Primero recordaremos a Lorrain y a sus escalinatas que llegaban al mar, para después señalar a Guardi, el verdadero pintor de Venecia. De una Venecia pobre y pálida, de Iglesias ya antiguas y poco ventiladas, carcomida toda por el salitre y la esperanza de un pasado muerto definitivamente. Sus “veduttas” son el retrato de un cadáver.

En la palabra “vedutta” está contenida lo que se ve y lo que se muestra, lo mirado y lo visto. En ella hallamos el acto sublime y tranquilo de la vista satisfecha. La “vedutta” es una actitud quieta, contemplativa, hedonista y estoica al mismo tiempo, es el estar de un verdadero caballero que sabe enfermar con el color adecuado. La “vedutta”, tanto para el que la pinta como para el que la observa, es el primer síntoma de sufrir del “síndrome de Stendhal”, la enfermedad que causa la contemplación de la belleza.

Francesco Lázaro Guardi aprende de Tiépolo, su pincel es fino y su pincelada es pequeña, como si tuviera miedo de romper lo que pinta si lo pintara grueso. Venecia ya está rota, pero Guardi seguirá siempre entero entre sus colores pardos y terrosos y sus azules entre el gris y el blanco.
Hay ciudades que las baña el mar sin ser nunca sus hijas. Otras, en cambio, se asientan en el suelo por pura casualidad, Venecia es, sin duda una de las primeras, pero hay otras que no necesitan de ningún canal para que la luz que reverbera las ilumine. Thessaloniki es una de ellas, Alejandría es otra, Nápoles y Barcelona no. Aunque la primera tenga su bahía y la segunda su montaña ninguna es hija del agua. Como si unas fueran ciudades pintadas y las otras dibujadas. 

“No me lisonjeo de poder comunicar a V.E. novedad de grande importancia en las invenciones que contribuyen a la perfección de las artes y manufacturas y economía de sus fábricas, porque aquí se contentan y presumen haber hecho milagros, cuando en sus tejidos de seda, de lana, de lino, llegan a imitar mediocremente las estofas, los paños, las telas, las lonas, etc. que se fabrican en Inglaterra, en Holanda, en Francia y en Germania. En lo que más se han adelantado es en las fábricas de cristales y espejos soplados, que todos convienen en que son mucho más claros, naturales y vistosos que los llaman de “de getto”, y aunque muy inferiores en la grandeza, pues los mayores que aquí se logran son de ocho cuartas de alto y cinco de largo, y si alguno se acerca a las nueve cuartas y cinco y media, pasa por una maravilla de la casualidad, y no del arte, que no prescribe reglas seguras para conseguirlo, y se hace de un aprecio y valor exorbitante”

“Don José de Montealegre, embajado de España en la Serenísima República el año de 1759.”

El texto es de la época de Tiépolo, pero es ilustrativo leerlo para saber algo de Venecia, luego, con Guardi, su luz se confundirá con la tierra y el cristal del sol se venderá a los turistas.

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40M
-“Por enésima vez he visto con mi amiga Paulina “La misión”, una muy buena película. La vimos por primera vez a las pocas semanas de estrenarla, luego, a los pocos días, ella tuvo el “ictus” que le paralizó más de medio cuerpo y la dejó imposibilitada y dependiente para casi todo, parecía que su vida se había despeñado por una de aquellas enormes cataratas americanas.
No sé si a ti también te ocurre, que al ser hija del Mediterráneo me trastorna tanta agua, tanta humedad, tantas montañas y tan altas, tanta naturaleza desbordada. 

Paulina olvidó leer y escribir y no ha conseguido aprender de nuevo, todavía no puede andar ni vestirse ni lavarse ni cocinar ni casi comer sin ayuda. La suya también es una naturaleza desbordada, dice con ironía de sí misma.

En otro tiempo nos robábamos los novios, siempre conseguía los mejores, los suyos eran muchísimos más y más altos y más guapos que los míos, juncos espigados con dedos largos o muchachos fuertes con tupés engominados y gafas oscuras. Sin embargo, a ti te admiraba de un modo muy especial, creo que era porque, de una manera u otra, siempre la hacías callar. En realidad pienso que estaba muerta de envidia, por eso decía que eras mi perro faldero. Ahora ella tiene el suyo, uno que la cuida y dice que la quiere y la que está muerta de envidia soy yo. Me gustaría saber qué demonios hacen en la cama, pero también sé que ni ella ni yo hemos olvidado aquellos novios que nos robábamos”. (La madeja. Cartas a un amigo.)

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40H
-“Cuando te envié la reseña de la última novela de Inma Monsó se me olvidó decirte que me había sorprendido leer que la literatura formaba parte de su época de zombie, como si fuera el resultado de una no vida. Yo me siento igual, ya sabes qué ha sido la mía en estos últimos muchos años, una tempestad de Turner. En el colegio no podía jugar deportes de equipo, mi físico pequeño no aguantaba las embestidas de mis compañeros, así que me hice jockey, montaba a caballo y ganaba carreras. Cuando llegaba a la meta seguía cabalgando solo, más allá, a trote, buscando la línea aquella de árboles que bordeaban el canal de casa, allí estaba ella, esperándome: “Parecía un animal salvaje, desnuda y de pie, fiera. Nuestra ropa en el suelo, el sol alto y cayendo, mi falo enhiesto y subiendo, y mis dedos bailando en su seno, entrando y saliendo de su vientre para robarle picas, corazones, tréboles y diamantes.” (“Filosofía corta-3”, el peletero).

Ahora solamente vuelo como un jilguero que ha perdido su nido y su platanero. No paro de llorar, vuelo bajo arrastrando con mi peso nubes cargadas de noche y de luz, pura ceniza, plata negra.”
(El hilo. Cartas a una amiga.)

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