Amor y hierro. (3)
La ilustración gráfica es un universo inagotable en su variedad, riqueza y valor visual. Su bondad se halla en una supuesta dependencia o servidumbre al estar ligada a una necesidad externa a ella misma que no es invisible, servir de soporte, ser un medio para un fin ajeno a su propia naturaleza plástica y responder de una manera directa y clara, sin eufemismos, a una exigencia funcional frente a un cliente con nombre y apellidos y a un auditorio con muchos rostros, ninguno de ellos anónimo.
El dibujo impreso está al servicio de un objetivo claro que no pende en el vacío como sí lo hace la creación libre, globo aerostático donde todo puede valer bajo los sacrosantos valores de la “expresión libre y personal”.
¿Todo vale?, si todo valiera no nos importaría ni nuestra propia vida.
La Historia del artista, que no del Arte, ha oscilado siempre entre esa libertad creadora sin límites, como un fin supremo en sí mismo, y la producción que tiene en cuenta el asfalto de la carretera por la que han de caminar nuestros artefactos y pensamientos.
El dibujante, el ilustrador, es un creador que al tener siempre en cuenta la demanda y el uso específico de su obra la convierte en el otro cabo de una cuerda que liga y no ata, ni cuelga en forma de soga de la rama de ningún árbol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario