Amor y hierro. (4)
Hoy  de todo sobra, pero antes la única imagen que teníamos de un relato era  la de su narrador. Él era al mismo tiempo la historia, el icono y la  música, su arte debía llenar todo el espacio y el tiempo del que  disponía. La ilustración, en cambio, es autónoma, pero, como el narrador  en un escenario, está al servicio de un texto literario, es un  intérprete. 
Cuando  unos sirven a otros aparece, o debería aparecer, la humildad, la del  iluminador, la del escenógrafo, la del sastre que viste a los actores,  la del peluquero, la del tramoyista, incluso la del músico, pero... en  la Ópera casi todo gira alrededor de la música y en las tiras gráficas  del dibujo. En ambas la historia importa poco, es un mero pretexto para otra clase de alarde.
En  antiguas estelas sumerias ya encontramos relatos contenidos en una sola  imagen. También en vasijas griegas, y en tapices medievales como el de  Bayeux casi miramos, como en los mecánicos Zoetropes, el paso del  tiempo. Estampas, aleluyas, aucas, historietas, todas ellas cuentan un  extraño rosario en la que cada viñeta es una perla, un guiño. Gutemberg  abrió las puertas y las ventanas de una casa llena de espejos y  cristales, a todos ellos los ensarta una aguja que enfila un hilo que  cose una herida, una grieta solar. Ilustraciones, dibujos, grabados,  apuntes, notas, cuadernos de viajes, sencillas acuarelas, y más tarde,  mucho después, fotografías que necesitan vivir al lado de un poema.
En  ese difícil equilibrio se halla otro mérito del Arte, el del  complemento, el contrapunto, el añadido, la ilustración, el pie de foto.  ¿Alguien se imagina otro aspecto de “El Quijote” sin los grabados de  Gustave Doré? 


 
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